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Aporías democráticas: Breve contrahistoria de la democracia de Francisco Serratos

A lo largo del orbe, la proliferación y la llegada al poder de partidos con una agenda política conservadora, y en algunos casos de ultra derecha, ha traído consigo no sólo la desconfianza en el funcionamiento e imparcialidad de las instituciones (cortes, sistemas judiciales, fiscalías, institutos electorales, comisiones, organismos reguladores, fundaciones, organizaciones civiles, etc.), sino que nos ha hecho mirar con recelo el modelo político a través del cual estos partidos se han hecho con el poder: la democracia. El auge de la derecha mundial parece, más que una anomalía, un síntoma de desgaste del sistema democrático.

El ascenso de las derechas en las democracias occidentales –junto con su retórica antinmigrante, muchas de las veces también misógina y militarista–, parece el tiro de gracia a una sociedad civil que a lo largo de las últimas décadas se le ha despojado de garantías que hace no mucho parecían ya conquistadas: acceso a la educación, a la salud o al trabajo digno. Pululan por cientos de miles los jóvenes que no encuentran cabida en los sistemas de educación pública o que recurren a onerosas deudas, que tardarán decenios en pagar, para costear estudios universitarios. Aquellos que intenten integrarse al mundo laboral encontrarán no sólo precariedad, sino la ausencia de cualquier tipo de seguridad social. El derecho a la salud se ha convertido, incluso en los países más prósperos, en un privilegio de las minorías acaudaladas. Los sindicatos de trabajadores y uniones obreras parecen haber pasado a los anales de la historia y los esquemas laborales sin ningún tipo de garantía basados en la subcontratación no son la excepción, sino la norma. ¿A quién debemos culpar?

Asistentes a la manifestación de extrema derecha Unite the Right en Charlottesville, Virginia, agosto de 2017. Fuente: Wikipedia.

Las derechas han hecho lo propio y sus narrativas han señalado a los chivos expiatorios que acostumbran: los inmigrantes, los pobres, los indígenas, las mujeres, los marginados, las minorías sexuales y religiosas. Por su lado, las izquierdas no sólo no encuentran el consenso, sino que viven una de las más grandes crisis de identidad ideológica de su historia. Serratos (Veracruz, 1982), entre otros apoyado en los análisis de M. I. Finley, Luciano Canfora, Norberto Bobbio, Domenico Losurdo, Wendy Brown, Ellen Wood o Michael Foucault, analiza las grandes fallas políticas del sistema democrático, desde su nacimiento en la Grecia del siglo VI hasta su vertiente neoliberal de finales de siglo XX y principios del XXI, para subrayar que las grandes aberraciones políticas de nuestra era deben rastrearse en el nacimiento de la democracia misma y en su más elemental aporía: la desigualdad.

La tesis de Serratos en Breve contrahistoria de la democracia es tan simple como provocadora: la responsable de las grandes decepciones políticas del sistema democrático a lo largo de la historia es la democracia misma. La desigualdad, la esclavitud, la discriminación, la xenofobia, el racismo o la guerra, no son consecuencias indeseadas del sistema democrático, sino las premisas que le subyacen. Para este propósito, Serratos recurre al examen de tres momentos que considera definitorios en la historia de la democracia, tres estadios que han moldeado el sistema que se vive hoy en día: la Atenas clásica de los siglos V y IV a.C., el surgimiento de la democracia liberal y representativa durante los siglos XVIII y XIX, y por último el sistema democrático de los últimos cuarenta años en Occidente.

