MAYULI MORALES FAEDO (coord., sel. e introd.). Latinoamérica pensada por mujeres. Trece escritoras irrumpen en el canon del siglo XX. México: UAM-Iztapalapa, 2015, 398 p.
MAYULI MORALES FAEDO (coord., sel. e introd.). Latinoamérica pensada por mujeres. Trece escritoras irrumpen en el canon del siglo XX. México: UAM-Iztapalapa, 2015, 398 p.
Toda buena antología constituye la construcción de un panorama y al mismo tiempo la apuesta por un modo de leer ciertos textos. Así, el valor de una antología debe medirse en función de hasta qué punto ese panorama es sólido y al mismo tiempo renovador; en qué sentido ilumina de modo coherente ciertas zonas que no habíamos sabido apreciar o leer, ya sea de una tradición, un género o cualquier otra convención del campo intelectual. Latinoamérica pensada por mujeres es un buen ejemplo de cómo una revisión crítica del archivo cultural puede llevarnos a la relectura de un tipo de discurso que, de tanto estudiarse, parecería agotado debido a sus redundancias, pero también al constituirse como una suerte de espacio de resistencia: me refiero al manido ensayo latinoamericano, del que muchos hemos abrevado en exceso, incluso hasta lo trillado, y del que se han escrito innumerables libros, tesis, ponencias, artículos y reseñas.
En la introducción al libro, Mayuli Morales afirma que su antología busca “contribuir a subanar una ausencia, al parecer ‘naturalizada’”. Cuando comencé a leer el volumen, lo primero a lo que me llevó fue a revisar los estantes de mis libreros en los que tengo libros de ensayo. Las voces dominantes (y por mucho) son las de escritores hombres, mientras que los volúmenes individuales de ensayo firmados por mujeres son muy reducidos; en la comparación, resultan prácticamente inexistentes. Al revisar con detenimiento diversas compilaciones, todas afirmaban de manera implícita que el ensayo es un género, en lo esencial, practicado por hombres. Dos ejemplos “clásicos”: El ensayo mexicano moderno de José Luis Martínez incluye sesenta ensayistas hombres y ninguna mujer, mientras que El ensayo hispanoamericano del siglo XX de John Skirius incluye sólo a dos mujeres. Si bien antologías recientes resultan más inclusivas, la desigualdad sigue siendo muy evidente.1 En el fondo se insinúa una intuición siniestra: que el carácter de conversación intelectual pública del ensayo excluye a las mujeres de su participación. Obviamente, este prejuicio androcéntrico aparece en toda su incongruencia cuando leemos a pensadoras como Virginia Woolf, María Zambrano, Susan Sontag, Julia Kristeva, Judith Butler, Beatriz Sarlo o Silvia Molloy.
No tengo conocimiento de alguna antología en el ámbito hispánico que sólo incluya a mujeres ensayistas, y ahí radica un valor substancial del libro que compila Morales. Como se nota desde el título, al principal criterio de selección lo atraviesa una perspectiva de género cuya intención es cuestionar el canon a través del cual se ha estructurado históricamente al ensayo en Latinoamérica. En efecto, lo consigue. La obra no sólo constata la participación de múltiples mujeres en la práctica del ensayo, sino que muestra su invisibilización en nuestras historias literarias. Primera lección del libro: cuestionar los supuestos a través de los cuales se ha construido la historia y la crítica literarias en Latinoamérica nos puede otorgar otra mirada sobre la escritura y el pensamiento que se producen en la región. Para ello, la discriminación positiva se vuelve útil, pues consiste en un mecanismo a través del cual una comunidad que no le reconoce un sitio relevante a uno de los elementos que la conforman (en este caso, las mujeres), remarca esa presencia hasta que se generaliza el consenso en torno a su importancia.
