Portada de Ellas se están comiendo al gato, Taller de Edición Rocca.

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“Explorar la idiosincrasia colombiana y latinoamericana en clave zombi”, conversación con Miguel Ángel Manrique

A raíz de la lectura del libro Ellas se están comiendo al gato (Taller de Edición Rocca, Bogotá, 2013; Tusquets, México, 2016), mantuve una conversación con su autor, Miguel Ángel Manrique (Carmen de Bolívar, 1967). Las preguntas que le formulé surgieron de mi interés hacia el género al que su texto se adapta, la ficción sobre apocalipsis zombis, y sobre la incorporación en él de elementos de la realidad latinoamericana contemporánea, combinación cuyo resultado es una novela corta (o colección de relatos con un mismo protagonista) que da cuenta de la violencia múltiple a la que ha sido sometida la región. Alejado de los registros realistas y de la inmersión testimonial, que abundan en la escena literaria actual, el texto de Manrique concibe denuncias metafóricas que plantean otra manera de representar dichos conflictos a través de la ucronía, del formato periodístico ficcionalizado, de la persistencia de la cultura impresa en la era de muertos vivientes, y de la versatilidad del tópico del manuscrito encontrado, equivalente al found footage audiovisual. Si bien la trama cubre las prescripciones de la narrativa sobre zombis, el libro que ha generado la siguiente entrevista apunta al cuestionamiento de la mercantilización de los poderes fácticos: los avances tecnológicos, el conocimiento académico, los media y la gestión del arte, todos ellos retratados como negocios ampliamente provechosos. En resumen, la capitalización de la información especializada en una época de cadáveres que, fuera de toda lógica, pero no por ello inverosímiles, se levantan y deambulan de Bogotá hacia otras ciudades de América Latina.

Portada de Ellas se están comiendo al gato, Taller de Edición Rocca.

Héctor Fernando Vizcarra: Ellas se están comiendo al gato, tu novela más reciente, está claramente inserta en el género de zombis. En ella, hay una epidemia de muertos vivientes y el relato de cómo escapar de ellos, tal como están configuradas la mayoría de las tramas de ese tipo de ficción. Sin embargo, uno de los puntos que me parecen más sobresalientes es que utilizas recursos metaliterarios —el comentario crítico, el formato periodístico, la cultura impresa— para dar densidad a la novela y al narrador protagonista. ¿Cuál fue el mayor reto que enfrentaste para cohesionar un género de la cultura popular y esos aspectos recurrentes en la ficción literaria de los últimos años?

Miguel Ángel Manrique: El mayor reto fue aceptar que la literatura puede hablar de cualquier tema, y que no existen temas más distinguidos o nobles que otros: los caballeros locos, las mujeres aburridas, los detectives borrachos, los vampiros solitarios y los monstruos enamorados parecen personajes innobles. Pero la materia de la literatura es todo lo que es innoble, que el escritor ennoblece mediante los recursos del arte de la ficción, que son los recursos de la imaginación literaria, y los del lenguaje. La pregunta sobre cómo cohesionar los diversos recursos narrativos en Ellas se están comiendo al gato es muy interesante porque me invita a pensar en los ingredientes de la cocina de la literatura contemporánea, que son los mismos que usó Cervantes en Don Quijote y que usan todos los escritores: incorporar otros textos, literarios o no, a la novela. Cervantes, por ejemplo, usó la novela de caballerías y la novela pastoril (que fueron géneros populares en los siglos XV y XVI, pero ya en decadencia en el siglo XVII), así como por otras razones estéticas Joyce usó la literatura clásica y moderna o Vila-Matas a Melville. La literatura es una constante visita a la literatura, a la cultura, a la sociedad y a la vida del autor. ¿Qué hubiera sido de Madame Bovary sin la novela romántica y sin los clichés sentimentales populares en el siglo XIX? Los autores latinoamericanos incorporaron a la novela recursos como la parodia, el pastiche y la sátira. Carlos Fuentes, por ejemplo, usó elementos de la novela gótica en Aura, que es un relato de terror: la casa húmeda y sombría, la anciana medio vampira, la fantasmal Aura, la iluminación tétrica y la atmósfera macabra. Posteriormente, Roberto Bolaño incorporó la temática zombi en el cuento “El hijo del coronel”, en el que describe una película de muertos vivientes de serie B, con todas sus convenciones. Los zombis son monstruos que fueron popularizados por el cómic, el cine y la literatura, y me llamaron la atención porque los considero la mejor representación del hombre contemporáneo. Drácula era un noble, un conde solitario; Frankenstein un monstruo fabricado por la soberbia científica, pero también un monstruo solitario. Los zombis, en cambio, son monstruos colectivos, son parte de la experiencia democrática porque nos iguala, pero también residuos del capitalismo, como lo advirtió el director de cine George Romero; lo cual tiene mucho sentido en el siglo XXI, en plena época de globalización, economía de mercado y ciudades masificadas. Así que es tan legítimo escribir una historia sobre un periodista que entrevista a unos sobrevivientes de una hecatombe mutante, como una que narre los últimos días de la vida de un dictador.

