La economía chicha es informal, lo cual implica que se desarrolla al margen de la ley: en la vía pública, en los puestos de mercados barriales, en fábricas clandestinas o en empresas piratas donde tanto los propietarios como los empleados (migrantes o hijos de ellos, en su mayoría) se las ingenian para “sobrevivir en un país donde el Estado no les garantiza seguridad, trabajo, justicia, alimentación, educación o salud” (83).
Respecto a la gastronomía chicha, el investigador afirma que es la combinación de la diversidad de ingredientes, olores, sabores y texturas provenientes de las muchas regiones del Perú: un festín “pantagruélico” donde “coquetean sabores dulces y salados, ácidos y picantes, fríos y calientes, rojos y amarillos” (104); donde convergen, en el mismo plato, el ocopa —“una aromática crema preparada en batán o licuadora, a base de leche, galletas molidas, queso desmenuzado y maní combinados con ajos, cebolla picada y ají, servida con papa sancochada, huevos duros y aceitunas” (106)— con el locro —“apetitoso guiso a base de zapallo, papas, choclo, queso y frijoles, que se sirve con arroz” (107)—, por mencionar sólo un ejemplo.
En una cultura marcada por la mezcla de mezclas, ¿cómo viste el sujeto chicha? Preocupado por la moda, aunque imposibilitado para adquirir las flamantes prendas que se exhiben en los centros comerciales, este nuevo individuo compra ropa usada o elaborada en China, ya sea en los remates, las rebajas, en los mercados o en donde venden productos de procedencia ilegal. La mixtura, en este caso, no es menos estrafalaria ni creativa: el hombre y la mujer chicha asimilan y renuevan todas las tendencias, modas y estilos de manera desafiante, en oposición a los estereotipos más conservadores (y a su vez racistas y clasistas) que dictaban y fijaban cómo debían vestir los blancos, los negros, los indios, los adinerados y los pobres, los citadinos y los provincianos.
Otro tanto puede decirse a propósito de la música chicha, en la que se funden la cumbia (en sus variantes amazónica, andina y colombiana), el huaino, el rock, la balada, la salsa, el bolero, el rap, la huaracha, la saya, la morenada o el tinkuy y cuyos exponentes —que desde los años setenta sacuden la escena musical— son tan estrambóticos y distintos como sus nombres: Los Destellos, Clavito y su Chela, Los Mirlos, La Sarita, Daniel F, La Nueva Invasión, Chicha Dust, Delirios Krónicos, Euforia, Los Mojarras, No Recomendable o Bareto.