Los personajes infantiles de Patricia Esteban Erlés funcionan de diferente manera y en su contraste con los de Matute surgen vetas variadas de análisis. En el caso específico de Casa de muñecas, predominan las niñas, pero la relación con el juguete infantil es de rivalidad, por lo que salen a relucir decisiones agresivas tanto de las muñecas como de sus dueñas. La voz que tanto importa en Matute para conocer al personaje en su totalidad, con Esteban Erlés resulta breve, tajante, dando como resultado personajes tipificados; aquí no importa conocer a las niñas o muñecas en su individualidad, pocas veces reciben un nombre, mientras que Matute les da hasta un apodo. Ahora la relevancia radica en que la tipificación construye los ambientes y permite textos más breves. Son objetivos muy distintos entre ambas autoras, la del siglo pasado desarrollaba a los personajes hasta delinear a esos niños, mientras que la actual rescata el campo semántico que es típico de las muñecas a favor de su escenario.
Respecto al personaje tipo, Francisco Álamo lo define como: “un personaje que sintetiza lo individual y lo colectivo, dado que encarna en sí mismo toda una categoría de personajes del universo ficcional construida a partir de unos determinados rasgos comunes” (214). Los personajes tipo, por tanto, se encuentran en un primer trazo que se dibuja gracias a los lugares comunes que comparten autor y lector, pero que carecen de fondo y complejidad, mientras que funcionan como un recurso óptimo para la elipsis y la información sucinta, en consecuencia son útiles para los microrrelatos.
Patricia Estéban Erlés tiene otros intereses más allá de la representación de un mundo infantil: el título, los protagonistas, y una brevedad mucho más intensificada que en los textos de Matute, permiten que los personajes tipificados coincidan en sus acciones y, en consecuencia, podría decirse que se repiten en más de un relato, dado que pocas veces tienen un nombre que los distinga, pero sí similitudes en sus comportamientos. Entonces, las voces de una madre o una niña en los primeros relatos pueden repetirse más adelante, pues no se trata de su identificación, sino de las piezas que pertenecen a la casa. Sobre la tipificación en el microrrelato, José Luis Fernández señala: “la imposibilidad de caracterizar personajes o desarrollar atmósferas a través de pausas descriptivas, se vuelve oportunidad, en tanto se diseñan estrategias elípticas o alusivas, para bocetar una coordenada temporo-espacial o delinear el rol que desempeña un actante” (138). En el caso de Esteban Erlés, los personajes funcionan como acierto del escenario que tiene mayor relevancia en toda la obra.
Aunado a lo anterior, la tipificación va acorde con la construcción de la crueldad o la venganza, lo que contradice esa primera referencia superficial respecto a la infancia. La inocencia que suponen las niñas, así como los elementos en torno a ellas es irrumpida para demostrar su propia simulación. En Casa de muñecas, la crueldad no significa la descripción de situaciones violentas, sino la sugerencia de momentos sobrenaturales, el inicio o insinuación de que el daño entre personajes no amigables, sino rivales, se aproxima:
“Rosaura”
Mamá salía con el novio de turno cada noche y me dejaba encerrada en el salón, viendo la tele con mi muñeca. No salgas hoy, le suplicaba, no salgas. Fuera hace frío y ella no es buena. Mamá se reía y me daba un beso que me arañaba la nariz con sus pestañas postizas. Rosaura te cuida, cómo dices que es mala, loca, pórtate bien que ella me lo cuenta todo, y sin más sus tacones torcidos, como el caballo negro del malo, se la llevaban lejos, y lejos era un lugar llamado madrugada. Las dos permanecíamos en vela hasta que terminaba la emisión, mirando embobadas la carta de ajuste. El corazón de Rosaura comenzaba a latir justo cuando el mío se paraba (91).
La brevedad propicia la sugerencia de una escena ominosa que está por ocurrir o bien la reacción final. Como sea, son fragmentos sólidos que ayudan a conocer la casa y la constante rivalidad de sus habitantes. En más de un relato la muñeca se confunde con su dueña o la suplanta; por ejemplo, en “Paradoja”: “La pobre niña antigua del retrato en sepia no lograba entender aquella maldición terrible. Cuanto más crecía ella, más pequeña se volvía su muñeca” (21). La infancia justifica la presencia de una muñeca, pero al tratarse de un texto breve, el foco de atención se encuentra en el intercambio de roles de dos personajes que de manera habitual no deberían re-animarse ni estar en oposición.
Sin embargo, como se mencionó anteriormente, los relatos no sólo aluden a las niñas, lo que prevalece es una mirada femenina que continua en protagonistas, pero de igual forma, la mujer adulta tiene una enemiga que es ella misma; de nueva cuenta se trata de la suplantación o rivalidad. Existe una constante por equiparar personajes similares que terminan ocupando el lugar de la otra. Tan es así que se desarrollan conflictos entre madre e hija, hermanas, gemelas, fantasmas y seres vivos, entre otras mujeres o, como ocurre en la sección Cuarto de baño, el recurso del espejo cuestiona quién es el reflejo de quién, como en “Espejo impertinente”: “Tú no eres la del espejo, eres aquella que la del espejo no quiere ser” (71).
La suplantación y rivalidad va más allá de los personajes y llega a la misma casa. Ésta, que se va detallando desde un inicio es, finalmente, la principal actante. En el apartado final, titulado Exteriores, se descubre a la misma casa como una protagonista, suplantando a la narradora quien finalmente menciona: “Ella llevaba puesto mi vestido rojo, yo su tejado. Echó a correr como una loca, feliz de ser tan liviana. No pude seguirla. Sus cimientos de doscientos años y el peso de sus vigas de roble me lo impidieron” (177). Como consecuencia, además de la suplantación, se indica un cambio de roles donde el edificio siempre ha tenido vida, pues “vigila con sus ventanas entornadas” (179).
A pesar de que Ana María Matute y Patricia Esteban Erlés son autoras de distintas generaciones y objetivos, la comparación respecto al uso de personajes infantiles permite observar que la primera se detiene en construirlos como tales, mientras que la segunda se sostiene en los campos semánticos de “casa” y “muñecas”, comunes al lector. Como consecuencia, la literatura de Esteban Erlés mueve el foco hacia los protagonistas para otorgárselo al escenario, pero la mirada no se queda ahí, éste escenario se convierte en una actante principal que devela todas sus caras. Por esta razón el libro, compuesto de relatos variados, presenta una unidad, la idea de construcción en sentido arquitectónico lo distingue de otros libros de textos breves que, a pesar de contener una misma línea temática, no generan el efecto de conjunto como sí ocurre en este caso. Y no porque éste deba ser imperante, pero sí funciona como metáfora de “obra”, de “casa” en todos sus sentidos.