Con una prosa que, al menos en los primeros capítulos, refleja la aridez del Periodo Especial para tiempos de paz (decretado luego del derrumbe del bloque soviético) y su prolongación exasperante, Lunar muestra el escenario de su tragedia local: El Barrio, sitio marginal, innominado y ajeno a los discursos triunfalistas lanzados desde La Habana, donde el Jefe de Sector de la Policía, Leo, debe recurrir a los códigos de ética del Barrio, más que a su inteligencia, para resolver el crimen. ¿Quién mató a Cundo, la figura paternal del Barrio, respetado por todos?, sería la pregunta por responder si se tratara de una novela de enigma convencional. Sin embargo, Que en vez de infierno, como gran parte de la literatura cubana del siglo XXI, ahonda en la precariedad de insumos y en el ingenio para evadirla aunque sea de forma pasajera, sin acercarse a la picaresca de un Pedro Juan Gutiérrez ni al desencanto romántico de un Leonardo Padura. El misterio por resolver es, entonces, un buen pretexto para hablar del Barrio y de sus habitantes, todos marginales, hasta los miembros del cuerpo policiaco. Las actividades calificadas como ilegales resultan tan naturalizadas que, sin ellas, vendría el colapso total de la comunidad, pues mantienen el abastecimiento de los productos de consumo y de la diversión.
El asesinato de Cundo y su resolución articulan los diez capítulos de la obra, pero pronto ambos acontecimientos se van diluyendo en la trama. El interés se decanta por las historias personales de los habitantes del Barrio: la prostituta que hereda los clientes a su hija, los proxenetas, los santeros, los estafadores de turistas, los veteranos de la guerra de Angola, el adicto a la cárcel, los traficantes de una droga sintética de patente cubana y el aspirante a abogado metido casi a la fuerza a policía del Barrio, es decir, el narrador Leo Martín. Todos ellos, que en otros contextos serían peculiares, hacen funcionar la dinámica comunitaria. Entre ellos, y sólo ayudado por ellos, Leo Martín debe encontrar al asesino de Cundo.
«“La Bolita” es una lotería que se premia por el mismo número de la de Miami […]. “La Bolita”, lo mismo que la prostitución, el desempleo, la droga y otras formas de corrupción fue abolida por decreto con el triunfo de la Revolución, pero vino a retoñar con creces en el Periodo Especial» (57), dice Leo Martín sobre uno de los negocios más conocidos del Barrio. Tras más de diez años de Periodo Especial, la ideología revolucionaria ha perdido ímpetu y arraigo entre la población, se encuentran estrategias o mañas para efectuar el intercambio de bienes y la ilegalidad opera para beneficio de todos. ¿De qué sirve un policía —la policía— en un ámbito como el descrito? Simplemente para guardar la apariencia y, en ocasiones, para sacar algún provecho del uniforme. La encomienda de Leo Martín sobre el asesinato tiene más que ver con la preservación del honor del Barrio que con la justicia estatal, más con una revancha personal que con un compromiso con la verdad. Por ello vemos a un Leo Martín desconcertado, incluso poco afecto a su labor, sin saber exactamente por qué se dejó meter a la policía. Aquí los Comités de Defensa de la Revolución, que solían ser proveedoras de información que ayudaba a descubrir actos contrarrevolucionarios en épocas pasadas, se transforman en una red de delatores, y el régimen de paranoia impuesto por los primeros se sustituye con una cierta confianza en la impunidad asentada en El Barrio.
La violencia es, así, una de las monedas de cambio más socorridas en periodos de crisis. Violencia de todo tipo y en varios niveles, económica, física y subjetiva. Los personajes la ejercen para conservar o ganar respeto, es decir, su estatus en El Barrio, tal como emplearían el dinero. El protagonista, luego de chantajear y lastimar al adolescente que le dará la información necesaria, reflexiona: «Me sentía como un cerdo. Cuándo y cómo había llegado a serlo, no podía definirlo. Quizá poco a poco.» (92) La idea de que el policía es el equivalente al criminal, sólo que amparado por las instituciones, proviene de la novela negra clásica; sin embargo, para la narrativa cubana del género, el personaje Leo Martín desafía la tradición de la novela policial revolucionaria que, gracias al Concurso Aniversario del Triunfo de la Revolución convocado desde 1972 por el Ministerio del Interior, instituyó la producción de una narrativa didáctica en las décadas de los setenta y ochenta. A diferencia de Mario Conde, detective creado por Leonardo Padura, que toma las características del héroe moderno, Leo Martín no experimenta un desencanto por las promesas incumplidas, no voltea al pasado y ni se estanca pensando en lo que hubiera sido. Sus preocupaciones son, siempre, de un inmediatismo agobiante. La dureza del Periodo Especial se acentúa no por el amontonamiento de lugares comunes sino porque, al parecer, el único medio para subsistir está en el ejercicio parejo de la violencia: «el barrio te machuca, te trajina, te educa, te empuja, te arrastra, te levanta, te tira al suelo y te pisotea» (7). Más allá de cumplir las exigencias del género, Que en vez de infierno apuesta por utilizar sus parámetros en una situación concreta para recordarnos que, en El Barrio, el descubrimiento de la verdad no implica el triunfo de la justicia. Porque, como se repite contantemente, «vivir en este Barrio le ronca los cojones».
(La edición que presenta Resistencia cumple con una labor de divulgación de la obra de Lorenzo Lunar entre los lectores mexicanos, y gracias a la coedición con la Secretaría de Cultura goza de una distribución aceptable. Incluye detalles tipográficos que dan identidad a la colección y consigna 47 notas al pie de página que aclaran algunos giros coloquiales o marcas de productos; no obstante, dichas notas en ocasiones son redundantes, o innecesarias dado el contexto.)