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Narrar desde la ciudad: taxistas y peluqueros en los relatos de Juan Villoro

“Innumerables son los relatos del mundo”, nos recuerda Roland Barthes en uno de los textos clave de la aproximación estructuralista al estudio de las narraciones1; sin duda esta afirmación precisó el ensanchamiento realizado por diversos estudiosos a lo largo de varias  décadas: los incontables relatos del mundo no sólo existen en él, también lo constituyen, lo vuelven inteligible y pueden, incluso, transformarlo. En su ya clásica reflexión en torno al narrador, Walter Benjamin separa la narración que sucede en la vida cotidiana de la que se realiza en la novela; para el pensador alemán la abundancia y auge del relato impreso es el síntoma más evidente de la desaparición de la capacidad humana de compartir la experiencia y dar consejo a través de las historias contadas oralmente2.

Al referirse a las fuentes de donde surgen los relatos orales, Benjamin menciona al marino mercante y al artesano, dos grupos distintos que lejos de oponerse se complementan: el primero da cuenta de los sucesos ocurridos en lugares lejanos mientras que el segundo es el receptáculo de diversas historias, en él encuentran resguardo y voz las narraciones de la comunidad. La diferencia entre ambos radica en su vinculación al espacio; semejante al nómada, el marino recorre el mundo en busca de las materias que aseguren su subsistencia y también encuentra los sucesos y elementos que nutren sus historias. Hermanado con la tierra que toma forma en sus manos, el artesano se desplaza gracias a los otros, en su mesa de trabajo confluyen los hilos que tejen miles de tramas.

La separación señalada por Benjamin entre la narración oral y la literaria es matizada por él mismo al referirse a la obra narrativa del ruso Lesskow; a decir del filósofo, en ella aún es posible encontrar la sabiduría y el consejo, elementos indispensables de cualquier relato transmitido oralmente. En el fondo del pensamiento benjaminiano subyace la idea de la aparente oposición entre oralidad y escritura, la cual ha dado lugar al supuesto de la imposibilidad de consignar literariamente las formas narrativas tradicionales; esta oposición no sólo implica una separación entre universos narrativos, sino también una valoración que privilegia lo literario (escrito) en detrimento de lo tradicional (oral). Cabe aclarar que para Benjamin la situación es inversa: la narración literaria palidece y disminuye frente al relato oral.

A pesar de que estas dos formas de narración parecieran irreconciliables, numerosos son los relatos de fronteras difusas, ya sea por su origen oral y posterior consignación en papel, o a la inversa: las historias verbalizadas que surgieron de la escritura. Dentro de estos relatos de frontera se encuentran “Gente para todo” y “Chicago” de Juan Villoro; antes de destacar algunas características de los relatos mencionados, describiré brevemente mi experiencia de recepción porque en ella se conjugaron tanto la escucha como la lectura. Algunos de los textos de Villoro pueden conseguirse en línea, ya sea en su página oficial o en varias de las publicaciones de las que es colaborador habitual; sin embargo, “Gente para todo” y “Chicago” también pueden escucharse y descargarse en la página Descarga Cultura de la UNAM. Precedidos por una breve introducción y acompañados por el espléndido ensayo “Los once de la tribu”, los dos cuentos se manifiestan en la voz pausada del propio autor, quien los presenta como “relatos de lo real” porque provienen de anécdotas que él escuchó en taxis de la Ciudad de México. Lejos de concebirlos como “cuentos-testimonio”, suponiendo la existencia de este género narrativo, Villoro deja en claro que las historias han pasado por el tamiz de lo literario, “transfigurándose” en narraciones ficcionales que, paradójicamente, buscan reproducir el intercambio verbal oral en el que participó el autor.

De esta manera tenemos un tránsito de la narración oral a la escritura y de ésta a la lectura en voz alta. Como receptor primero escuché los relatos y después pude leerlos, pero mi experiencia de lectura ya estaba orientada por la recepción inicial: mientras seguía las líneas escuchaba la voz de Villoro sonando en mi cabeza. Sin duda es imposible equiparar la lectura en voz alta con la experiencia de la narración oral: aunque ambas comparten el sonido, la oralidad no sólo es lo hablado. La gestualidad, el ritmo, la no linealidad del relato, las variaciones e interpelaciones y la posibilidad de continuar la historia, entre otros, son rasgos que desaparecen en el relato literario escuchado, aunque tal vez lo que sí permanezca sea la experiencia y el consejo.

