HFV: La cultura de masas es visible en tu novela, no sólo en el género, sino también en las constantes temáticas y en los dilemas de los personajes. ¿Crees que estas manifestaciones culturales, amplificadas por el flujo de comunicación actual, estén modificando las maneras de reescribir temas recurrentes en la literatura latinoamericana, al menos con escritores de tu generación?
MAM: ¿Qué es la cultura de masas sino cultura? ¿Qué es la cultura popular sino cultura? Hay una especie de sesgo cognitivo cuando se define la literatura como “alta” cultura, para oponerla a la producción en serie de sagas juveniles o bestsellers, pero también para oponerla a géneros como el policíaco, la ciencia ficción o el terror. Creo que es una equivocación. Lo que yo creo es que no hay temas, personajes ni palabras vedadas para un escritor. La literatura es un campo bastante generoso, por fortuna. Bastante democrático. Del otro lado, los lectores no son una comunidad homogénea en la que todos leen lo mismo. Hay diversidad de lectores, así como de libros y escritores. Los temas de la literatura son los temas de la cultura que experimenta el escritor, que lo permean, que corresponden a su habitus, para citar un término sociológico. Yo vi de adolescente el video Thriller de Michael Jackson y me impresionó no solo por el baile y la coreografía, sino por la presencia de los muertos vivientes. El rey del pop popularizó los zombis, más que George Romero, porque Thriller se transmitió por MTV a millones de personas en el mundo. Así que el tema estaba ya estaba en el aire. Yo crecí con esos referentes en la cabeza. Luego vino el contacto con amigos que hablaban con seriedad de zombis y monstruos, así como de cómics, de películas y libros. Y bueno, está Stephen King.
HFV: El formato de Ellas se están comiendo al gato remite al género audiovisual del found-footage, que en los últimos años ha acaparado buena parte de las películas de terror, uno de los géneros cinematográficos más consumidos por el público mexicano. En literatura, a diferencia del policial y del noir, el relato de terror no ha encontrado todavía una plataforma sólida de escritores dedicados a explorar sus posibilidades narrativas, y nuestras referencias siguen siendo anglosajonas. ¿Crees viable la conformación de una tradición del terror en la literatura latinoamericana contemporánea?
MAM: El cine y la literatura se han parasitado entre sí en el último siglo. Sin embargo, es muy diferente escribir literatura que hacer cine. Las obras más complejas de la literatura, que plantean preocupaciones del lenguaje, sintaxis y estructura son las más difíciles de llevar a un formato audiovisual, porque no se comportan como guiones. En el caso de la literatura de terror, el género abunda en convenciones y tópicos que, en apariencia, son fáciles de traducir narrativamente, tanto en formatos audiovisuales como escritos: la mansión abandonada, el fantasma, el hombre lobo, el vampiro, el zombi son sólo formas explotables del género. Lo sobrenatural se ha explorado mucho, sobre todo en las épocas más racionalistas, y en las que abundan los miedos sociales: el autoritarismo, el temor a la destrucción y las teorías de la conspiración. La novela policiaca, lo mismo que la ciencia ficción y el terror, se rigen por unas estructuras más o menos definidas desde el principio, que cada escritor en tiempos distintos intenta trastocar a su manera. En la medida en que aparecen nuevos lectores para estos géneros en América Latina, si bien de nicho, surgen escritores dedicados a escribirlos. Hay una especie de tradición borrosa, tradición de la literatura de terror en América Latina, que empieza en las leyendas de espantos: en los relatos orales de La Llorona, El hombre caimán, El sombrerón, La patasola, El mohán y, más recientemente, El chupacabras. Creo que escritores como Horacio Quiroga, Arreola, Cortázar, Sábato, Borges, Fuentes, Álvaro Mutis han relatado una pequeña parte macabra de nuestra historia, usando elementos propios del género de terror gótico, del terror clásico y de lo fantástico. Pero el género ya es hoy mucho más aceptado, y autoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Liliana Colanzi; autores como Bernardo Esquinca, Alberto Chimal y Erik Zúñiga, por mencionar algunos, escriben historias de terror poco convencional. No sé si ahí empieza a conformarse de verdad una tradición.
HFV: Además del cuento de Bolaño que mencionas, ¿conoces alguna otra ficción sobre zombis situada en Latinoamérica? ¿O películas?
MAM: Aparte de los autores que mencioné anteriormente —que en su orden respectivo han publicado libros como Los peligros de fumar en la cama, Siete casas vacías, Nuestro mundo muerto, Mar Negro, Los atacantes y Los monstruos no van a cine, en los que cada uno de ellos explora el terror, el horror y lo macabro de la vida cotidiana, con diferentes recursos—, las películas de zombis abundan en la mayoría de países del globo porque se han convertido en un recurso fantástico, útil para hacer crítica social. Me atrevería a decir que Juan de los Muertos (2012) del cubano Alejandro Brugués es de las mejores del género. No sólo porque usa las convenciones típicas de una película de zombis, sino porque las aprovecha para cuestionar el régimen. En Venezuela se acaba de producir Infección (2017), del director Flavio Pedota, una película muy oportuna, por la crisis política y social que atraviesa este hermano país. Más que una película de terror, parece una sátira política. Ahí están los cortometrajes Roommate (2013) del paraguayo Luis Galeano y Réquiem para una noche de farra (2012) de Mirko Álvarez. México es la meca del cine de terror latinoamericano: Juan Antonio de la Riva dirigió Ladronas de almas (2017), y está el terror cultivado por Carlos Enrique Taboada y Guillermo del Toro. Sin ser películas necesariamente de zombis, en Colombia el rey del terror ha sido Jairo Pinilla, que dirigió clásicos como Funeral siniestro (1977) y 27 horas con la muerte (1981). Hay otra, bien interesante, del chocoano Jhonny Hendrix: Saudó, laberinto de almas (2016). Pero es otro tipo de terror, más cercano a los mitos y leyendas de la gente del Pacífico colombiano, a la brujería y la magia negra.