Con base en lo anterior, los autores que se vinculan en la investigación que aquí se estudia son Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Antonio di Benedetto, Osvaldo Lamborghini, Juan José Saer, Ricardo Piglia y, a modo de coda, César Aira. En cada capítulo, Premat rastrea y extrae las figuraciones de autor correspondientes a cada ejemplo, aportando con ello un panorama de contrastes cuya lógica, nuevamente, es la de la dialéctica negativa.
De Macedonio destaca su condición de “Máquina de prometer”, es decir, la de un autor que asegura que escribirá una novela sin precedentes, pero termina por hacer sólo el compromiso. Para ello se sirve de una analogía ingeniosa: lo nombra un escritor “Cotard”, aludiendo al síndrome homónimo que consiste en que los enfermos “afirman no tener sangre, venas, cerebro, órganos genitales. Están vacíos como un armario. No tienen familia, nombre, edad, sentimientos […] Esos cuerpos sin nada son cuerpos sin carencia y por eso mismo inmortales […] para seguir sufriendo eternamente sus males”.(55) En ese sentido, la figuración de autor de Macedonio Fernández es la de ser una promesa, y su novela es la “imagen platónica de novelas por escribirse (que escribirán los demás, los ‘numerosos hombres inteligentes y jóvenes’ que lo rodeaban, leemos, en algún texto de Museo)” (60).
De Jorge Luis Borges plantea una evolución constituida por cuatro figuraciones de autor: la del héroe fundador, la del hijo melancólico, la del ciego célebre y, por último, la representación de su propia muerte. Para las primeras dos, Premat se apoya en uno de los personajes más conocidos de la ficción argentina, Pierre Menard, de quien dice: “es el instrumento para la afirmación de un deseo y el de un imposible mandato, personal y social: ser escritor en vez del padre, ser escritor mejor que el padre, y al mismo tiempo rendir un culto paradójico a las figuras referenciales que están siendo destronadas”.(72) Con la interpretación de Menard, el investigador argentino busca constreñir tanto la pulsión creadora autoral, como la deicida (“egocida”) que se expone en “Ragnarök”: “no se trata ya de escribir (ni de reescribir, como Menard), y ni siquiera de leer, sino de ser: ser Homero, ser Shakespeare, ser Dante, ser Quevedo, ser Ariosto –ser la autoridad, ser el director de la Biblioteca Nacional–” (80). Así, con el asesinato del padre-dios y la adopción de ese lugar como el hijo sempiterno, Premat plantea que una síntesis de la figuración de autor borgiana es la de extenderse desde la alfa hasta la omega. Mas adelante, tras concluirse su ineluctable proceso de ceguera, el mundo que Borges inaugura como el héroe fundador se vuelve interior, proveyéndolo de una visión privilegiada, convirtiéndolo en Tiresias y otorgándole el control hasta de su propia muerte. Es así como Borges nace, crece y muere en su literatura y, por ello, se vuelve el sabio recolector, creador e intérprete de su propia cámara de maravillas.
Si caminamos hacia atrás, podemos notar que Borges se corresponde con la afirmación mencionada líneas antes, la que dice “Madame Bovary soy yo”, mientras que Macedonio colige con la de “Hay una madame Bovary en cada pueblito de Francia”; y, a su vez, Borges asemeja al sabio creador de la Wunderkammer, mientras que Macedonio encarna al ángel melancólico, testigo-ausente. En el contrapunto de estas dos figuraciones es que se desarrollan el resto de las hipótesis de lectura para Di Benedetto, Lamborghini, Saer y Piglia (unas y otras, propendiendo en distintos momentos a sendas figuras de autor), hasta que, en el análisis de Aira, “el idiota de la familia”, las representaciones se deforman para exponer, en clave anamorfosis, la necesidad de socavar una tradición llena de tradiciones y propulsar con ello figuraciones que aún están por inventarse.