Tatiana Goransky, ¿Quién mató a la Cantante de Jazz?, Nitro/Press, 2019.
“Un caso bohemio y sin sentido”, dicen al investigador Martínez sobre el asesinato de una famosa cantante, pues el crimen, que deberá resolver a petición de la madre de la muerta es un caso que nadie en el cuerpo de la policía bonaerense tiene tiempo ni interés en aclarar. Con ese misterio y la pregunta explícita en el título, que reproduce lo más clásico de la literatura de enigma, se introduce al lector a una novela corta poco convencional sobre el circuito de jazz argentino, del cual la autora, Tatiana Goransky (Buenos Aires, 1977), también forma parte de acuerdo con su semblanza.
Publicado originalmente en Argentina por la editorial Tantalia en 2008, el libro reeditado por Nitro/Press y la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) en 2019 se caracteriza por la construcción de un mundo cerrado y autónomo en el que prácticamente cada elemento está vinculado, como eslabón de una cadena de dependencias, a la colectividad de músicos de jazz. Inclusive, el investigador Martínez es un ex trompetista orillado a convertirse en policía a fin de vengar la muerte de un amigo que también fue músico. Por ello, se perfila como el personaje idóneo para solucionar el asesinato: el antiguo líder del “Martínez Cuarteto Unveiled” es solitario, observador, tenaz, y, como muestra de su excentricidad, anota sus avances de investigación en un cuaderno con pentagramas; en otras palabras, un policía con más perfil de artista que de policía. De alguna manera, Martínez no ha dejado de ser músico —aunque sí haya disuelto su cuarteto de jazz— y se reintegra voluntariamente en un gremio que no le es desconocido; no obstante, en esta ocasión vuelve ya no como trompetista, sino como investigador, detentando una suerte de autoridad externa avalada socialmente y no sólo dentro de la comunidad jazzística. Y como todo detective de ficción, Martínez persigue la respuesta a una incógnita, en este caso claramente formulada. La solución, sin embargo, no emerge al final del texto como una enmienda del desequilibrio provocado por el crimen, y por lo tanto no existe la “necesidad y maravilla en la solución” que Jorge Luis Borges declara en “Los laberintos policiales y Chesterton” (1935).
De hecho, la novela trasgrede, de forma premeditada, la mayoría de las regulaciones elaboradas durante la primera mitad del siglo XX para la “confección” de narrativa policial (como la ya mencionada de Borges, la de S. S. Van Dine, la de Chesterton, la de Ronald Knox), códigos-recetas que intentaban prescribir la escritura y normar la lectura, señalar qué sí y qué no pertenecía al género tal como lo concebían los autores y, a su vez, tal como ellos querían que fuera comprendido por otros. Una práctica que, a juzgar por el auge editorial y comercial de antologías y volúmenes colectivos de cuento policial contemporáneos, sigue vigente en el siglo XXI con la misma carga selectiva, institucionalizante y pedagógica que implica el formato antológico.
En contraste con esa tendencia, Tatiana Goransky se aleja de preceptos, pero no de clichés del policial. El primero, ya mencionado, es el paratexto del título, que refiere tanto a fórmulas del siglo XIX del tipo “Who Killed Zebedee?” (1881) de Wilkie Collins, así como a obras que, particularmente en América Latina, replantean el uso de enigma en la narrativa no sólo como elemento estético, sino para señalar y cuestionar la violencia del contexto empírico, como ¿Quién mató a Rosendo? (1969) de Rodolfo Walsh, que, junto a Operación masacre, es quizá uno de sus libros de investigación más militantes y comprometedores. Dichas enunciaciones de los títulos nos remiten a la pregunta básica ¿quién lo hizo?, whodunnit, cuestionamiento que tiene en su centro una característica esencial del policial emanada de su episteme moderna: ¿quién es el otro y cómo puedo otorgarle identidad?
Por medio de esa proximidad a los clichés genéricos, Goransky propone un texto que, con cierta mesura y las debidas especificaciones, podría calificarse como una parodia estructural de las literaturas policiales (el análisis de Néstor Ponce, por ejemplo, es revelador en ese sentido1). Entre los lugares comunes reformulados por la novela, una de las posibles interpretaciones de ¿Quién mató a la Cantante de Jazz? se relaciona con las pugnas en torno al poder en el campo cultural. En el caso específico de esta novela se trata del jazz argentino, aunque podría ser prácticamente cualquier otro, como el literario, el de las artes plásticas o el académico. Las tensiones y el posicionamiento en el campo artístico, tema ampliamente estudiado por Pierre Bourdieu, funcionan como detonantes de las acciones de cada personaje en la novela. Nos referimos a personajes que existen y tienen un sitio dentro del campo autónomo de la música jazz, lo cual confirma lo ya señalado por Ponce a propósito de esa “tipología fija que remite al teatro, donde cada actor se define por el papel que desempeña, [pues] el nombre de cada personaje apunta a su función actancial y en lugar de fijarlos en su individualidad los transforma en prototipos” (2016: 132-133). Es decir, personajes sin nombres ni apellidos (salvo Martínez, el resto prolonga la onomástica ocupacional: “la Cantante de Jazz”, “el Manager”, “el Saxofonista”, “el Pianista”, “la Otra Cantante”, “la Gemela”, “la Madre de la Cantante”, etcétera) que se posicionan estratégicamente en un tablero de juego con la intención de obtener, intercambiar y conservar poder.
Leer ¿Quién mató a la Cantante de Jazz? como una alegoría de los campos culturales permite reflexionar sobre las tensiones que el ascenso de la Cantante, alcohólica disciplinada, provoca en su entorno inmediato. Quienes la envidian, la cuidan o se aprovechan de ella (o todo al mismo tiempo) ofrecen su testimonio al investigador Martínez desde su relación ambivalente de dependencia e injerencia en la “vida artística” de la asesinada, quien, a su vez, asumía su influencia para manipular a la congregación con un talento equiparable a aquel que la hizo célebre como cantante. En la novela, se trata formalmente de la víctima del crimen principal y el núcleo de los privilegios en disputa, mientras que los aspirantes a desplazarla de dicha posición resultan ser, por razones obvias, los seis sospechosos de su asesinato. El investigador Martínez, en su pesquisa por descubrir la identidad difusa del asesino o asesina, toma conciencia, junto con el lector, de que es incluso más importante el porqué del crimen. Y motivos, obviamente, hay demasiados.
Si bien existen novelas de registro policial que transcurren en el ámbito artístico e intelectual (Enigma para actores de Patrick Quentin, El camino de Ida de Ricardo Piglia o El miedo a los animales de Enrique Serna, entre muchas otras), la apuesta de Tatiana Goransky tiene la particularidad de invitar a la discusión de uno de los aspectos predilectos de la ficción sobre detectives: las gradaciones del poder intercambiable en un circuito delimitado, tal como lo explica Jacques Lacan en su “Seminario sobre ‘La carta robada’” (1955). Asimismo, gracias a la fusión lúdica de un género musical y los clichés de un género narrativo, ¿Quién mató a la Cantante de Jazz? refleja las luchas, las filiaciones y subordinaciones de quienes contienden por hegemonías en los diversos campos de la cultura y donde, tras años de polémicas y trifulcas letales, como en el funeral de la protagonista, las “otras cantantes, antes fervientes competidoras, tiran nardos al aire y realizan scats a capella augurándole buen viaje y destino seguro” (17).
Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Co-coordinador del volumen Crimen y ficción. Narrativa literaria y audiovisual sobre la violencia en América Latina…
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