HFV: Como en toda narración de zombis, hay varias lecturas políticas (sobre el consumismo, la alienación, la conformación de sociedades en conflicto). La mayor parte de la ficción de zombis proviene del ámbito anglosajón, y, al menos en el canon iniciado por George A. Romero en el cine, suele ser distópica. ¿Cómo influyó el contexto colombiano (y quizá latinoamericano) en tu versión del apocalipsis de muertos vivientes?

MAM: En uno de los relatos del libro escribo que, a pesar de que Colombia es un país en donde abundan los muertos, no hay relatos de muertos vivientes. No existe literatura de zombis. Lo lógico hubiera sido que este género tuviera más obras y autores, pues ha sido un país tradicionalmente violento. Las novelas de la violencia en su mayoría son de corte realista y de temática política. Sin embargo, también por tradición, géneros como el terror o la ciencia ficción son géneros de culto en el país. Se ha creído que son inferiores a los géneros “literarios” o “intelectuales”. O se les descalifica con el falso rótulo de “literatura juvenil”. Ronda una hipótesis que dice que en Colombia el terror de la violencia guerrillera y paramilitar —tomas armadas de pueblos, uso de motosierras para desmembrar personas y hasta de hornos crematorios para desaparecerlas del todo—, se ha transformado en horror, y con ello ha impedido que la gente disfrute del terror proporcionado por la ficción literaria. Ellas se están comiendo al gato me permitió explorar la idiosincrasia colombiana y quizá latinoamericana en clave zombi: la reacción de la historia, el arte, la política y la ciencia ante una hecatombe mutante.

Edición mexicana, Tusquets.

HFV: La cultura de masas es visible en tu novela, no sólo en el género, sino también en las constantes temáticas y en los dilemas de los personajes. ¿Crees que estas manifestaciones culturales, amplificadas por el flujo de comunicación actual, estén modificando las maneras de reescribir temas recurrentes en la literatura latinoamericana, al menos con escritores de tu generación?

MAM: ¿Qué es la cultura de masas sino cultura? ¿Qué es la cultura popular sino cultura? Hay una especie de sesgo cognitivo cuando se define la literatura como “alta” cultura, para oponerla a la producción en serie de sagas juveniles o bestsellers, pero también para oponerla a géneros como el policíaco, la ciencia ficción o el terror. Creo que es una equivocación. Lo que yo creo es que no hay temas, personajes ni palabras vedadas para un escritor. La literatura es un campo bastante generoso, por fortuna. Bastante democrático. Del otro lado, los lectores no son una comunidad homogénea en la que todos leen lo mismo. Hay diversidad de lectores, así como de libros y escritores. Los temas de la literatura son los temas de la cultura que experimenta el escritor, que lo permean, que corresponden a su habitus, para citar un término sociológico. Yo vi de adolescente el video Thriller de Michael Jackson y me impresionó no solo por el baile y la coreografía, sino por la presencia de los muertos vivientes. El rey del pop popularizó los zombis, más que George Romero, porque Thriller se transmitió por MTV a millones de personas en el mundo. Así que el tema estaba ya estaba en el aire. Yo crecí con esos referentes en la cabeza. Luego vino el contacto con amigos que hablaban con seriedad de zombis y monstruos, así como de cómics, de películas y libros. Y bueno, está Stephen King.

