La lectura de un libro de cuentos suele contener altibajos. Una de las maravillas del género cuentístico es la condensación de la narración con escenarios únicos y pocos personajes, pero cuando varios cuentos se unen en una sola obra, no podemos evitar comparar el primero con el segundo, el del medio con el último. Por esa razón podríamos identificarnos mejor con cierto narrador y desencantarnos con algún otro, aunque formen parte del mismo libro. Sin embargo, éste no es el caso del conjunto reunido en La memoria donde ardía, no sólo porque predominan protagonistas similares y temáticas recurrentes, sino también porque en los 19 cuentos hay una tensión apremiante que evita el más mínimo desencanto, así como un cuidado con el lenguaje, las imágenes y las metáforas que emplea.
La obra en sí misma podría estudiarse a partir del tema de la viudez, la maternidad, las relaciones de pareja, o por los personajes infantiles. A continuación me detendré en estos cuatro, con el objetivo de señalar sus similitudes e interconexiones. Este tipo de compilaciones cuentísticas no exige una lectura ordenada, a veces leemos un cuento y cerramos el libro. Sin embargo, los temas constantes sumados al orden del índice de este libro, dicen más sobre el trabajo literario de Socorro Vengas.
Antes de conocer las constantes temáticas debe de subrayarse la brevedad de los textos que componen el libro: salvo algunas excepciones, la mayoría de los cuentos oscilan entre las tres y cinco páginas. La corta extensión influye en una posible lectura continua y por ello puede descifrarse el diálogo entre los cuentos. Diálogo porque los ejes temáticos se repiten, y porque, gracias a su ordenamiento o disposición en el índice, el libro en su totalidad deja notar las distintas caras de un solo tópico. Al respecto, ¿podría decirse que La memoria donde ardía es una colección de textos integrados? Pablo Brescia y Evelia Romano, en El ojo en el caleidoscopio (2006) señalan ese tipo de obras con textos que se relacionan entre sí. Para esto estudian varios niveles, pues no es lo mismo un libro compuesto con una secuencia cuentística —en el que cada texto es dependiente del anterior— que aquellos donde la interdependencia es poco perceptible; es decir, “El deseo de unidad y coherencia lleva al lector a reunir lo aparentemente inconexo, proveyendo en ciertos casos aquellos lazos que el autor no ha considerado” (11). En La memoria donde ardía, hay algunos cuentos que recuerdan a otros dentro del mismo libro, sin embargo no hay una relación evidente, como sí ocurre en Semana de colores de Elena Garro, libro que Brescia y Romano incluyen en su bibliografía de colecciones de textos integrados. Mi intención al reflexionar sobre los temas comunes puede apuntar, como dice la cita anterior, a un deseo de unidad, pero también responde a las bisagras que fundamentan los puntos de unión entre los textos, pues es por esas conexiones que la obra genera una idea de ciclo cerrado.
Tanto el cuento que inicia el libro, como el que lo cierra, “Pertenencias” y “La música de mi esfera”, respectivamente, tienen el tema central de la viudez que recae en una protagonista joven. Mientras que en el tercero, que lleva el mismo título del libro, “La memoria donde ardía”, habla de los recuerdos que detona un joven tragafuegos a quien la protagonista, la viuda, observa en la calle. Sin embargo, sobre la viudez tan sólo se menciona la edad en la que quedó viuda: veintisiete años. Es decir, no es el punto central de este tercer cuento, pero sí hay una breve mención al respecto que no deja de hacer eco sobre los demás que profundizan en los matices de quedar viuda. Ahora bien, el que éste sea el título que luce en la portada, permite englobar otra constante, la detonación de la narración gracias a la memoria y los recuerdos.
Un cuento intermedio en el libro, el octavo, vuelve a recordar la viudez: en “Historia de una lágrima” la viuda es consolada por otra mujer, dejando entrever una relación homosexual entre ellas. En concreto, no se trata de cuentos que dependan uno del otro, y no necesariamente son la misma protagonista de quien nunca se tiene un nombre; sin embargo, cada uno de ellos son caras de la misma situación: de la muerte del esposo en una edad joven. La viudez que inicia, que cierra y que se intercala entre otros cuentos no se opone con otros temas como la maternidad o las relaciones de pareja, pues finalmente no hay secuencia temporal en el acomodo de cada texto y los tópicos son vistos sin filtros de ternura ni apremio.
