El prestigio de Sólo cuento se debe a todos los nombres incluidos en cada uno de sus índices, pues se trata de los autores más representativos de Latinoamérica y España, tan reconocidos como Almudena Grandes y Samantha Schweblin, conviviendo con otros menos escuchados, pero de amplia trayectoria.
Cada uno de los diez tomos comprende un prólogo a cargo de otro cuentista diferente al antólogo y es ahí donde las poéticas sobre el cuento se hacen más evidentes. Algunas de estas introducciones son breves, otras más extensas, unas sólo divagan sobre el contenido, pero otras se dedican a reflexionar concienzudamente sobre la práctica cuentística, tanto desde el punto de vista editorial como temático, y desarrollan aportes interesantes sobre la trayectoria del género. Por supuesto que este proyecto no tiene las secciones tan prolíficas de la revista de Valadés, pero en el afán de ordenar –como ocurre en las publicaciones misceláneas– se desprende un índice temático que agrupa a los autores de distintas nacionalidades y perspectivas.
A excepción del volumen IV, compilado por Eduardo Antonio Parra –que salvo algunas excepciones se nota el tópico general dedicado a la violencia–, los temas de los demás tomos son muy disímiles, y los títulos que agrupan los cuentos pueden ser simples y descriptivos, como “Aeropuertos (viajes, encuentros y desencuentros)”, o poco concretos como “Hoguera de las vanidades”. El número de autores/autoras agrupados bajo esos “subapartados” también es dispar: se pueden encontrar siete en una sola sección, y en otras a uno solo. Sin embargo, cualquier disimilitud se compensa pues las compilaciones de cuento siempre son misceláneas y lúdicas, como lo permite el género.
A diferencia de las colecciones de textos integrados, donde las narrativas se unen por un personaje o ambiente en común, las revistas y antologías comprenden que cada inclusión es meramente independiente una de la otra. Y aunque también se rigen por temas, generaciones o regiones, cada cuento se sustenta por cuenta propia. Pues como menciona David Toscana en el prólogo del tomo IV: “El asunto de unidad tiene cierta lógica cuando se habla de un cuento; si, en cambio, hablamos de un libro de cuentos, estamos en un mundo irregular, dispar, de altas y bajas” (X).
Llama la atención el prólogo de Rosa Beltrán en el primer tomo, donde justifica el que hacer de Sólo cuento a partir de la poca posibilidad de publicación que tiene el género: “algunas editoriales parten de la convicción de que en un país de no lectores la sofisticación de una forma literaria que requiere de cierta competencia y de la rara disposición a escuchar una voz distinta a la homogénea voz que promueve el mercado está destinada a la muerte súbita” (V). En el tomo III Rafael Toriz dialoga o complementa lo dicho por Beltrán, sustentando los tiempos “aciagos” para el género. Y así como David Toscana critica todas esas frases que elogian al cuento sobre la novela, Alberto Chimal, en el prólogo al tomo V, afirma que el cuento es el hermano mayor de la novela. Por lo tanto, así como cada compilador lanza su perspectiva a partir de su elección de autores, los prologuistas desarrollan sus propias miradas sobre el género.
Las revistas y las antologías tienen intereses distintos, pero el proyecto de Sólo cuento se caracterizó por tener una periodicidad anual, lo que lo emparenta con la práctica hemerográfica. Ahora que el proyecto ha concluido con el tomo X, y su creadora ha finalizado con ese cargo editorial, es posible notar ciertas evoluciones; por ejemplo: en la presentación a ese último tomo, Rosa Beltrán señala que es el volumen donde aparecen más autoras que autores, comparado con los nueve anteriores. Pero además, desde una distancia temporal, llama la atención la cuestión generacional: en el primer tomo aparece Sergio Pitol, pues todavía contábamos con él en el 2009, y en el 2018 aún hubo posibilidad de incluir a Amparo Dávila, por lo que en el rastreo de la poética, también puede observarse los cambios generacionales.