Ya ha habido otras obras literarias cuya interacción va más allá de pasar los ojos sobre las palabras. Un ejemplo es Juego de cartas de Max Aub (1964). Además del título, el libro se compone de una baraja dentro de una caja y en ella hay pistas para saber quién fue el protagonista, estas pistas están hechas como correspondencia; es decir, Max Aub juega con las dos acepciones de la palabra “cartas”, las epistolares y las de la baraja. Por su puesto que la obra no se lee de “principio a fin”, incluso ese concepto es poco relevante. Lo que sí es relevante es el papel que tenemos como lectores, realmente se siente que estamos construyendo algo, estamos jugando. Por esta razón, en el año 2020, la Cátedra Max Aub de la UNAM convirtió la obra original a una interacción virtual donde el receptor puede elegir una carta con ilustraciones y texto de Aub, así como la lectura en voz alta del texto, a lo que le llaman “carta karaoke”. La lectura de la obra se convierte en un juego todavía más interactivo que al leer en papel, gracias a la suma de elementos hipermediales entrelazados: textos, sonidos e imágenes.
Precisamente, las “pistas” son una parte importante en los crucigramas y en la estructura del libro de Roberto Abad. Llama la atención cómo esas claves contribuyen a la narrativa, pero no están precisamente para que demos con la palabra acertada, sino que abonan a la historia. Además están dadas, en algunos casos, como notas al pie; por lo tanto, enmarcan el relato con un paratexto en apariencia formal. Sin embargo, son ese tipo de paratextos a los que solemos ignorar o no dar mucha importancia. Como buenos jugadores, decidimos si prestarles atención o no y al detenernos en esas notas observamos que hay más juego dentro de ellas.
También ya han existido otras obras literarias que utilizan los paratextos como parte de la narrativa, por ejemplo, el “Índice onomástico” de La Oveja Negra y demás fábulas no puede pasar desapercibido para apreciar el humor de Augusto Monterroso. O bien, en el 2023 se publicó el libro Espejos del autor peruano Ary Malaver, que precisamente hace un homenaje a las notas al pie, a tal punto de que las páginas del libro están en blanco, excepto hasta abajo, donde aparecen esas notitas de letras pequeñas. Sabemos que hay autores que abusan de las notas al pie y a modo de crítica o burla, el libro de Malaver expone esos casos en los que las notas son demasiado extensas. Pero en sí, no hay más que estos paratextos para recordarnos que como lectores no estamos acostumbrados a mirar-leer-interactuar. En El hombre crucigrama, las notas al pie siempre inician como “Pista”, pero en sí son un comentario “juguetón” como todo el libro. Por ejemplo, la nota al pie del microrrelato “Vendedora”, número 30 en la casilla del crucigrama, habla de un libro personificado que morderá a quien lo tiene en sus manos para concluir con la siguiente nota al pie:
Pista: algo sabrán de rencores y venganzas los libros que durante la mayor parte de su vida se la han pasado de almacén en almacén. Claro que esta decisión no es responsabilidad de ellos, sino de una figura tiránica en las librerías que determina qué títulos están a la vista (48).
Tal vez esa pista no va a develar la palabra exacta de “vendedora”, quizá se le acerque, pero como Gadamer lo mencionó, se trata de jugar por jugar; en este caso, es una experiencia de lectura que da el guiño al crucigrama. Y mientras que la estructura de las notas hace su función convencional de agregar datos, la narrativa entreteje cada uno de los elementos. Como una constante, estas pistas homenajean a varios autores. Digamos que Borges permea el sentido de la obra, pero hay otros micro-homenajes, por ejemplo, se hace mención a Monterroso, Bartelby, Virgilio Piñera, o Tolstoi. En conjunto, las notas al pie funcionan como comentarios literarios que autorrefieren a la misma literatura:
Pista: Anna Karenina, Madame Bovary y hasta el doctor Frankenstein pertenecen a la misma estirpe que el desdichado de esta historia. Las invenciones de un escritor cobran formas tan vívidas que por momentos puede ser confusa la jerarquía (55).
Por último, quiero señalar que parte del juego y lo lúdico del libro tiene que ver con las menciones a elementos de la escritura, del lenguaje, de la literatura. Desde las referencias a Borges y otros autores, la implicación de la estructura con el relato, la relevancia de la palabra y las letras para completar el crucigrama, hasta las historias contadas, cada aspecto refiere a la misma literatura. Incluso, al iniciar una nueva sección de la mano del hombre crucigrama, hay una reflexión valiosa sobre el lenguaje. Por ejemplo, “La palabra es, ante todo, una unidad de tiempo” (17); “El hombre crucigrama ha definido, al cabo de los años, que una palabra no es otra cosa que la consecuencia de diversos factores evolutivos que poco tienen que ver con la necesidad de comunicar” (59).
Los casos más evidentes que tematizan la literatura se encuentran en la sección “Las palabras y los libros”, pero también hay una constante por el tema de lo editorial que vuelve a remitir a la importancia de la estructura del libro en sí. Como ejemplos bastan los mismos títulos de algunos de estos microrrelatos: “Errata”, “Editor”, “Corrector”, “Libros”, “Escritura”, “Personaje”, “Poeta”, “Cuentista”. Y me importa destacar que los dos últimos textos de todo el libro se titulan: “Juego” y “Lector”. Esto permite cerrar toda la obra con la sensación de una arquitectura completa, sin cabos sueltos, tan solo casillas que rellenar y completar. Pero las piezas-textos están ahí por una razón que no es azarosa o banal, sino bien premeditada.