Comencé hablando de “El narrador” de Benjamin porque pienso que Juan Villoro actualiza las categorías de narradores dadas por el filósofo alemán para adecuarlas al México de fines del siglo XX y principios del XXI. En “Gente para todo”3 se desarrolla una breve teoría del papel de la narración en la actualidad y se establece lo siguiente:

Los remolinos en el pelo y en el tráfico vuelven elocuentes a los hombres, según se deduce de lo mucho que hablan los peluqueros y los taxistas. El ritmo narrativo de una ciudad depende de estas profesiones, que en forma complementaria ofrecen los relatos que se les ocurren a los sedentarios y los que se les ocurren a los nómadas.

Los desplazamientos del marino mercante han terminado en la potencia contenida de los taxis que fatigan la ciudad; la paciencia del artesano vibra en la rasuradora eléctrica que los peluqueros sostienen mientras las estéticas los desplazan hacia el pasado. En la urgencia narrativa de ambos oficios citadinos subyace la experiencia y la noción de consejo que Benjamin destacó como característica fundamental de los relatos instalados en la vida. A decir de Villoro, las historias que cuentan peluqueros y taxistas rara vez surgen de la fortuna; las tragedias cotidianas e individuales, ocasionalmente hilvanadas con tragedias nacionales, constituyen la materia de estos narradores de la desdicha. Sin duda no sólo la desgracia es el objeto privilegiado de la narración, pero sí ocupa buena parte del repertorio de las historias que se cuentan en el día a día.

Peluqueros y taxistas hacen de sus lugares de trabajo el sitio de la narración; si en la Francia del siglo XVII las personas se reunían en torno al fuego de las cocinas a escuchar las historias de las ancianas, según nos dice Robert Darnton, en la Ciudad de México de hoy en día los relatos circulan en el espacio móvil de los taxis y en la fijeza de los locales decorados con cortes del “período clásico-tardío”. La oposición de ambos espacios pareciera implicar la posibilidad de dos universos narrativos: las historias que surgen en un taxi rara vez terminarán en el sillón del peluquero; un relato de este tipo es, precisamente, el que el narrador de “Gente para todo” busca para construir una trama.

Al llegar a cortarse el pelo, el peluquero interpela al narrador señalando las hebras en el piso: “¿Sabe de quién es eso? Me declaré incapaz de identificar a alguien por sus pelos, pero esto era lo de menos; como siempre, el peluquero iba a hablar al margen de mis respuestas”. El hombre de bata y navaja en mano refiere la historia de un cliente que pasó de la desgracia a la fortuna: perdido en los excesos del alcohol sufrió un choque que le costó una mano; en el hospital pudo revalorar el sentido de su vida y gracias a los esmeros de una enfermera, más tarde su esposa, logró salir adelante: el accidente puso orden en su existencia, incluso quería agradecer al chofer del otro automóvil por haberlo “ayudado”. Al salir de la peluquería, el personaje-narrador aborda un taxi y ahí escucha otra historia: un exitoso hombre de negocios tuvo un percance con otro automóvil, su buena suerte lo hizo salir ileso, pero la fortuna ya se había decidido: “en el pavimento vio una imposible estrella de mar. Era una mano”. A partir de ese momento, el hombre lo abandonó todo y se dedicó a beber, su destino prometedor terminó donde había empezado el de su contraparte, el otro sin mano.

La peripecia de ambos personajes implican una vuelta de 180 grados, además de una correspondencia que pareciera aludir a cierto “equilibrio narrativo”: el éxito de uno depende del fracaso del otro. Asimismo, las historias narradas se presentan como las dos caras de una moneda, para que exista una es necesaria la otra, o como señala el narrador del relato: “Esta percepción repartida de la realidad se aplica a toda biografía. Con frecuencia ignoramos la trama que nos completa; sabemos lo que dijo el peluquero, pero no lo que dijo el taxista”.

Por otra parte, la historia de “Chicago” 4 no se construye en torno al acto de narrar, sino alrededor de la configuración del espacio ficcional. Instalados en un taxi, conductor y pasajero inician un diálogo en torno al frío de la ciudad; mientras el pasajero espera un monólogo sobre el clima, el taxista le hace una pregunta inesperada: “¿Usted conoce Chicago?”, frente a la respuesta negativa, el chofer inicia una descripción comparativa: para hablar de una ciudad sólo por él conocida se vale de la ciudad por la que ambos transitan.