El tema de la maternidad es evidente en cinco cuentos, y en cada uno la narradora lamenta su indiferencia o extrañamiento ante el embarazo o ante el hijo que ya tiene. En ningún caso los cuentos refieren a la maternidad con embeleso, felicidad ni arrobamiento. En “El nadador infinito”, modo de apodar al bebé en gestación, la narradora comenta: “Cuando empecé a encerrarme en la habitación del bebé, mi marido creyó que despertaba de un letargo; ya me había reprochado la indiferencia, el desinterés en preparar ese espacio” (Venegas 27). Esta misma situación vuelve a aparecer dos cuentos más adelante: en “Gestación”, donde un hombrecillo regordete le hace preguntas a la narradora protagonista en plena calle, le incomoda y esa molestia le recuerda a su embarazo: “Vino a mi mente el día que supe que estaba encinta. La sorpresa y un primer sentimiento de rechazo. Luego la culpa. A mí la felicidad se me escondía. Se me ocurrió que ese hombrecillo ridículo, aferrado a mí, había sido un hijo no deseado”. (46) Al final del cuento, ese hombre extraño que la abordó en la calle termina siendo un niño muy pequeño que “ya tenía dos dientitos” (48).
Varios cuentos después, aparece un encuentro similar, pero ahora la mirada es desde un hombre adulto a quien se le acerca una extraña en una estación de tren, la mujer tiene la blusa manchada porque está amamantando; incluso, el cuento se titula “Vía láctea”. El protagonista llega a decir que ella “lo preñó”, como si ese verbo fuera una metáfora de invasión o contagio, “Esa muchacha me había preñado. De pena, de tristeza, de imposible” (81). De nuevo, el cuento es autónomo, pero los lectores podemos relacionarlo con el del hombrecillo que se vuelve como un hijo. También está el cuento “Hueco”, refiriéndose al espacio “donde el pequeño creció hasta el día del alumbramiento” (75) y la madre narradora menciona que ella no quería parirlo, le gustaba sentirlo.
En esos relatos en los que se habla de maternidad, la culpa por no ser la mejor madre se va asomando, pero se hace más visible en “Real de Catorce”, donde al igual que en “Nadador infinito”, la paternidad parece más asumida que la maternidad, haciendo que la culpa aumente. En este sentido, el sentimiento de culpabilidad parece un subtema dentro de lo que engloba el gran tema de la maternidad.
En todos los cuentos, en mayor o menor medida, se observan las relaciones humanas que están por quebrarse, pero esto es más notorio cuando se trata de la pareja ubicada en el borde, donde el siguiente paso irremediable es el rompimiento. En específico se nota en “La isla negra”, el noveno cuento que trata sobre un noviazgo en la juventud y una supuesta brujería para evitar que se acabe el amor. Lo mismo ocurre en el siguiente, “Anagnorisis”, que concluye con la decisión final de un divorcio y, “La muerte más blanca”, de los últimos cuentos, que trata el tema de la infidelidad por parte de la narradora protagonista.
En cuanto al punto límite que está llegando a su rompimiento, el cuento más breve, de dos páginas, es “El aire de las mariposas”, en el que la protagonista, quizás perdida en sus recuerdos se avienta al mar. El cuento podría ser la postal de un único momento, de no ser por una frase que genera un eco: “La viudez es solo suya” (72). Así, los cuentos anteriores y posteriores que han hablado también sobre el tema participan en el rompecabezas de elementos. Y no porque todas las narradoras hayan llegado al suicidio, sino más bien, son distintas caras de la viudez en la juventud.
Igual hay cuentos que se entretejen con los temas de las relaciones de pareja, pero a la vez con la maternidad. “Un viaje con dique”, en el que tres mujeres: abuela, madre e hija emprenden un viaje al mar, por primera vez, sólo porque el abuelo, que abandonó el hogar, dijo que se iba al mar. O “La soledad en los mapas”, donde el encuentro de los amantes deriva en la fertilidad, y la pregunta ¿quieres tener hijos? contrasta con una niña embarazada. Es decir, hay otros cuentos que en niveles distintos se interrelacionan, moviendo el foco hacia otros aspectos, pero sin dejar de alumbrar a los anteriores.
Por otro lado, los cuentos con niños protagonistas son cuatro, pero no se desprenden del resto de los textos, no parecen forzados aunque la protagonista viuda no aparezca. Cada uno expresa el dolor humano, pero aquí es expuesto al doble por tratarse de seres más vulnerables frente a retos que los sobrepasan. El segundo cuento del libro, “El coloso y la luna” presenta a una niña que debe buscar a su padre borracho y cargar una botella de ron a manera de anzuelo y así poder regresar a casa con su papá. El séptimo, “Como flores”, trata de una niña y un niño agrediendo físicamente a su compañera del colegio que es ciega. El cuento más extenso es “Los aposentos del aire”, son casi catorce páginas donde los protagonistas son una niña y un niño de enfermedad terminal, internados en un hospital, descubriendo el mundo desde ahí. En contraposición, el más breve, “El fuego de la salvación”, es un niño protagonista, quien es atraído al mundo de las cantinas. Éste, por su temática y protagonistas, se relaciona con el que ocupa el segundo lugar en el índice, donde una niña se acerca al mundo del alcohol en búsqueda de su padre.