A la manera de Foucault (La arqueología del saber), Serratos escarba en la historia de la democracia sin intenciones de exhaustividad cronológica, sino como una forma de desentrañar las relaciones económicas, políticas, cívicas y discursivas que han moldeado la democracia hasta nuestros días: “… tomo la historia como un argumento y no como un fin para describir la democracia en aquellos tres periodos. Me explico: interesan más las ideas y relaciones en las que estaba fundada la práctica de la democracia que su cronología” (10). No sin ápice de ironía, el autor se pregunta cómo es que, después de siglos de revoluciones, luchas, guerras, discordias, genocidios, precariedad económica y una terrible violencia ejercida sobre las mayorías, seguimos defendiendo la democracia:

No importa desde cuál perspectiva se intente aplicar, desde el liberalismo hasta el socialismo, la democracia ha demostrado ser tan ineficaz, y en algunos casos peor, que cualquier otra forma de sistema político. Hemos llegado a un callejón sin salida y olvidado el camino de regreso. Este ensayo, en lugar de conducirnos más adentro de ese callejón hacia una posible luz o salida al paraíso, es un esfuerzo por ir hacia atrás y así, tal vez, ayudarnos a entender por qué la democracia parece haber condenado a sus practicantes a una vida en un mundo cada vez más desigual, empobrecido, explotado y contaminado (11-12).

Uno de los grandes y más arcaicos conceptos de la política en Occidente, y quizá la justificación última de la democracia, se nos dice, fue la férrea defensa griega de la libertad. Las grandes estrategias y victorias militares de los griegos, ya sea en Maratón, las Termópilas o Salamina, frente a un ejército persa que los superaba en número y equipamiento militar, consolidarían la idea de libertad y el modelo democrático ateniense. La constitución de Solón, y las reformas democráticas de Clístenes, Efialtes o Pericles, no pueden explicarse fuera del contexto de las Guerras Médicas y la defensa por parte de las ciudades griegas de su soberanía. En estos términos, es posible afirmar que el nacimiento de la democracia está estrechamente ligada al mayor conflicto bélico que hasta entonces había enfrentado Occidente. Las crónicas de Heródoto de Halicarnaso, si bien cuentan las glorias y derrotas griegas, así como las batallas intestinas del imperio persa, narran sobre todo la defensa, nos dice Serratos, del valor más estimable entre los griegos:

Éste es el tema principal del gran libro de Heródoto, Las Historias, en el que cuenta, en resumidas palabras, la lucha del pueblo ateniense por salvaguardar su valor más preciado, y que todavía no han abandonado, gracias a su retórica, las naciones modernas que concibieron la democracia como sistema político: la libertad (15).

Si bien las reformas de Solón (quien pertenecía a la aristocracia ateniense) implicaban libertad e igualdad política entre los ciudadanos griegos, no hacían lo mismo con su condición económica. Siguiendo las lecturas de Finley y Canfora, Serratos nos sugiere que las reformas al sistema político de Atenas, lejos de crear una sociedad más justa e igualitaria, tenían la finalidad de instaurar una explotación más moderada que controlara los abusos de los eupátridas (aristócratas poseedores de la tierra) y la esclavitud de la que eran objeto muchos campesinos. Si bien la democracia garantizaba igualdad política, no hacía lo mismo respecto de las condiciones sociales y económicas de los ciudadanos. La democracia griega, al instaurar la idea de ciudadanía y diferentes gravámenes monetarios entre el pueblo, también institucionaliza lo que ahora denominamos clases sociales:

[…] no es responsabilidad del Estado proveer de un sustento a sus ciudadanos, sólo lo provee de determinados derechos políticos que le garantizan la libertad de decidir cómo ganarse la vida y que no debe atentar contra la libertad de los demás ciudadanos […] Sin embargo, las reformas acarrearon nuevos conflictos de clase a la renovada sociedad ateniense, pues los ricos denostaron la democracia y la llevaron hacia caminos que satisfacían su beneficio y no del pueblo (demo). Eleutheria [libertad], por ejemplo, para el ciudadano pobre significaba libertad de trabajo o de dedicarse por un oficio, pero para el rico significaba libertad de trabajo. La sociedad se dividió entonces entre los que necesitaban trabajar y los que no lo necesitaban. De eso se trataba la democracia ateniense (21).