Pensado desde esta perspectiva, el volumen me parece una puerta de entrada, algo así como proyectar una lámpara sobre un espacio antes poco recorrido. No están aquí todas las ensayistas latinoamericanas que habría que leer, ni están aquí todos los textos fundamentales de las incluidas. Lo que tenemos es la invitación, rigurosa y puntual, a acercarnos al pensamiento y la escritura de trece escritoras o no muy conocidas para el lector mexicano (como la peruana María Wiesse o la costarricense Yolanda Oreamuno) o conocidas por sus obras en otros géneros (pienso en Gabriela Mistral y Alfonsina Storni, leídas tradicionalmente como poetas, o en Teresa de la Parra y Rosario Castellanos, valoradas sobre todo como narradoras). Lo que hay es el intento por comenzar a construir un archivo alternativo con aquello que las perspectivas oficiales han dejado de lado. Así, la selección temática me parece crucial en la cartografía de este margen. El divorcio, la maternidad, la expresión femenina, la infancia o el trabajo doméstico son tópicos que no suelen reconocerse como propios del ensayo latinoamericano, cuyo sentido de urgencia política o, en su otro extremo, de búsqueda estética, privilegian otros temas o acercamientos que se han oficializado y han caído incluso en la estandarización. En los textos de Victoria Ocampo, Camila Henríquez Ureña, Carmen Naranjo, Nilita Vientós Gastón y Mirta Aguirre Carreras se amplían los registros del género ensayístico, de modo que la diversidad y heterogeneidad del ensayo como práctica se vuelve evidente. Segunda lección de la antología: para comprender y profundizar en un género no sólo hay que leer lo mismo con más profundidad, sino atender otras temáticas, tonos, ideas; cambiar, por decirlo así, de ojos. Nuestros editores deberían aprender de ello.
Abrir el campo a través de nuevas referencias que se hallaban soterradas en el mapa del ensayo latinoamericano constituye de algún modo una paradoja: el ensayo latinoamericano tiene como una de sus discusiones centrales el lugar excluido y marginal tanto del subcontinente como de la escritura que lo cartografía, pero ese mismo discurso ha hecho del ensayo de mujeres un margen. Esto es importante precisarlo y subrayarlo. Desde el ensayo, América Latina se ha pensado tradicionalmente como subordinada a las metrópolis imperiales, como un margen del occidente moderno, y desde ahí ha construido una crítica a los modos en que se legitiman los discursos y los saberes. No obstante, la subordinación siempre implica complejidades que van más allá de aquellos maniqueísmos morales en donde lo defendible estaría siempre del lado contrario a quienes detentan el poder. Este libro nos lo hace notar. Si el ensayo ha sido visto en términos peyorativos desde otras formas de construir pensamiento (como el tratado filosófico), en América Latina esta denigración e ilegitimidad se ha proyectado sobre un sujeto cuya voz ha sufrido supresión, condicionamiento o invisibilidad: la de las mujeres. Todo margen construye márgenes; los excluidos ejercen a su vez formas de exclusión. Tercera lección de la antología: hay que ponerle más atención a los colonialismos internos que nos constituyen.
Como se ve, hablar de canon es hablar de inclusiones y exclusiones. Si la interrogación sobre el modo en que construimos cánones de lectura está en el centro del libro, me parece fundamental darle continuidad al proyecto y ampliarlo a otras décadas, actualizando la reflexión que Mayuli Morales nos propone. Salvo en contados casos de textos aparecidos en los setenta y ochenta (apreciables ya hacia el final del volumen), la antología rastrea ensayos que se concentran de manera mayoritaria en la primera mitad del siglo XX y hasta los años sesenta. Sería muy valioso que otra antología nos abriera el panorama de lo que ocurrió con el ensayo de mujeres en las décadas posteriores, pensando, por ejemplo, en alterar la imagen del ensayo que aún tenemos respecto al periodo en donde fue evidente el predominio del Boom, o en años mucho más recientes, en donde el género ha modificado de manera considerable las temáticas y perspectivas que abrazaba de manera tradicional.