HFV: El formato de Ellas se están comiendo al gato remite al género audiovisual del found-footage, que en los últimos años ha acaparado buena parte de las películas de terror, uno de los géneros cinematográficos más consumidos por el público mexicano. En literatura, a diferencia del policial y del noir, el relato de terror no ha encontrado todavía una plataforma sólida de escritores dedicados a explorar sus posibilidades narrativas, y nuestras referencias siguen siendo anglosajonas. ¿Crees viable la conformación de una tradición del terror en la literatura latinoamericana contemporánea?

MAM: El cine y la literatura se han parasitado entre sí en el último siglo. Sin embargo, es muy diferente escribir literatura que hacer cine. Las obras más complejas de la literatura, que plantean preocupaciones del lenguaje, sintaxis y estructura son las más difíciles de llevar a un formato audiovisual, porque no se comportan como guiones. En el caso de la literatura de terror, el género abunda en convenciones y tópicos que, en apariencia, son fáciles de traducir narrativamente, tanto en formatos audiovisuales como escritos: la mansión abandonada, el fantasma, el hombre lobo, el vampiro, el zombi son sólo formas explotables del género. Lo sobrenatural se ha explorado mucho, sobre todo en las épocas más racionalistas, y en las que abundan los miedos sociales: el autoritarismo, el temor a la destrucción y las teorías de la conspiración. La novela policiaca, lo mismo que la ciencia ficción y el terror, se rigen por unas estructuras más o menos definidas desde el principio, que cada escritor en tiempos distintos intenta trastocar a su manera. En la medida en que aparecen nuevos lectores para estos géneros en América Latina, si bien de nicho, surgen escritores dedicados a escribirlos. Hay una especie de tradición borrosa, tradición de la literatura de terror en América Latina, que empieza en las leyendas de espantos: en los relatos orales de La Llorona, El hombre caimán, El sombrerón, La patasola, El mohán y, más recientemente, El chupacabras. Creo que escritores como Horacio Quiroga, Arreola, Cortázar, Sábato, Borges, Fuentes, Álvaro Mutis han relatado una pequeña parte macabra de nuestra historia, usando elementos propios del género de terror gótico, del terror clásico y de lo fantástico. Pero el género ya es hoy mucho más aceptado, y autoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Liliana Colanzi; autores como Bernardo Esquinca, Alberto Chimal y Erik Zúñiga, por mencionar algunos, escriben historias de terror poco convencional. No sé si ahí empieza a conformarse de verdad una tradición.

HFV: Además del cuento de Bolaño que mencionas, ¿conoces alguna otra ficción sobre zombis situada en Latinoamérica? ¿O películas?

MAM: Aparte de los autores que mencioné anteriormente —que en su orden respectivo han publicado libros como Los peligros de fumar en la cama, Siete casas vacías, Nuestro mundo muerto, Mar Negro, Los atacantes y Los monstruos no van a cine, en los que cada uno de ellos explora el terror, el horror y lo macabro de la vida cotidiana, con diferentes recursos—, las películas de zombis abundan en la mayoría de países del globo porque se han convertido en un recurso fantástico, útil para hacer crítica social. Me atrevería a decir que Juan de los Muertos (2012) del cubano Alejandro Brugués es de las mejores del género. No sólo porque usa las convenciones típicas de una película de zombis, sino porque las aprovecha para cuestionar el régimen. En Venezuela se acaba de producir Infección (2017), del director Flavio Pedota, una película muy oportuna, por la crisis política y social que atraviesa este hermano país. Más que una película de terror, parece una sátira política. Ahí están los cortometrajes Roommate (2013) del paraguayo Luis Galeano y Réquiem para una noche de farra (2012) de Mirko Álvarez. México es la meca del cine de terror latinoamericano: Juan Antonio de la Riva dirigió Ladronas de almas (2017), y está el terror cultivado por Carlos Enrique Taboada y Guillermo del Toro. Sin ser películas necesariamente de zombis, en Colombia el rey del terror ha sido Jairo Pinilla, que dirigió clásicos como Funeral siniestro (1977) y 27 horas con la muerte (1981). Hay otra, bien interesante, del chocoano Jhonny Hendrix: Saudó, laberinto de almas (2016). Pero es otro tipo de terror, más cercano a los mitos y leyendas de la gente del Pacífico colombiano, a la brujería y la magia negra.

Miguel Ángel Manrique CC.

HFV: Desde tu perspectiva como autor, editor y profesor, ¿qué ventajas y desventajas encuentras en la publicación de tus textos, ya sea en editoriales independientes o en editoriales trasnacionales?

