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La ficción como reescritura de la historia: Mapocho, de Nona Fernández

Nona Fernández, Mapocho, Planeta: 2002.

En el año 2002, la escritora Nona Fernández (Santiago, 1971), quien en el 2017 fue condecorada con el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La dimensión desconocida, publica en Chile su primer libro. Mapocho es el nombre del río que cruza la ciudad de Santiago de Chile y el título de esa novela que narra, en primera instancia, la historia de la separación y el reencuentro, mucho tiempo después, de una familia tras el golpe de Estado de 1973.

El relato se centra en la Rucia, personaje principal y narradora de la mayor parte del texto, que tras la muerte de su madre retorna a Chile para verter sus cenizas en el río Mapocho. A lo largo de la novela, el lector va conociendo algunos episodios de la vida de esa mujer, entremezclados con la narración de distintos sucesos históricos que conforman lo que podríamos llamar la “memoria chilena”, desde la llegada de los españoles y la fundación colonial de la ciudad de Santiago de Chile, hasta los acontecimientos más recientes del siglo XX, el golpe de Estado, la dictadura militar de Augusto Pinochet y la instauración del neoliberalismo.

La novela de Fernández dialoga con la historia chilena, la reinterpreta y edifica una propuesta alterna que permite mirarla desde otra perspectiva al darle voz a lo marginal, a lo subalterno. El texto se constituye como una réplica a los discursos hegemónicos que han pretendido ocultar las disputas existentes en la gran pregunta por la identidad destruida; cuando hablo de identidad me refiero tanto a la identidad de la ciudad —escenario del relato— como de la nación donde están contenidos los sujetos que la Historia, con mayúscula, pretende retratar.

Este primer libro, que marcará el futuro de la escritura de Fernández, es una invitación a pensar desde la memoria oculta, individual y colectiva de los personajes, los acontecimientos del pasado. ¿Cómo lo hace? Reescribiendo los grandes relatos de la historia. Mapocho establece relaciones intratextuales con diversos textos, tanto marginales como hegemónicos, a partir de los cuales va (re)construyendo la historia del país sudamericano: La historia de Chile, de Francisco Antonio Encina; La Araucana, de Alonso de Ercilla; La amortajada, de María Luisa Bombal; Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto, de Justo Abel Rosales; Loco afán, de Pedro Lemebel, etc. La escritura funciona como herramienta para recuperar del olvido la memoria silenciada y a su vez crear otra representación de lo acontecido. A la par, la novela repasa el papel de la historia y construye un discurso metahistórico, con el que piensa la relación entre historia y literatura.

Una de las estrategias más reveladoras de este proyecto de reinterpretación del pasado es la inclusión de un historiador dentro del relato: Fausto, el padre de esa familia fragmentada que habrá de encontrarse nuevamente años después, cuando ya todo es distinto, no es más que un escritor frustrado que ha dedicado la mayor parte de su vida a (re)escribir la historia de Chile para adecuarla a los parámetros de la dictadura. Fausto no escribe por vocación, sino por supervivencia.

En el texto, el historiador que encarna la responsabilidad de erigir el relato hegemónico le sirve a Fernández no sólo para evidenciar los procesos que operan dentro de la reconstrucción oficial del pasado, por ejemplo, la invención o el olvido selectivo, sino para ponerla en ridículo, para mostrar que en ese relato lo que hay que buscar es lo que queda fuera de él. No por nada va especificando qué pasajes Fausto borró de su historia, cuáles no incluyó, condenándolos al olvido: “El párrafo que sigue, Fausto sí lo escribió, pero sin preguntar siquiera, lo dejó aparte en una carpeta. Ahora cada vez que revisa este capítulo de su Historia, saca lo que tiene oculto en el cajón de su escritorio y lo lee de corrido como si de verdad estuviera editado así” (102); y cuáles, incluso, ni siquiera se atrevió a escribir: “Por supuesto este último párrafo no aparece en el tomo II de su Historia de Fausto. Él lo redactó mentalmente, lo archivó en su cabeza y ahora lo recuerda mientras trata de seguir adelante con el relato” (102). A la par, el texto muestra qué pasajes son plena invención del falso historiador para abonar a la versión que le han impuesto sus superiores: “En este párrafo se decidió incorporar un elemento místico […]. A la gente le va a encantar [le dicen], Fausto, créenos. Deja tu escepticismo de lado y dale un par de textos importantes a la Virgen” (40).

La crítica a la historia es inminente: Mapocho problematiza nuestra relación con el pasado, o más bien con los discursos artificiosos del pasado, sometidos a los mecanismos de opresión y censura. La novela es un cuestionamiento al estatuto de Verdad de los relatos históricos y nos hace preguntarnos: ¿qué respuestas buscamos en ellos? A partir de una exhaustiva revisión de la historia, el texto no sólo reconstruye la memoria silenciada, sino que denuncia el olvido en el que se encuentra.

Nona Fernández. Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fernandez,_Nona_-FILSA_2015_11_01_fRF05.JPG

Además de la problematización de los discursos históricos, otro aspecto que debemos resaltar de la novela es la relación que establece con el mundo urbano. Santiago de Chile, por supuesto un Santiago ficcionalizado, perteneciente únicamente al espacio de la ficción, es el escenario del relato. Y así como con la Historia, la novela propone también una otra forma de mirar la ciudad, de recorrerla a partir de distintas estrategias.

