Por otro lado, la noción de “proyecto escritural”, entendida como un constructo racionalizado, preparado y ejecutado disciplinadamente, puede sonarnos a uno de esos términos con que la crítica decimonónica describía las obras de Balzac, Dickens o Pérez Galdós; es decir, la idea de que una mente creadora erige universos enteros y orgánicos que van de un texto a otro y que son portadoras de una identidad. Sin embargo, las narrativas seriales contemporáneas, en específico las literarias, pueden servir de ejemplo para corroborar que la expresión tiene vigencia toda vez que un corpus pretende enriquecerse mediante la repetición y la diferencia, elementos imprescindibles en las ficciones encadenadas ya sea por un grupo de personajes, una temática o un espacio determinado.
Tomando como punto de partida el concepto de “proyecto escritural” y las narrativas policiales mexicanas de los últimos años, me interesa traer a la discusión el libro Misteriosa Ciudeath (BUAP, Dirección General de Publicaciones, 2023) de Oswaldo Galicia Buendía (Ciudad de México, 1983), constituido por seis relatos ubicados en una ciudad enteramente ficticia que se nutre de referencias literarias, musicales y, en general, de elementos de la cultura de masas. Ese volumen más reciente se suma a las novelas Adicción a ver muertos (2020) y Manto de sangre. Una tragedia en Ciudeath (2022), publicadas por Ediciones Periféricas. En los tres textos, lo que importa no sólo se concentra en dicho escenario imaginario habitado por la corrupción, la desesperanza y, por si fuera poco, seres fantásticos, sino lo que el ambiente genera en los personajes.
Una de las características que más llama la atención de la construcción del corpus, y que lo distingue de la mayoría de la narrativa sobre la criminalidad escrita en México, es su deslinde de ese régimen realista y mimético donde se representa la violencia de judiciales, narcos, sicarios y policías mexicanos, muchas veces de un modo naturalista (ese sí, bastante anacrónico y repetitivo). En el espacio de Ciudeath la convivencia está atravesada por la resignación: como una suerte de Gotham City destinada al sufrimiento y a la esquizofrenia acechante, pero también a las ventajas de poder ejercerlos, Ciudeath y sus habitantes asumen como algo anormal pero ya familiar la existencia de fantasmas, inmortales que cazan no-muertos, genios de la mitología árabe (djinn), hombres y mujeres con características vampíricas, demonios, gólems, pintores fracasados, licántropos, adictos a drogas sintéticas, entre muchos otros personajes.
Aunque los tres libros están vinculados entre sí por una serie de enigmas y pesquisas (el primero, Adicción a ver muertos, está protagonizado por la pareja de detectives Julián Sorel y Fergus Piranesi, inmortal y fantasma enano, respectivamente), el proyecto ficcional se sostiene básicamente en el diseño textual de una ciudad “funesta y gris […] tonalidad específica debido a su constante quema de carbón para generar energía” (Manto, 9). Sorel y Fergus, además de muchos otros personajes con participaciones alternadas en el resto del conjunto, son una especie de síntoma de esa región construida por Oswaldo Buendía: se trata de los únicos miembros de una agencia de detectives que fingen buscar explicaciones en un lugar donde la comprensión objetiva de lo que sucede se ha extraviado por completo, “la ciudad misteriosa donde nada se resuelve o todo desaparece” (Misteriosa Ciudeath, 103), recordando la célebre frase final de Chinatown de Roman Polanski. Sorel y Fergus no están resignados al fracaso —por lo menos no por completo— sino, como personajes nihilistas, a encontrar el sentido de las sinrazones en cada acción acontecida en ese territorio-enigma de bordes difusos, que bien puede ser una metáfora de un estado benefactor subvertido.
La cartografía literaria de Ciudeath, dividida en Barrios correspondientes a los puntos cardinales, se va enriqueciendo en cada una de las entregas con sitios emblemáticos como los bares Casal’s y Collector, la estación del metro Mártires, el Hotel Luvina o la Librería Fausto, áreas donde la incógnita principal de este continuum narrativo, la naturaleza de quienes la habitan, resuena constantemente. Algunos muertos regresan a esa zona en forma de fantasmas justo a la semana de haber fallecido. Este hecho inexplicable se ha incrementado, y la población “viva” de la ciudad comienza a desconfiar de esa minoría creciente dados los problemas demográficos que supone y la falta de legislación sobre su presencia, un temor irónico si se toma en cuenta que la ley es inoperante. Las dificultades, en todo caso, se agudizan por la impunidad del entorno y los juegos de poder que surgen entre los vivos, los espectros y los seres sobrenaturales que se han afincado ahí, quizá aprovechando lo turbio y violento del espacio urbano.