La desigualdad económica, así como la esclavitud –como era de esperarse de un estado bélico–, eran condiciones naturales que convivían con el régimen democrático. Frente a un discurso histórico que enarbolaba las bondades de la democracia y la sociedad ateniense, ya Engels se había encargado de señalar en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado que la esclavitud había sido la responsable de la bonanza y la riqueza del estado griego. Los datos presentados por Serratos son espeluznantes: por cada ciudadano de Atenas había cuatro esclavos. Que es lo mismo que decir que el 80% de los seres humanos que habitaban la gloriosa ciudad de Atenas carecían del reconocimiento como ciudadanos y, no es descabellado pensarlo, gran parte de ellos vivían en condiciones infrahumanas.

Si los ciudadanos griegos no podían esclavizarse los unos a los otros, ¿cómo explicar la bonanza económica o la solvencia del estilo de vida de aquellos que contaban con el privilegio de la ciudadanía griega y pertenecían a las clases pudientes? Entre las guerras médicas de inicios del siglo V a.C. y el año 338 a.C. cuando el rey Filipo II de Macedonia derrota a la última alianza griega liderada por Atenas en la batalla de Queronea, se cuenta al menos un siglo y medio en el que Atenas vivió apenas un par de décadas de paz. La democracia ateniense se constituyo, sin cortapisas, como un estado bélico y esclavista.

Vista panorámica actual de la Acrópolis de Atenas. Fuente: Wikipedia.

El balance de la democracia ateniense que hace Serratos, sin ser novedoso, es esclarecedor y contribuye al horizonte de comprensión de varias generaciones de estudiantes y académicos educados bajo una tradición greco-germana que glorificó, como ninguna otra civilización, la Grecia clásica:

Si resumiera las singularidades de la democracia ateniense, diría que su historia no es tan paradisiaca como la cuentan algunos modernos, quienes la evaluaron y la adaptaron de acuerdo a otros intereses. Es una historia plagada de clasismo, manipulación política, discriminación sexual, guerra, abuso de poder, censura, explotación laboral, colonialismo y, por último, aunque no menos importante, de esclavitud (43).

Justo es la esclavitud el elemento que ayudará al autor a vincular la práctica democrática en la Grecia clásica con la democracia liberal de los siglos XVIII y XIX. Si bien a través de la democracia los griegos pudieron materializar las aspiraciones de libertad entre sus ciudadanos, a juicio de Serratos, el liberalismo económico encuentra en la democracia el modelo perfecto para materializar la piedra de toque de sus propuestas políticas: la propiedad privada:

La libertad que los atenienses entendían como democracia era la igualdad política entre ellos mismos, mientras que para los liberales era la garantía de propiedad privada que no podía ser otorgada por una institución, porque el Gobierno era representado por un rey o un Estado, que era el enemigo de esa libertad […] No es casualidad, como señaló Max Weber, que el liberalismo surgiera precisamente en los países protestantes que renegaron del papado de la misma manera que lo hicieron de la figura del rey (48-50).

Siguiendo la lectura de Bobbio, el autor señala que la más grande consecuencia del liberalismo fue la escisión de la política de otras esferas sociales como la economía, la cultura o la familia. El liberalismo transforma la deliberación cívica y ética de ciudadanos libres en libertad económica, defensa y acumulación de propiedad. Para garantizar este expansionismo económico, las democracias liberales habrán de restringir el concepto de pueblo a las naciones desarrolladas que merecían gobernarse a sí mismas y así diferenciarlas de los pueblos “menos desarrollados” que habrán de someterse al despotismo. Si democracia ateniense necesitaba de la esclavitud para la generación de bienestar y riqueza para sus ciudadanos, las democracias liberales recurrirán al mismo mecanismo, ahora en forma de colonialismo y de una esclavitud sustentada en la raza:

Ambas sociedades estaban sustentadas en la explotación laboral de los esclavos y los más desposeídos; mientras la primera [la ateniense] abrió la participación política a todos los miembros de la comunidad, la segunda [los liberales] la consideraba un privilegio al reservar las decisiones y puestos burocráticos a una parte de la ciudadanía […] existe una similitud más entre estos sistemas políticos: así como la democracia impulsó el crecimiento del imperio ateniense, también lo hizo con el expansionismo anglosajón en América y el colonialismo inglés y francés en África (72).

