Fe en disfraz, Mayra Santos-Febres

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De mujeres liberadas y pieles que son multitudes: un acercamiento a Fe en disfraz de Mayra Santos-Febres

Santos-Febres, Mayra. Fe en disfraz. México: Planeta, 2017 [edición digital] [2009 primera edición]. 

Lavando con minucia cada parte de su piel, un joven narrador prepara su cuerpo para ofrendarlo al dios femenino que le ha dado instrucciones precisas para poder consumar su encuentro. El rito es inflexible y está anclado a órdenes absolutas: “No puedo disfrazar mi olor con colonia ni con afeites. Fe es pulcra, a Fe no le gustan los humores. No quiere que alcoholes ni ungüentos se alojen en la carne que le ofreceré esta noche”. Enseguida, el narrador nos suministra una serie de informaciones que nos introducen al mundo pagano y desacralizado del que ha salido; así, conocemos sus estudios en la Universidad de John Hopkins, su contrato en la Universidad de Chicago y la vida estable de pareja que, sin premeditarlo, ha dejado atrás. Sin embargo, más allá de las descripciones corpóreas y de la vida superficial que ha tenido hasta ese momento, el narrador nos presenta a la verdadera protagonista de la novela, Fe Verdejo, quien no sólo se presenta como su irrestricta sacerdotisa, sino quien, a través de sus trabajos, expone el tema principal de la obra: una revisión del pasado esclavista en Latinoamérica.  

A través de una narración ágil, que emplea diferentes registros lingüísticos y géneros escriturales, Mayra Santos-Febres invita al lector de Fe en disfraz a replantearse la construcción del pasado y la necesidad de volver a él para diseñar estrategias que ayuden a sanar las deudas históricas pendientes, pero sin olvidarlas. Para realizar esta empresa narrativa, la autora emplea dos herramientas: primeramente, presenta la esclavitud que sufrieron los afrodescendientes (esta vez desde la perspectiva de las mujeres que alcanzaron la libertad); por otra parte, nos presenta una dimensión política de los cuerpos, en donde las facciones, el color de la piel y la anchura de los hombros llevan consigo toda una carga histórica indisociable del individuo. De esta manera, si en el primer caso la visibilización de la esclavitud desde la perspectiva de las mujeres abre una nueva posibilidad de rearticular las tradiciones del Caribe (y, de paso, celebrar el peso que han tenido las mujeres en las luchas contrahegemónicas), en el segundo se nos presenta la posibilidad de repensar la carga política que tienen los cuerpos, a la vez anclados en el presente y en el pasado, con el fin de repensar nuestra propia filiación en las luchas políticas. A continuación, expondré la manera en la que se desarrollan estos dos ejes y finalizaré con la propuesta de reconciliación que da la autora de la novela. 

Fe en disfraz nos presenta dos historias paralelas: la primera, el romance entre el historiador Martín Tirado y Fe Verdejo, jefa de división en la Universidad de Chicago; y la segunda, sobre los documentos compilados por la doctora Verdejo, en donde se describe la liberación de las esclavas afrodescendientes y, en no pocas ocasiones, la manera en la cual estos textos fueron recuperados. En este caso, no sólo se utiliza el archivo como un dispositivo narrativo (una manera de ordenarlo), sino que también se presenta tres lecturas del mismo: 1) el que hizo la doctora Fe al dar con ellos, 2) el acercamiento del joven Tirado al digitalizarlos y 3) el recorrido del propio lector, quien puede unir las lecturas previas en una lectura compartida. En los dos primeros casos, la lectura tiene una finalidad eminentemente política: a Fe Verdejo este encuentro le hace repensar su posición como investigadora racializada y su vínculo con las mujeres que describen los textos recopilados; a Tirado, en cambio, la lectura y la influencia de Fe hacen que se replantee el curso de su vida, hasta entonces sumida en una sexualidad estrechamente unida a un racismo sistemático y burgués. De esta manera, entre el fetichismo, las prohibiciones y los imaginarios sexuales cubiertos de pautas coloniales, el narrador asegura: “Me quedé mirando a Fe, en silencio. Curiosamente, nunca antes me había detenido a pensar que sus esclavas se le parecieran. Que ella, presente y ante mí, tuviera la misma tez, el mismo cuerpo que una esclava agredida hace más de doscientos años. Que el objeto de su estudio estuviera tan cerca de su piel”. 

