Si bien en el espacio en el que se desarrolla la historia parece reconocerse Tenerife, Abreu ha conseguido dar verosimilitud a un pueblecito que realmente solo existe en la ficción, pero que para cualquier lector familiarizado con las Islas Canarias tendrá rasgos propios. La isla que se describe en Panza de burro no es la del luminoso y aséptico paraíso natural con el que se relaciona a las Canarias. Al contrario, en las calles que recorren los personajes se percibe la pobreza, la precariedad y los agobios cotidianos de quienes trabajan para mantener ese imaginario edén de relajación y descanso. Andrea Abreu no se cohíbe al exponer los estereotipos y el desconocimiento que hay entre los turistas guiris o los españoles peninsulares y los canarios, y tampoco se limita al darle un generoso espacio a la oralidad que representa a los personajes de su novela. Consigue entretejer con gran maestría las particularidades fonéticas del habla de las chicas con la penetración e importancia que empiezan a tener los anglicismos o extranjerismos, la lengua «otra», en el ámbito social y cultural de los noventa, época en la que se desarrolla la trama de la novela. La lengua de nieve que cubre el vulcán del Teide muestra una convivencia natural entre opuestos que en la novela se hace cuerpo en la fricción entre el habla y las emociones. Sin sombra de duda, el tono y la forma de narrar son los mayores aciertos de esta obra.
En ese sentido, vale la pena mencionar que algunos de los detractores o críticos más intransigentes de la novela han cuestionado la inclusión de las expresiones canarias, argumentando que el lenguaje dificulta a los lectores la comprensión de la historia; sin embargo, es justamente en esa decisión estética en donde se revitaliza el poder de la lengua, y donde se enriquece la experiencia de lectura. La extrañeza ante el uso fonético de la lengua, de los localismos o anglicismos escritos fonéticamente, pone en evidencia, más bien, no una pobre o limitada factura de la obra, sino las limitaciones de aquellos lectores que solo consiguen disfrutar de la sacralización de la norma, de todo lo que se queda dentro de las fronteras del lenguaje local, de lo familiar o de las experiencias inmediatamente afines a ellos.
Del mismo modo, es importante destacar que Panza de burro es una novela que cuenta con un envidiable proceso de edición que ha sido llevado a cabo en España por Sabina Urraca, dentro del proyecto «Editora por un libro», de la Editorial Barrett. En la nota de presentación que hace la editora, Sabina Urraca, tampoco teme contar abiertamente las dificultades, las emociones y los descubrimientos que ha experimentado a lo largo del proceso de lectura y edición de la obra. Por tanto, esta es una novela cuyo valor reside no solamente en su historia o en la forma en la que esta se ha contado, sino también en el cuidado y minucioso trabajo creativo conjunto que hay entre la escritora y la editora, así como en la confianza que ha depositado en ellas la editorial al apostar por una voz literaria que probablemente seguirá desestabilizando y enriqueciendo las letras hispánicas.
Panza de burro es una obra que recupera el sentido indeclinable de la literatura, esa esperanza de que, sea lo que sea lo que se le cuente al lector, se perciba en sus páginas el deseo de hallar nuevas formas de narrar, las pruebas de una búsqueda estética que le permita al relato enfrentarse con las normas al tiempo que las trasciende.