Si, como dijimos antes, Mapocho revisa y reinterpreta los acontecimientos que componen el pasado urbano, al mismo tiempo traza un mapa (en tiempo presente) de los recorridos de sus personajes. Un mapa que le otorga un nuevo sentido al espacio; un mapa que recupera las capas de la ciudad y le permite colocar muchos tiempos-espacios en un solo relato. Mapocho es la representación de lo urbano en toda su constitución, es decir, que el texto logra mostrar la yuxtaposición de los tiempos y espacios que lo componen, porque la ciudad es tanto el pasado como el presente e incluso la promesa —tal vez falsa, si pensamos en Jean-Luc Nancy y su ciudad a lo lejos— de un futuro.

En la novela de Nona Fernández el pasado de la ciudad en términos materiales, ese que podemos encontrar en los edificios viejos, en los monumentos, en las calles más antiguas, ha sido borrado por una serie de modificaciones que, por un lado, han modernizado Santiago, pero por el otro han ocultado lugares marcados por la historia, especialmente violenta, de la ciudad chilena: “Santiago cambió el rostro” (19). La dinámica de destrucción y construcción incesante, que hasta hoy en día podemos observar en las ciudades latinoamericanas, funciona en la novela como una marca no sólo de la transformación material, sino del rompimiento con la memoria de sus habitantes. La Rucia deambula por la ciudad, pero no logra ubicarse, es básicamente una extranjera en Santiago, y sus recuerdos de la niñez no le alcanzan para reconocer la ciudad, por lo que tendrá que explorarla, volver a entenderla.

El mapa de la novela se traza tanto con la historia recuperada y los recuerdos de sus personajes, como con las experiencias del presente. La Rucia ha llegado a la ciudad buscando su casa de la infancia y a su hermano “El Indio”, y será dentro de esa búsqueda que brotarán los recuerdos. La ciudad, nos dice Fernández, es memoria y olvido, es lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. “¿Qué hago en esta ciudad en la que se supone nací?” (14), se pregunta la Rucia completamente desorientada. El viaje de vuelta, ese viaje que muchos exiliados hicieron tras el retorno a la democracia, es también un desafío frente al cambio, un reto para la memoria que busca incesantemente un espacio de identificación, un sitio familiar que le permita reconstruir de alguna manera el tiempo perdido. Esta identificación con los lugares de la ciudad —lugares, en tanto que están marcados por un acontecimiento que los singulariza— la podemos encontrar también en la novela premiada de Nona Fernández, mencionada al principio de esta reseña, en la que va haciendo un recorrido —y trazando también un mapa— a través los lugares afectados por la violencia de la dictadura.

Cuando se publica Mapocho, Chile vive un intenso debate y una profunda preocupación por la memoria tras la dictadura; la novela de Fernández se inscribe en ese debate: reinterpreta la historia de Chile a partir de la escritura. Todas las atrocidades de la nación están contenidas en un solo relato que rescata la voz de los otros. La obra es recuperación y reintegración al presente de otros tiempos y espacios. Es un texto que pone en marcha los procesos que (re)construyen la identidad de un pueblo a partir de lo que ha sido silenciado y condenado al olvido, que a su vez responden a la diatriba sobre el pasado. Frente a la posibilidad, siempre existente, de olvidar lo acontecido y empezar de cero, Fernández escribe un relato contra la omisión y transforma al espacio de la ciudad en testimonio material de la historia.

Desde la literatura, Nona Fernández recupera el debate por la memoria y monta una respuesta política ante el establecimiento de discursos totalitarios que dejan fuera la voz de los oprimidos, de los silenciados. Al revisar y rescribir la historia hegemónica, pero también al recuperar textos y tradiciones olvidadas, la escritora logra narrar una versión distinta, una versión que vuelve a poner en el centro del acontecimiento a las personas que fueron deliberadamente borradas del ‘texto’. Mapocho es el relato de una memoria colectiva que, a pesar de los intentos, no desaparece. Es la construcción de otro discurso identitario que instaura a la ciudad como su soporte material y escenario de enunciación. Al ser un espacio que contiene todas las capas de la historia, la ciudad se transforma en testigo y testimonio y revela las verdades ocultas del pasado. La ciudad produce memoria y la memoria produce ciudad en un movimiento dialéctico fabricante de sentido.

Mapocho, finalmente, es la respuesta literaria a una disputa que busca problematizar los grandes relatos nacionales, cuestionar el estatuto de verdad de la historia y mostrar su función silenciadora. Al mismo tiempo, es una propuesta distinta —marginal y subalterna— de reconstrucción del pasado. La novela de Fernández permite recuperar otras voces a partir de estrategias como la reconstrucción de la voz del rumor, la recuperación de tradiciones olvidadas y, por supuesto, la narración de la historia de una familia como cualquier otra, una familia desplazada, fragmentada y condenada al olvido.

Acerca de la autora

Lucía Pi Cholula es Maestra en Letras Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente estudia el Doctorado en Letras en la misma institución, donde realiza una investigación sobre las representaciones urbanas en la literatura latinoamericana contemporánea. Ha realizado estancias de investigación internacionales en el Centro de Historia Intelectual de América Latina de la Universidad Nacional de Quilmes, bajo la dirección del Dr. Adrián Gorelik (2014) y en el Lateinamerika – Insitut de la Freie Universität Berlin en el marco del proyecto “Entre Espacios. Movimientos, actores y representaciones de la globalización” patrocinado por la DFG (Fundación Alemana de Investigación). Es profesora de asignatura de las materias Estrategias de Comunicación Escrita y Seminario de Comunicación Escrita en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

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