Por último, nos encontramos con “Luto”, un relato donde conocemos a María y Marta que son hermanas de un hombre repulsivo, pero altamente religioso. Tras encontrar a María masturbándose, el hermano decide expulsarla de su casa, atarla en un establo y violarla. Tras este nefario suceso, el cuerpo de María se convirtió en la diversión no sólo de su hermano, sino de todo un pueblo de hombres que, sin importar la raza, la condición social y la edad, eran expertos violadores. La autora nos coloca frente a una situación desgarradora y, al igual que en “Cristo, somos partícipes de la pérdida de la fe: “A Marta esa palabra [fe] ya le sabía a mierda en la lengua” (78) Es entonces cuando Ampuero nos lleva a preguntarnos ¿será que Dios sólo está para los hombres?
En estos tres cuentos las protagonistas rompen con el estereotipo del papel ‘puro’ que se destina para ellas en la ideología cristiana, porque la autora está constantemente destrozando aquella imagen ya angelical, ya abnegada, ya construida socialmente por el simbolismo de esa religión y, en su lugar, las representa como mujeres renegadas, putas, malvadas, críticas y disruptivas. En este sentido, Ampuero se sirve de la palabra ‘puta’ para exponer los roles de rebeldía o confrontación de las mujeres en un mundo patriarcal. Dicha connotación se encuentra en los tres relatos y tiene la función de legitimar la violencia física y sexual que experimentan los personajes.
Otro punto para comentar es cómo la autora resignifica a las mujeres en la religiosidad y esto lo podemos ver en “Pasión”, cuando dota de características milagrosas a Magdalena y la convierte en la protagonista de todas las hazañas bíblicas; o bien, en “Luto”, cuando Marta complejiza la devoción haciendo de su hermana su único Dios. “─No tengo otro dios que tú, María.” (73). Ampuero problematiza el significado de los santos: mientras que los hombres sufrientes de estos relatos son enaltecidos, contrariamente las mujeres son rechazadas y olvidadas. En este sentido, la autora nos pregunta si tales mujeres, que han habitado el dolor como nadie, no son dignas de contemplarse como heroínas a canonizar.
Es por ello que la fe se vuelve fundamental para el desarrollo de los personajes femeninos: en el caso de “Pasión” observamos cómo se va configurando la fe y la religiosidad, sin embargo, en “Cristo” y “Luto”, la perspectiva cambia porque la fe no es suficiente: “Pero nada más fe, el más enclenque de los sentimientos. La fe no sirvió” (77) o, por lo menos, no está disponible para las mujeres: “aquí no había más milagro que la señora del pañuelo rojo recibiendo monedas por vender trocitos de cuerpo y cuerpitos enteros” (62). Contemplamos a las protagonistas abandonar toda creencia y por consecuencia la religiosidad, ya que les resulta insuficiente y limitante para afrontar su situación con respecto a los hombres. Ampuero expone cómo es que la fe se encuentra sesgada por el género, parece ausente para las mujeres, pero tan disponible para los hombres; es la fe lo que da a Cristo la resurrección y también es la misma que trae de vuelta al avieso hermano de Marta y María, ¿será que sin importar lo abusivos que sean los hombres, la fe siempre les brinda segundas oportunidades?
Para finalizar, estos cuentos ocupan un lugar específico en la recopilación. Si bien en todas estas ficciones las voces narrativas como sus personajes son distintos, que en “Cristo”, “Pasión” y “Luto” podemos hablar de una continuación que tiene como objetivo señalar una inconformidad específica, el papel de las mujeres en la religiosidad. No es coincidencia que Ampuero narre condiciones muy particulares de América Latina como la pobreza, la raza y la migración sin detenerse en la religiosidad, por lo tanto, que no lo hace de manera simple. Al contrario. Busca exponer en ella la experiencia de las mujeres quienes históricamente han sido relegadas. A pesar de las imágenes violentas que crea la autora, se encuentra preocupada por explorar la atención plena a lo que registran inclusos sutilmente los sentidos, se detiene y desarrolla las experiencias de las mujeres con su cuerpo, tales como el dolor tras los golpes, las marcas físicas del abuso e, inclusive, el sabor de las cosas. Sin duda, la autora construye imágenes grotescas que no pueden caer bien a todos los estómagos, pero que tienen como objetivo retratar la violencia patriarcal sin minimizarla ni adocenarla.