Bordeando el vacío: resistencia y silencio
A lo largo del libro hay una serie de resistencias que exploran el lado ambivalente de la palabra: uno que podríamos denominar como negativo, que el aquel que se niega a algo o lo rechaza; y uno que va en un sentido contrario, como un acto de fuerza o posicionamiento ante una situación que exige tomar una postura. La resistencia de los padres a la dictadura militar argentina es sin duda la más inmediata, pero el decidir tener hijos y así continuar la vida, el que el hermano se niegue al convivio con la familia o incluso la dificultad del narrador al contar el relato son otros tipos de resistencias que van en ambos sentidos. Elegir la vida, existir y cuestionarse son en sí mismos actos de resistencia.
La inacción y la potencialidad del no-ser, de acuerdo con Agamben, sobreviven y exceden a los actos, y pueden dotar de existencia política a través de esos pequeños actos que configuran la propia resistencia, como afirma el narrador: «Jamás querría tener un arma en las manos, y decirlo también es una acción, también constituye una historia política»(Fuks, 109).
El silencio se vuelve también una vía de resistencia para los padres del protagonista en Argentina, para salvar a otros y salvarse a sí mismos de la dictadura:
No puedo imaginar, y por eso mis palabras se hacen más abstractas, la indecible circunstancia en que callar no es traicionar, en que callar es resistir, la prueba más extrema de compromiso y amistad. Callar para salvar al otro: callar y aniquilarse (Fuks, 52).
A lo largo de la novela, en el relato de la familia, y en especial el del hermano adoptado, poco a poco se instaura el silencio, como una especie de suspensión de la posibilidad del habla a causa del trauma del exilio. La falta de diálogo se convierte en el centro de las comidas familiares, el hermano se recluye en la soledad de su habitación, todos se abstienen de responder, o ni siquiera se molestan en preguntar. El silencio del hermano adoptado consume su existencia y genera un vacío a su alrededor, contagiando y consumiendo también a la familia. Ese silencio evidencia lo que para Elizabeth Jelin es una de las paradojas del «trauma histórico», que revela «la incapacidad o imposibilidad de construir una narrativa por el vacío dialógico —no hay sujeto y no hay oyente, no hay escucha—. Cuando se abre el camino al diálogo, quien habla y quien escucha comienzan a nombrar, a dar sentido, a construir memorias. Pero se necesitan ambos, interactuando en un escenario compartido» (Jelin, 84).
De acuerdo con críticos como Aarão Reis, la Ley de Amnistía en Brasil, firmada en agosto de 1979, terminó por volverse un elemento central en la (no) construcción de la memoria, pues al aplicar una tabula rasa a los hechos y memorias de la dictadura, impidió en gran medida un diálogo que dotara de inteligibilidad a lo ocurrido. Durante años, la dictadura fue un tema del que poco se hablaba y mucho menos se reflexionaba, con el supuesto de «superar lo que pasó». Teniendo como máxima la idea de superioridad moral que implica el perdón, la amnistía se impuso con la intención de «reafirmar la unidad nacional mediante la liturgia del lenguaje» (Ricoeur, 581).
La amnistía como olvido institucional no permitió la reapropiación del pasado y de su carga traumática, generando un vacío en la comprensión identitaria e histórica brasileña. No sorprende que muchas de las representaciones artísticas que indagan en el periodo de la dictadura, como películas o textos literarios, tengan como eje lo inconcluso, el vacío, lo imposible, la ausencia, lo que existe como potencialidad histórica con posibilidad de intervención en el orden de las cosas impuesto por la violencia, de manera que se vuelva potencialmente reversible, según la noción de historia potencial de Ariella Azoulay.
Se trata siempre del libro posible, de la no restitución del sentido, de la incompletud y de lo lacunar. Este discurso de lo fragmentario y la estética que podríamos llamar como del vacío, no son arbitrariedades estilísticas, sino que esa imposibilidad y ausencia visibilizan y vuelven presente lo invisible, lo prefiguran como remiendos en sus contornos.
Una constante en A resistência es precisamente ese discurso y estética del vacío, que se manifiesta a través del hermano que en realidad no lo es, de la palabra que se desdice, del departamento deshabitado, la fotografía borrosa, el no-lugar. El silencio y lo no dicho se convierten en una pesada losa que ocupa todo el espacio, en escandalosas omisiones que gritan, como el hecho de que el hermano, durante tantos años de terapia, no revele una información tan importante como que es adoptado.
El narrador-hijo menor y narrador-hermano se confronta con identidades e historias de un pasado irrecuperable y lejano, pero que permanece, y que adquiere una dimensión distinta en el Brasil contemporáneo. Con dudas y miedo de si el libro será suficiente, bueno o sensible, se lo entrega a su hermano, lo que desplaza sus dudas y miedo hacia él mismo, a si fue buen hermano, sensible y sincero, y se acerca a él, después de muchos años, para reencontrarse con ese otro tan distinto y tan próximo:
Noto que en el cuarto no caben las palabras. En segundos le daré el libro, y tal vez las palabras encuentren su lugar. Por ahora, esta vez sí, me limito a mirar a mi hermano, levanto la cabeza y mi hermano está ahí, abro bien los ojos y mi hermano está ahí, quiero conocer a mi hermano, quiero ver lo que nunca pude (Fuks, 139).
Nota: Todas las traducciones del texto de Julián Fuks, con original en portugués, fueron realizadas por la autora.
Bibliografía
Avelar, Idelber. Alegorias de la derrota. La ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, Belo Horizonte: Ed. UFMG, 2003.
Fuks, Julián. A resistência. São paulo: Companhia das Letras, 2015.
Jelin, Elizabeth. Los Trabajos De La Memoria, Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2002.
Richard, Nelly y Alberto Moreiras. Pensar En/la Postdictadura. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2001.
Ricœur, Paul. La Memoria, La Historia, El Olvido, Buenos Aires: Fondo de cultura Económica, 2013.