Ganadora de la XV edición del premio Guillermo Rousset Banda de ensayo político convocado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), la Breve contrahistoria de la democracia de Francisco Serratos es una ensayística a contrapelo que condensa, en un texto claro, preciso y ameno –pero no por ello complaciente o insustancial–, una serie de lecturas críticas que ponen bajo examen las supuestas bondades del sistema democrático. Evidencia, además, que a lo largo de su historia la práctica democrática se ha caracterizado por la exclusión de determinados sectores de la categoría de “pueblo” para justificar el beneficio y enriquecimiento de otros. Ya sea el bárbaro, el esclavo de guerra o incluso la mujer, que deben ser segregados de la comunidad de ciudadanos griegos libres, o el indio y el negro que por su raza ameritan ser esclavizados, el recorrido trazado por Serratos muestra cómo la democracia, en la práctica, ha discriminado, empobrecido e incluso asesinado a grandes mayorías. La fórmula, a escala global, parece repetirse ahora bajo la categoría de inmigrante. Para su funcionamiento, al gobierno de las mayorías, parece, le incomoda la diversidad.

El autor, Francisco Serratos.

En un panorama donde la ensayística bien documentada suele recurrir a exuberantes pilas de citas bibliográficas para hacerse de autoridad, o donde se suele atribuir sabiduría a argumentaciones de enmarañada sintaxis, la invitación de Ortega y Gasset, “la claridad es la cortesía del filósofo”, es más necesaria que nunca. El jurado calificador del certamen Guillermo Rousset Banda calificó a Breve contrahistoria de la democracia como un ensayo ágil, de fácil lectura, bien fundamentado y argumentado, incisivo y provocador.

El libro de Serratos se antoja a un manual para el descontento y el desencanto democrático en un mundo que cada vez exige más involucramiento político, pero que al mismo tiempo restringe los espacios para hacerlo. En un sentido prefacio, el autor narra cómo, desde temprana edad, la experiencia personal marcó su desaliento por la democracia. Durante las fraudulentas elecciones de 1988 en México, en una de las miles de casillas a lo largo del país, un grupo de hombres amedrentan a una humilde anciana encargada del conteo de votos en una primaria pública de Sayula, Veracruz. La funcionaria electoral, abuela del autor, mientras se retira de la casilla y observa consumarse un fraude que significará un retraso de 30 años para la llegada democrática a la presidencia de un partido de izquierda en México, da una lección a su nieto: “En la política los jodidos no cabemos”.

Esa es, quizá, la mayor objeción al trabajo de Serratos. O, más bien, la expectativa no cumplida o la secuela esperada: México. Tras la llegada a la presidencia vía democrática del partido político más cercano a los principios de izquierda, su incipiente administración parece confirmar una de las conclusiones que se desprenden del libro de Serratos: la democracia, hasta ahora, se parece más a una alternancia de oligarquías en el poder que a un gobierno de las mayorías. Hace falta la historia de los jodidos, de los que no han encontrado representatividad en el régimen democrático mexicano. Me explico: Una Breve contrahistoria de la democracia mexicana.

 

Acerca del autor

Oscar Zapata

Es egresado de la Maestría bilingüe en Creación Literaria de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP) y de la Licenciatura en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue jefe de redacción del periódico El Libertador de Oaxaca, coeditor de la revista Entribu y editor de la Revista Ensayos de la UNAM. Trabajó como Asistente de Investigación de la escritora y académica Margo Glantz, formó parte del cuerpo editorial del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) y de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Fue acreedor de la Beca Fulbright-García Robles en 2014 y ganador de los premios John & Vida White Fiction Award 2017 y Hector Enriquez Travel Essay Award 2017. Actualmente se desempeña como editor y traductor.

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