Jazmina Barrera. Linea nigra. México: Almadía, Pepitas de calabaza, 2020.
En su famoso libro El segundo sexo, Simone de Beauvoir reflexionó sobre la condición femenina, era mediados del siglo XX y ella se atrevió a afirmar que una mujer no nace, sino que se hace. Es decir, que los roles de las mujeres no se determinan por una cuestión biológica, sino que son una construcción social. Uno de los roles impuestos era, sin duda, la maternidad. De Beauvoir señaló que las mujeres no tenían que ser madres si no querían, no estaban obligadas a quedarse en casa criando a sus hijos, podían elegir su destino y exigir las mismas oportunidades que los hombres. No sorprende que la recepción del libro haya estado envuelta en el escándalo. Su aporte fue enorme, abrió la brecha para que se hicieran visibles los cuestionamientos de las mujeres sobre temas como la maternidad, la crianza y el aborto.
Treinta años después, otra filósofa feminista francesa, Elisabeth Badinter,1 se preguntaba si en verdad existía el instinto maternal o si la maternidad era solo un hecho cultural producto de las presiones que experimenta la mujer, como la penalización de la soltería y el reconocimiento social de su identidad como madre. A partir de ahí, en todas latitudes, las mujeres han ido reflexionando, cada vez en voz más alta, sobre el significado de la maternidad y de los roles que se les han impuesto: María Llopis, Esther Vivas, Adrienne Rich, Jacqueline Rose, Rivka Gachen, Jean Lazarre o Silvia Federici, son algunos ejemplos. Sin embargo, es curioso darse cuenta de que, a pesar de que la maternidad es algo muy común, existen pocas obras que reflexionen sobre ella desde la literatura. Hay muchas mujeres que son madres y, sin embargo, hay muchas más obras que abordan temas como el amor, la muerte, la enfermedad o las guerras.