MAM: Con Taller de Edición Rocca la experiencia ha sido siempre grata e intensa. He crecido con ellos. Así que el trato ha sido más íntimo. Cuando conocí a mi esposa, que ha sido también mi lectora, mi editora y la mejor crítica de mi trabajo, mi suegro tenía una pequeña editorial, que luego fue creciendo. Él fue mi primer editor. Luis Rocca creyó en La mirada enferma (2005) y fue quien lo publicó. Fue mi primer libro. Así que, primero, medió una cuestión de afecto. Pero es lo que sucede en muchas de las relaciones entre autores y editores: hay también cuestiones de amistad y afecto que motivan a éstos a publicar a aquellos. Quizás porque es un mundo en realidad pequeño donde casi todos se conocen: van a las mismas ferias, se encuentran en las mismas librerías o se topan en las presentaciones. Provienen del mismo mundo. Sin embargo, la familiaridad no significó que yo podía publicar lo que se me diera la gana ni cuando quisiera. Conmigo siempre fueron y han sido muy exigentes. Y han aplicado los mismos filtros que con cualquier otro autor. Hay también un respeto por lo que hago como artista, como escritor. Luego vino el Premio Nacional de Novela y Planeta publicó Disturbio (2009). Quizá hubo una mayor resonancia de mi trabajo. Creo que las ventajas y las desventajas de publicar en una editorial pequeña o en una grande dependen del punto de vista. Las editoriales familiares o llamadas independientes deben ser mucho más asertivas al momento de publicar, porque los recursos son más limitados; en cambio, las multinacionales pueden hacer apuestas más arriesgadas. En las pequeñas editoriales, por lo general, el dueño es el editor general, el director de mercadeo, el gerente comercial, el jefe de comunicaciones y, además, te prepara el tinto. Las grandes editoriales tienen áreas y equipos encargados de estas funciones, así que generan un impacto mayor en el mercado, porque pueden ser más agresivos. Si tienes suerte y publicas en una editorial independiente, quizás los libreros exhiban por un tiempo tu libro en los estantes o en la vitrina de novedades. Las grandes editoriales tienen aseguradas las mesas especiales de novedades y los escaparates más visibles, ya que los libros entran por los ojos. Para un autor desconocido publicar en un sello grande puede significar prestigio, mayores ventas o anticipos, pero nada garantiza el éxito del libro ni la fama del autor; no obstante hay autores a los que les importa más llegar a un determinado nicho de lectores, entonces les da igual con quien publicar. Ahora, vender mucho tampoco es sinónimo de calidad literaria. Ni vender poco, por supuesto. Hay muchos buenos libros que pasaron desapercibidos, como Stoner de John Williams, por ejemplo, independientemente de quién los publicó. En realidad, lo importante es hacer buenos libros.

HFV: Finalmente, ¿cuáles crees que sean los principales desafíos para lograr una mejor distribución de los libros editados en Latinoamérica? Me refiero a aquellas publicaciones que no tienen el respaldo de una editorial multinacional.

MAM: Es una pregunta difícil, compleja, pero creo que ayudaría mucho que los libros tuvieran más espacio en ferias y librerías. Que los autores pudieran circular y tener más promoción y prensa. Pero esperaría que las editoriales independientes de América Latina compartieran temáticas transversales, comunes: géneros, autores, formatos. Que satisficieran a los lectores de nicho de cada país. Además, podrían establecer alianzas para publicar los libros de un país en otro. Para una pequeña editorial es costoso publicar novedades de otros países. Importar es costoso y creo que tampoco sería muy rentable que publicaran bajo demanda. Así que compartir esfuerzos editoriales podría ser una estrategia. Mientras los seres humanos compartamos miedos, (situación que siempre va a suceder); mientras los temores a todo lo que nos rodea estén presentes (de la fobia a los insectos, pasando por el temor a los extraterrestres, a los políticos malvados, a lo sobrenatural, a la guerra, a la pérdida de los hijos, a la destrucción de nuestras familias, al poder de la tecnología), un escritor de literatura de terror atento a éstos, contará historias para revivirlos. Tal vez volvamos a sentir escalofríos.

Acerca del autor

Héctor Fernando Vizcarra

Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Secretario de redacción de la revista Literatura Mexicana. Co-coordinador del volumen…

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