Casas vacías es, sin duda, una de las mejores novelas que se han publicado en años recientes. Tuve la valiosa oportunidad de conversar con su autora, la escritora mexicana Brenda Navarro, afincada en España. Hablamos de esta obra, editada en 2017 por Kaja Negra, y de otros temas ligados a la maternidad y la escritura. Agradezco a Brenda Navarro su tiempo y su disposición para llevar a cabo esta charla.
BM-Tienes estudios en sociología, derechos humanos y género ¿por qué decidiste dedicarte a la literatura?
BN-Nací en una familia pobre. Mis padres han tenido que trabajar desde que eran niños y para mí estudiar o dedicarme a “escribir” como profesión era algo que ni siquiera podía pensarse. Soy de las pocas personas en mi familia que tiene un título universitario y mucho tiempo de mi juventud algo de mí se aferraba a buscar algo que me ayudara a sentirme conforme con esta necesidad de crear “realidades alternas”; lo intenté muchas veces y la mayoría del tiempo no pude seguir porque dedicarse a leer y a escribir cuesta dinero, colegiaturas y tiempo que yo no podía permitirme; en ese sentido, siempre me negué a escribir como profesión porque no podía darme el lujo de llevar una vida llena de nuevas frustraciones económicas.
Como la mayoría de la gente que escribe, lo hago cuando puedo, casi robándole el tiempo a mi familia, es decir, no me dedico a la literatura como tal, y conforme pasan los años sé que cada vez lo haré menos, no me da la vida y también sé que las condiciones actuales del mercado literario me resultan denigrantes.
A lo que sí le apuesto es a compartir mi necesidad de crear esas realidades alternas a mi vida y lanzarlas al aire, como hicimos con Casas vacías, y la ficción me ayuda mucho. Me siento cómoda ahí. Que sean personajes, no yo, quienes salgan a cuestionarse y a conversar con el mundo. Que ellas, –las personajas– que ya han conversado conmigo y se han vuelto una historia, sean las que platiquen con la gente que quiera leerlas. Esa es quizá la magia de poder escribir sin tomarlo como una profesión, que el proceso creativo sirva como inicio de conversaciones que empiezan contigo, pero que van hacia otras personas sin que tú tengas control de esto.
BM-Dentro del panorama de las letras mexicanas, ¿quiénes son tus influencias?
BN-Yo pondría como libro indiscutible en mi formación como lectora y escritora Los hijos de Sánchez del antropólogo Oscar Lewis. Lo leí cuando tenía diez años y me marcó muchísimo. La forma en que Lewis plasma el lenguaje de la Ciudad de México me impresionó porque parecía que escuchaba a cualquier persona de mi entorno. Es un libro muy actual. Luego, diría que Nellie Campobello, Josefina Vicens, Elena Garro y el trabajo magistral de Sara Uribe en Antígona González han sido fundamentales. Seguro que hay más pero ahora se me vienen a la mente ellas.
BM-Casas vacías es tu primera novela, ¿cómo la describirías a un lector que quisiera acercarse a ella?
BN-Siempre me cuesta responder esta pregunta porque siento que la voy encasillando en temas que quizá no le corresponden, pero diría que es una novela que habla de la soledad que tenemos las mujeres ante las constantes desapariciones de nuestras vidas: desaparece nuestro yo al convertirnos en madres, esposas, novias, trabajadoras. Siempre estamos cumpliendo un mandato social, nos escondemos detrás del maquillaje, de la profesión, etc. Somos un desaparecer constante siempre en pos del bien general. Hablo, quizá, de lo que significa la soledad que te da estar viva y constantemente silenciada porque lo que vende, lo que importa no está en lo que les pasa a las mujeres. Pero quizá vaya de otra cosa y todavía no lo sé.
BM- ¿Por qué elegiste ese título?
BN-Esta novela ha tenido muchos títulos, el más cercano fue “Los pájaros se estrellan en el cielo” pero en el proceso de escritura lo peloteé con colegas y el título no terminaba por encajar ni gustarme del todo. Casas vacías vino perfecto porque creo que es una buena forma de describir lo que somos las mujeres para la sociedad: casas que se construyen con todo el esmero y el decoro pero que terminamos por ser deshabitadas cuando ya no le gustamos a las personas que van y habitan otra, pero también, ahora con esto de la gentrificación de las ciudades en donde es más fácil que Airbnb sea dueña de la mayoría de las viviendas para el bienestar de unos pocos, mientras los demás vivimos hacinados; es una buena metáfora que habla de las mujeres como cuerpos que se habitan mientras se necesitan para después quedarse vacías.
BM-Todos los epígrafes son de Wisława Szymborska, cuéntanos un poco sobre esta elección paratextual.
BN-Wislawa Szymborska es mi escritora favorita. Tiene esa capacidad de decir en unos cuantos versos lo que yo me tardé en más de cien páginas. Entonces creo que esta novela era una manera de conversar con ella: ¿a ésto te referias Wislawa cuando hablabas de ese árbol, de esa madre, de eso que no fuimos? O: Wislawa, cuando te leí, pensé esto, me hiciste sentir esto y esta personaja lo vive así. Gracias por escribir el verso, Wislawa. Es mi muy humilde homenaje-conversación con mi escritora favorita.
BM-Tu novela toca muchos temas (violencia de género, feminicidios, violencia obstétrica, acoso, incesto, autismo, maternidad, desapariciones, migración, precariedad, entre otros) pero ¿crees que podría decirse que es un relato sobre el dolor? Las historias de dos madres se imponen como los ejes de la novela, a través de ellas, de su cuerpo y de sus pensamientos, los lectores vemos un profundo dolor.
BN-Sin duda va del dolor y el dolor tiene que orearse. Cuando te raspas, cuando te cortas, tienes que dejar que la piel se reconstruya mientras respira. Y el dolor es así, si te duele algo, gritas, te quejas, te sobas, lloras; porque de lo contrario se vuelve algo más fuerte, algo innombrable y con consecuencias funestas. Creo que eso es lo que ha pasado con México, nos han estado doliendo muchas cosas y no hemos sabido dejarlas respirar y ha pasado todo lo que ha pasado. Yo misma tenía mucho dolor por ver lo que pasaba y la poca capacidad de incidencia que podría tener como persona. Necesitaba explicarlo y nombrarlo desde algo que me fuera cercano y que me doliera mucho, y creo que el dolor de las madres, –esas que son santificadas el diez de mayo y respetadas en el discurso, pero ignoradas todos los demás días– era una cosa que no me dejaba respirar bien mis propias heridas. Y cuando lo saqué a que se oreara y pasaron cosas maravillosas en el proceso de sanación, tuve la fortuna de terminar con un libro. Entonces, creo que, para erradicar el dolor, hay que hablar del dolor.