Esa antología potencial sería una oportunidad para intentar responder a varias interrogantes que resultan de absoluta necesidad y que apenas están anunciadas en esta compilación: ¿Qué tradición del ensayo reivindican las escritoras y cómo se le actualiza frente a las presiones de la industria cultural, la cultura de masas y la idea del escritor como superestrella?, ¿qué tipo de transgresiones novedosas han generado las ensayistas contemporáneas frente a los nuevos medios, la crisis del mercado editorial, la explosión de la cultura de la imagen y la aparición de las redes sociales?, ¿Cómo ha respondido el ensayo de mujeres frente a los procesos de precarización propios del capitalismo globalizado?, ¿Qué perspectiva nos ofrece la mirada ensayística de escritoras como Elena Poniatowska, Marta Traba, Diamela Eltit, Josefina Ludmer, Margo Glantz, María Moreno, Cristina Rivera-Garza y Vivian Abenshushan?
Si la intención general de este volumen es abrirle fisuras a la ciudad letrada que pervivía hacia mediados del siglo XX, dominada sobre todo por la voz de intelectuales hombres, una antología de ensayistas contemporáneas que le diera continuidad ya no sólo debería abrir el campo intelectual desde la perspectiva del feminismo, sino que tendría que proponer los modos en que la escritura ensayística lo pone en crisis en otros sentidos. Es decir, no pensar sólo en cómo ciertas ideas sobre el valor literario, la autonomía estética o el predominio de la mirada masculina han dominado, sino también desde otros aprioris que han sustentado al campo intelectual latinoamericano. Me detengo aquí sobre todo en uno de los criterios que articulan el libro y que proviene justo de la tradición canónica del ensayo latinoamericano que se está intentando fisurar: la idea de restringir el ensayo al ámbito hispanoamericano, en relación con un otro (europeo, occidental, colonialista) del que es necesario diferenciarse y defenderse. Y aquí es donde me pregunto si no sería fundamental, además de un proceso de inclusión de las voces de mujeres en el estudio sobre el ensayo, también romper con los límites geográficos de esa comunidad imaginada (Latinoamérica o Hispanoamérica) para pensar al género. En otras palabras: ¿no debería acompañar a la denuncia del criterio patriarcal también una puesta en cuestión del carácter muchas veces endógeno del criterio geográfico presente en nuestra historiografía literaria? ¿Incluir a escritoras no sólo brasileñas (pienso, por supuesto, en Clarice Lispector), sino también provenientes de la península ibérica no posibilitaría otras formas de lectura, otros mapas y otros diálogos necesarios? De igual modo, ¿no debería incluirse a aquellas que desde Estados Unidos u otras latitudes han escrito ensayísticamente sobre América Latina pensando también desde una perspectiva de género (Jean Franco, Francine Masiello y un largo etcétera)? ¿Poner en relación las obras de Beatriz Preciado y Diana J. Torres con los escritos de Nelly Richard o Gabriela Wiener no nos ofrecería otros panoramas y formas de leer más allá de cómo se construyó originalmente la tradición canónica del ensayo latinoamericano?, ¿Nos permitiría esto profundizar en la deconstrucción de la historia oficial no sólo del ensayo, sino del latinoamericanismo dominante que se practica tanto en la academia como en otros ámbitos de nuestro campo intelectual?
Planteo estas interrogantes, por supuesto, con el ánimo de dialogar con la propuesta de Mayuli Morales, pero también como un modo de celebrar la aparición de un libro que, como se ve, invita a la reflexión, a la polémica y a la necesidad de ampliar e incluir voces que resultan como nunca antes necesarias, sobre todo en un país que no ha dejado de violentarlas o excluirlas, y que actualmente parece decidido a silenciar, desaparecer o sencillamente desechar a las mujeres.2
Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor de literatura en la Universidad…
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