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Memoria e identidad zapoteca en Relación de hazañas del hijo del Relámpago. Gaa ka chhaka ki de Javier Castellanos

Castellanos, Javier. Relación de hazañas del hijo del Relámpago. Gaa ka chhaka ki. México. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2003.

Gaa ka chhaka ki. Relación de hazañas del hijo del Relámpago (2003), escrita por Javier Castellanos, quien fue ganador del Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas en 2002 por este mismo trabajo, cuenta la historia de Ruperto Rosales o Guzio, un hombre zapoteco originario de Lachigoni, pueblo ficticio ubicado en la sierra norte oaxaqueña, y de los sucesos que ocurrieron en dicha región durante la Revolución Mexicana y los años posteriores a ella. El narrador funge un papel importante en la construcción del relato, pues sus comentarios y digresiones ayudan, en buena medida, a delinear la representación del héroe y de los zapotecos descendientes de los benegorasa.

El narrador, suegro de Ruperto, se mueve en dos temporalidades: la de la historia de Guzio y la del día del entierro de éste; desde aquí elabora digresiones y comentarios sobre el personaje principal, supuesto hijo del Relámpago, un ser mítico respetado por la comunidad, y sobre el dillaxidza, lengua materna de ambos. Dichas digresiones también están relacionadas con las diversas formas de organización social y política de Lachigoni, el pueblo zapoteco de la ficción, que son distintas a las del mundo hispánico. Otro de los aspectos notables en las metalepsis narrativas es el hincapié hecho por el narrador sobre el lugar marginal que ha tenido su lengua y su pueblo en el país que les impone “la castilla”, sus leyes y revoluciones, pero que no los hace partícipes de los beneficios que ellas generan, pues siguen aislados en la lejanía de las montañas.

“Dónde no sucede lo mismo, dónde no encontrar la misma gente; nuestros pasos hacia abajo, nuestros pasos hacia arriba, siempre habrá un resquicio por donde penetre la memoria, para no olvidar que somos gente” (203), dicen las primeras líneas de la novela y que el narrador pone en los pensamientos de uno de los personajes, pero que, más bien, parecen sus propias reflexiones. Tal vez estas líneas sean una suerte de pista que indica la intención del narrador para que la novela sea el depósito de la memoria de su pueblo y para que el acto de lectura de ésta se convierta en el resquicio por el que la historia y la lengua de los benegorasa entren al mundo hispánico.

Mientras el lector conoce la historia de Guzio, también se entera de las dificultades de los personajes de la sierra para comunicarse con los que hablan castilla: “En una ocasión, cuando el maestro mandó a llamar a su mamá y tal vez le preguntaba por qué faltaba mucho, la señora, como no sabía hablar castilla, quién sabe qué contestaba, y el maestro, que tampoco sabía hablar zapoteco, quién sabe qué se decían. Entonces, cuando se fue la señora, el maestro le dijo a los alumnos “dice que no puede vernir porque es Guzio” […] Y desde entonces todos le dicen “Guzio” al pobre de Ruperto” (205). Esto ilustra dos cosas: la incompresión lingüística, que se extiende hasta la disparidad de la cosmovisión zapoteca con la hispánica, y la confusión que origina que el personaje sea asociado con un ser fantástico para los zapotecos, aunque al final ninguna de sus acciones resulte realmente extraordinaria.

El narrador también habla sobre diversas costumbres de organización social entre los zapotecos, como la comunalidad y la obligación de los ciudadanos de ejercer cada cierto tiempo un cargo público. A Guzio, por ejemplo, le corresponde ejercer el cargo de topil, una suerte de policía. El cargo del personaje resulta relevante dentro de la historia no sólo porque es ejemplo de la organización de Lachigoni, sino porque detona el desarrollo de las andanzas del personaje, ya que gracias a las personas que conoce mientras ejerce su cargo encuentra la ocasión para enrolarse en la Revolución y, después, en la rebelión de Rhacheyera, que busca la autonomía de los pueblos serranos.

Guzio es uno de los pocos personajes que habla “castilla” y eso le facilita la movilidad social, pues en este pueblo ficticio “sigue mandando el sacerdote católico o el que escribe y sabe hablar la lengua de Castilla” y también los que son capaces de “cambiar de vida copiando lo primero que [les] ponen enfrente” (239). El mismo Guzio es consciente de eso: “la castilla” […] “cómo vale esa palabra”; se dice el personaje cuando se da cuenta del asombro que causa que un serrano hable español (245).

La guerra en la que se alista el personaje le resulta incomprensible y sólo se une a ella porque le ofrece la posibilidad de abandonar las obligaciones que tiene con el pueblo y de viajar a otros sitios, de ahí los reproches que el narrador le hace durante la mayor parte del relato. Pero el narrador no es el único que cuestiona la participación de Guzio y de los pueblos serranos en las guerras de país al que pertenecen y la marginalidad en la que viven, pues luego de la huida de Guzio, el cabildo del pueblo también reflexiona sobre su lugar dentro de la política del país y sobre los despojos hacia los pueblos como Lachigoni. Quizás toda esta inconformidad acumulada durante años sea la que produce la efímera rebelión de algunos pueblos de la sierra para detener la imposición de las autoridades desginadas desde Oaxaca para gobernarlos.

Javier Castellanos. Fotografía: Martha Eva Loera. Fuente: http://www.udg.mx/

La historia muestra constantemente lo inertes que las revoluciones son para estos pueblos, pues no obstante el deseo de algunos serranos, primero, por participar en las guerras y sentirse parcialmente integrados a su país y, después, por liberarse del yugo hispánico, no consiguen ningún cambio para sus poblaciones. Lo único que les queda luego de las rebeliones es la enemistad entre las comunidades serranas y, a unos pocos, riquezas individuales: al término de ambas luchas, siguen en la marginalidad de siempre, acaso con el consuelo de perdurar a través de su memoria, de algunas costumbres y de su lengua.

Hacia el final de la novela, Guzio vuelve a su pueblo, pero sin poder recordar el idioma de sus conterráneos. La pérdida parcial de la identidad queda reflejada en este olvido temporal de la lengua: “Cualquier cosa se olvida si no hay nada que te la recuerde, cualquier planta se seca si la arrancamos de su lugar; y en el medio ambiente donde anduvo, quién le iba a hablar de su pueblo, de sus costumbres, de su idioma, era lo que menos interesaba […] Yo sí creo que su lengua perdió la costumbre de moverse como se mueve cuando hablamos el dillaxidza”. (365) La novela de Castellanos muestra una fuerte preocupación por la memoria y la identidad zapoteca, ello queda evidenciado en las múltiples reflexiones de los personajes y en las metalepsis en las que el narrador comparte sus pensamientos sobre el lugar marginal de los pueblos indígenas en el país y el olvido y la pérdida de la lengua entre varios miembros de las comunidades zapotecas.

Acerca del autor

Pamela Flores

Pamela Flores (Ciudad de México, 1986) es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM y egresada de la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea de la UAM-A. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa durante el periodo 2015-2016. Actualmente es profesora de asignatura en la UACM.

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