Chicago es más o menos del vuelo del DF. Si sube al Ajusco, ve luces hasta La Villa, nomás que ahí hay unos radares gigantes. (…) Haga de cuenta que está en el Estadio Azteca (…) Desde el estadio se puede ir hasta Chapultepec (…) Sólo que no hay bosque sino unos lagos tan grandes que no se ve la otra orilla. (…) Ahí Paseo de la Reforma se llama la Milla Magnífica (…) En la Plaza de Santo Domingo hay una Sinagoga…

La descripción continúa superponiendo en el mapa del DF los edificios, transportes y gente que vive en Chicago: en Las Águilas viven los negros ricos, en Plaza Satélite los chinos y en la Merced los chicanos. Al describir se acepta la discontinuidad de la realidad, a través de las palabras se busca recuperar lo real, ya sea para representarlo o para recrearlo. En este caso, el modelo de una ciudad es la guía para construir verbalmente otra ciudad; la descripción es posible porque la comparación permite las equivalencias. En la descripción empleada en “Chicago” los objetos conocidos se nombran para ceder su sitio a los elementos extraños: el bosque deviene lago, el Zócalo está lleno de pizzerías, el metro es un transporte de primera clase. A pesar de desvanecerse, los referentes de la Ciudad de México impregnan los sitios que los sustituyen: en el texto se da la copresencia imposible de dos ciudades en una sola descripción; a través de las palabras se logra que dos objetos ocupen el mismo lugar en el espacio.

La copresencia de dos ciudades en la misma descripción del espacio ficcional nos recuerda el método descriptivo de las primeras crónicas escritas en América; para que los europeos comprendieran lo que había en este lado del mundo eran necesarias las comparaciones y equivalencias. Sin embargo, en “Chicago” se manifiestan verbalmente procesos propios de las últimas décadas, concretamente lo que García Canclini denomina desterritorialización y reterritorialización. La primea es entendida como “la pérdida de la relación natural de la cultura con los territorios geográficos y sociales”, mientras que la segunda implica “ciertas relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas producciones simbólicas”5. El relato-descripción del taxista no sólo es una puesta en equivalencia de dos ciudades, implica la reformulación de la experiencia de la ciudad a través de la narrativización que se hace de ella; la práctica narrativa apuesta a los referentes conocidos para construir un espacio que se sostiene en la imposible continuidad de ciudades aprehendidas por la experiencia de la emigración, de la no pertenencia al lugar de llegada y de la imposibilidad de permanecer en el sitio de origen. La descripción del taxista redistribuye y organiza los espacios para adecuarlos a las distintas formas en que ha experimentado el nomadismo, ambas motivadas por la búsqueda de sustento.

Al terminar su descripción el taxista dice: “Ah, caray, cómo me agarró la nostalgia. ¿De Chicago?”, pregunta el pasajero. “N’ombre, de México. De pronto me sentí en el Zócalo de allá. Viera que distinto es”. En este breve diálogo se evidencia que la ciudad que recorre el taxista a diario no es la que habita en su memoria. Como dice Calvino “la ciudad no está hecha de objetos, sino de la medida de sus espacios y los acontecimientos de su pasado”, las ciudades se vuelven habitables a través de los recuerdos que van llenando sus espacios. El taxista de “Chicago” extraña una ciudad que construyó desde la lejanía apelando al olvido y la invención.

Narraciones orales o relatos literarios, cuentos de marinos mercantes o historias de artesanos, anécdotas de taxistas o fábulas de peluquería, telenovelas, series o películas, nuestra experiencia en y del mundo es, retomando la triple mimesis de Ricoeur, prefigurada, configurada y refigurada a través de las narraciones. No basta con nombrarnos y nombrar al mundo, tampoco es suficiente pensar el sí mismo y el otro; para comprender nuestro lugar en la infinita trama del tiempo hay que crear los relatos donadores de sentido, aunque tal vez siempre nos falte lo que dijo el taxista o el peluquero.

Acerca del autor

Armando Octavio Velázquez Soto

Profesor Asociado de Tiempo Completo en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor en las áreas de …

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Notas al pie:

  1. Roland Barthes. “Introducción al análisis estructural de los relatos”, Análisis estructural de los relatos, trad. Beatriz Dorriots. México: Premia Editora. 1982. 121.
  2. Vid. Walter Benjamín. El narrador, trad. Pablo Oyarzun. Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados. 2010.  58 y ss.
  3. Juan Villoro. “Gente para todo”, disponible en: https://goo.gl/7xptW2 consultado en septiembre de 2011.
  4. Juan Villoro. “Chicago”, disponible en: https://goo.gl/kMEFWg consultado en septiembre de 2011
  5. Néstor García Canclini. Culturas híbridas. México: Debolsillo. 2009.288.