Además de la problematización de los discursos históricos, otro aspecto que debemos resaltar de la novela es la relación que establece con el mundo urbano. Santiago de Chile, por supuesto un Santiago ficcionalizado, perteneciente únicamente al espacio de la ficción, es el escenario del relato. Y así como con la Historia, la novela propone también una otra forma de mirar la ciudad, de recorrerla a partir de distintas estrategias.
Si, como dijimos antes, Mapocho revisa y reinterpreta los acontecimientos que componen el pasado urbano, al mismo tiempo traza un mapa (en tiempo presente) de los recorridos de sus personajes. Un mapa que le otorga un nuevo sentido al espacio; un mapa que recupera las capas de la ciudad y le permite colocar muchos tiempos-espacios en un solo relato. Mapocho es la representación de lo urbano en toda su constitución, es decir, que el texto logra mostrar la yuxtaposición de los tiempos y espacios que lo componen, porque la ciudad es tanto el pasado como el presente e incluso la promesa —tal vez falsa, si pensamos en Jean-Luc Nancy y su ciudad a lo lejos— de un futuro.
En la novela de Nona Fernández el pasado de la ciudad en términos materiales, ese que podemos encontrar en los edificios viejos, en los monumentos, en las calles más antiguas, ha sido borrado por una serie de modificaciones que, por un lado, han modernizado Santiago, pero por el otro han ocultado lugares marcados por la historia, especialmente violenta, de la ciudad chilena: “Santiago cambió el rostro” (19). La dinámica de destrucción y construcción incesante, que hasta hoy en día podemos observar en las ciudades latinoamericanas, funciona en la novela como una marca no sólo de la transformación material, sino del rompimiento con la memoria de sus habitantes. La Rucia deambula por la ciudad, pero no logra ubicarse, es básicamente una extranjera en Santiago, y sus recuerdos de la niñez no le alcanzan para reconocer la ciudad, por lo que tendrá que explorarla, volver a entenderla.
El mapa de la novela se traza tanto con la historia recuperada y los recuerdos de sus personajes, como con las experiencias del presente. La Rucia ha llegado a la ciudad buscando su casa de la infancia y a su hermano “El Indio”, y será dentro de esa búsqueda que brotarán los recuerdos. La ciudad, nos dice Fernández, es memoria y olvido, es lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. “¿Qué hago en esta ciudad en la que se supone nací?” (14), se pregunta la Rucia completamente desorientada. El viaje de vuelta, ese viaje que muchos exiliados hicieron tras el retorno a la democracia, es también un desafío frente al cambio, un reto para la memoria que busca incesantemente un espacio de identificación, un sitio familiar que le permita reconstruir de alguna manera el tiempo perdido. Esta identificación con los lugares de la ciudad —lugares, en tanto que están marcados por un acontecimiento que los singulariza— la podemos encontrar también en la novela premiada de Nona Fernández, mencionada al principio de esta reseña, en la que va haciendo un recorrido —y trazando también un mapa— a través los lugares afectados por la violencia de la dictadura.
Cuando se publica Mapocho, Chile vive un intenso debate y una profunda preocupación por la memoria tras la dictadura; la novela de Fernández se inscribe en ese debate: reinterpreta la historia de Chile a partir de la escritura. Todas las atrocidades de la nación están contenidas en un solo relato que rescata la voz de los otros. La obra es recuperación y reintegración al presente de otros tiempos y espacios. Es un texto que pone en marcha los procesos que (re)construyen la identidad de un pueblo a partir de lo que ha sido silenciado y condenado al olvido, que a su vez responden a la diatriba sobre el pasado. Frente a la posibilidad, siempre existente, de olvidar lo acontecido y empezar de cero, Fernández escribe un relato contra la omisión y transforma al espacio de la ciudad en testimonio material de la historia.
Desde la literatura, Nona Fernández recupera el debate por la memoria y monta una respuesta política ante el establecimiento de discursos totalitarios que dejan fuera la voz de los oprimidos, de los silenciados. Al revisar y rescribir la historia hegemónica, pero también al recuperar textos y tradiciones olvidadas, la escritora logra narrar una versión distinta, una versión que vuelve a poner en el centro del acontecimiento a las personas que fueron deliberadamente borradas del ‘texto’. Mapocho es el relato de una memoria colectiva que, a pesar de los intentos, no desaparece. Es la construcción de otro discurso identitario que instaura a la ciudad como su soporte material y escenario de enunciación. Al ser un espacio que contiene todas las capas de la historia, la ciudad se transforma en testigo y testimonio y revela las verdades ocultas del pasado. La ciudad produce memoria y la memoria produce ciudad en un movimiento dialéctico fabricante de sentido.
Mapocho, finalmente, es la respuesta literaria a una disputa que busca problematizar los grandes relatos nacionales, cuestionar el estatuto de verdad de la historia y mostrar su función silenciadora. Al mismo tiempo, es una propuesta distinta —marginal y subalterna— de reconstrucción del pasado. La novela de Fernández permite recuperar otras voces a partir de estrategias como la reconstrucción de la voz del rumor, la recuperación de tradiciones olvidadas y, por supuesto, la narración de la historia de una familia como cualquier otra, una familia desplazada, fragmentada y condenada al olvido.