Antes de continuar, es necesario aclarar que, en la novela, los cuerpos de las mujeres afrodescendientes y, con ello, las historias que resguardan, están lejos de ser representados a partir del deseo masculino, pues los relatos que nos presenta Santos-Febres muestran justamente lo contrario: mujeres libres, no víctimas, que han logrado abrirse paso en una sociedad desigual, y que han dejado de ser entes dóciles frente al poder masculino. En este caso, más que entender el deseo del joven investigador como el resultado de la simple cosificación del cuerpo de las mujeres afrodescendientes, Mayra Santos-Febres utiliza esta perspectiva para mostrar la agencia de las mujeres y reconocer la carga política que tiene el cuerpo en todas las sociedades y que resguardan el paso del tiempo. En la novela, se refuerza esta idea cuando se asegura que “la historia está llena de mujeres anónimas que lograron sobrevivir al deseo del amo desplegándose ante su mirada. Pero nunca se abrieron completas. De alguna forma, lograron sostener un juego doloroso con lo Oculto”. 

Después de todo, el gran descubrimiento de Fe Verdejo es saber que su cuerpo está habitado por las historias de esclavitud y de injusticias que ocurrieron antes que ella, pero también por una tradición de resistencia que han cimentado otras mujeres a lo largo de los años. Este hecho queda asentado cuando Fe Verdejo recolecta los archivos que conformarán la exposición que le dará prestigio internacional, “Esclavas manumisas de Latinoamérica”, y encuentra un vestido que ha sido habitado por distintas generaciones de mujeres afrodescendientes. Frente a la mujer que resguarda el vestido (que posteriormente le regalará), la historiadora reflexiona:  

Mi piel era el mapa de mis ancestros. Todos desnudos, sin blasones ni banderas que los identificaran; marcados por el olvido o, apenas, por cicatrices tribales, cadenas y por las huellas del carimbo sobre el lomo. Ninguna tela que me cubriera, ni sacra ni profana, podría ocultar mi verdadera naturaleza. 

En la novela, el reconocimiento del cuerpo, de los fantasmas que lo habitan y de la importancia política que tiene, va unido al reconocimiento de una sexualidad no anclada a la moral burguesa que mantiene prisionero al historiador. En este reconocimiento, hay otra manera de relacionarse con el espacio público, de aparecer en él y de actuar en consecuencia, guiado por los instintos intemporales y la historia compartida de otros que nos habitan. En este sentido, si Fe acepta portar un vestido que había sido empleado por mujeres condenadas por su belleza, esto significa una práctica liberadora y, en todo caso, decolonial, porque ella es capaz de aceptarlo con todo el peso liberador que tiene: “Ah, ya viste el traje. Creí que lo habían quemado. [Dice la anciana]. Con ese traje fueron presentadas en sociedad mi abuela y la abuela de mi abuela. Pecado de soberbia, pecado de la carne. Es bonito, ¿verdad?”. 

En la conferencia titulada “Cultura e identidad”, Édouard Glissant aseguraba que la Historia es hija de los mitos de fundación, en el sentido de que configuran un territorio, una población y una manera de relacionarse en donde la identidad se desarrolla en función de la filiación y la legitimación constante (1996: 62-63). Frente a esta manera de entender la cultura y la identidad, que, en no pocas ocasiones, produce violencia, Glissant hablaba de las prácticas que transmitían contranarrativas, como la música y el arte, las cuales proponían identidades basadas en un pensamiento rizomático. En este caso, el tratamiento del cuerpo y la recuperación de los vestidos empleados por mujeres esclavas que se rebelaron en contra de su condición son acciones que recuperan discursos olvidados por la palabra escrita, por los géneros literarios y los continuos embates de la diosa razón. Así, el vestido ancestral que Fe utiliza tiene una connotación metafórica, puesto que, por un lado, plantea quitarse el disfraz de académica que ha utilizado, para portar las historias que habían sido silenciadas; por el otro, dialogar con las máscaras blancas y las pieles negras a las que hacía referencia Frantz Fanon (1952). Bajo estas ideas, ¿qué es el vestido? ¿Un disfraz que se convierte en el propio rosto? O, por el contrario, ¿Una forma de quitarse el disfraz que intenta eludir la responsabilidad política que todos los cuerpos poseen? La respuesta quizá oscile entre ambas preguntas, sin que ninguna sea única ni concluyente. En todo caso, frente a la separación de los individuos y la distribución de los cuerpos que genera jerarquías, marcas de poder, normas morales y reglas, el encuentro ritual entre dos amantes se concibe como una manera de subvertir el orden establecido. Y es aquí donde el relato de Mayra Santos-Febres se convierte en una propuesta para entrar en un tiempo ritual, en donde los archivos académicos y los disfraces se conviertan en cuerpos sintientes que distribuyen de nueva cuenta el poder, los afectos, y con ello logren encontrar un punto de verdadero encuentro.   

Bibliografìa

Glissant, Édouard (1996), Introduction á une poétique du divers: Gallimard. 

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez

Doctorando en el Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Es maestro en Letras (Letras Latinoamericanas) y Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la misma institución.  

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