Las ciudades incomparables
Italo Calvino escribió que las ciudades son sitios de intercambio. No sólo de mercaderías, sino de memorias, deseos y signos. La urbanización contemporánea, la de la segregación extrema estudiada por autores como Henri Lefebrvre, David Harvey, Tom Angotti o Teresa Pires do Rio Caldeira pareciera relegar este segundo aspecto homogeneizando un tiempo productivo. Los espacios se ven reducidos al puro valor comercial, de usufructo. El intercambio comunitario es arrojado a otro tiempo, a una grieta excepcional, en la cual las prácticas barriales y sus demandas se hacen de estrategias creativas para imaginar nuevos mapas y narrativas.
En México, Reyna Sánchez Estévez analizó estas cuestiones en Los símbolos en los movimientos sociales. El caso de Superbarrio, editado por la UAM. La temporalidad de los “marcos”, las “secuencias de acción”, la fuerza simbólica de la lucha libre devenida activismo por los derechos de la vivienda en la Ciudad de México rescatan la heterogeneidad discursiva, las formas de organización, además de los traumas que provoca la urbanización capitalista.
Por su parte, Rolnik retoma el problema de la vivienda en “Casa própria de quem, cara-pálida?”, un artículo que plantea la invisibilidad de las estadísticas y cómo detrás de los números estatales persiste una lucha encubierta por la posesión de la tierra. Esta disputa simbólica por una ciudad ampliada aparece en el interés por la inmigración nordestina o por las expresiones culturales alternas que construyen narrativas inestables en los márgenes de la fijación identitaria paulista. Dice: “cuanto más distante y precaria la periferia, más negra, mulata y migrante” (41). Las prácticas que descentran la ciudad financiera están ahí, en los bordes donde el ejercicio gubernamental y burocrático es reemplazado por lo que Ivana Bentes ha denominado como “bioestética”, un hacer ciudad impredecible.
La autora resalta los discursos “minoritarios”. Escribe sobre la samba, relegada en una ciudad que se soñó blanca y europea; analiza una nueva etapa de participación en el espacio público a partir de la histórica manifestación contra el aumento de la tarifa de ómnibus; aborda el problema de los carros; de la construcción de muros; de la desigualdad de género en la megaurbe; dibuja un mapa de los territorios negros para señalar de qué forma esos mismos espacios terminaron estigmatizados como si fueran un “apartheid velado” por la democracia; apunta: “para la ciudad el territorio marginal es territorio peligroso porque de ahí, de aquel espacio definido (por quien no vive allí) como desorganizado, promiscuo e inmoral, es de donde puede nacer una fuerza disruptora sin límite” (206)