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Resabios socialistas: un hombre nuevo en México

Daniel Espartaco Sánchez. Memorias de un hombre nuevo. México: Mondadori, 2015.

El efecto dominó de la caída del muro de Berlín no terminó en el colapso del bloque soviético o en la transformación de los últimos bastiones del comunismo en parques temáticos del socialismo para consumo de turistas del capitalismo; los cambios no sólo implicaron repensar geopolíticamente el mundo o desatar múltiples trances económicos sino profundas crisis —en plural, como señala Jorge Fornet en Los nuevos paradigmas— entre las que destaca una densa y compleja atmósfera psicológica, experimentada no sólo en los habitantes de países en algún momento socialistas, sino por varias generaciones, por toda una época que se vinculó política y/o emocionalmente con proyectos utópicosy que vivió una división del mundo.

La novela corta de Daniel Espartaco Sánchez Memorias de un hombre nuevo(Random House, 2015) explora a partir de una narración autoficcional el devenir de un hombre nuevo perdido, tanto por su situación espacial equívoca como por su carácter ingrávido: Espartaco nació en la República Socialista de Ruritania por una serie de circunstancias burocráticas que han negado a su madre, una estudiante mexicana de intercambio, el derecho al aborto. El protagonista y voz narrativa ha nacido en “un país que ya no existe”, no sólo porque en la lógica del relato ha dejado de ser socialista, o sus límites se han reformulado, también porque Ruritania (en tanto ciudad inexistente fuera de la literatura) se vuelve la encarnación de una patria sin espacio, sin tiempo, sin nombre, de una generación disgregada de socialistas que habitaron en geografías del capitalismo.

Lo que me parece interesante del planteamiento del hombre nuevo de la novela se revela, más palpablemente, con la aparición del personaje de Emiliano, “un yuppie egresado del Tecnológico de Monterrey, salido de las juventudes del pan” cuya manera de ser revolucionario consistía en ser fanático del Che Guevara y en “dejar pasar hasta dos semana sin lavar el coche compacto que aún no terminaba de pagar” (Memorias, 56). Emiliano es quien le presenta a Ruth, la pareja sentimental del narrador. Hacia el final de la novela, en un encuentro fuera de la Ciudad de México, en Torreón, Emiliano y Espartaco parecen ser dos versiones de un mismo destino: “—En todos lados es igual [dice Emiliano refiriéndose a la atmósfera de violencia]. A veces pienso que ya no reconozco este país; es tan diferente de aquel en el que yo crecí. Es como si hubiera nacido en un país que ya no existe.” (Memorias, 105).

Desde temprano en la novela el autor va construyendo este paralelismo, pero no es hasta este momento que se revela con tanta fuerza. Las memorias de Espartaco en México orbitan una serie de lugares con cierta carga de pasado socialista: el edificio de la Secretaría de Comunicaciones (“Era agradable desayunar frente al paisaje de la Secretaría de Comunicaciones y su remanente socialista”  (Memorias, 23), la Unidad scop—“construida en 1956 por el seguro social” (23)—, la unidad Integración Latinoamericana —“construida para trabajadores del Estado en los años setenta, cuando México pretendía ser un país socialista”(12)—, sitios de muralismo mexicano, etc. México también se ha convertido en otro país de sí mismo. Quizá producto de, como enseña Míriam, la madre del protagonista, porque México ha desarrollado un sistema, una forma de tercer mundo, ni capitalista, ni socialista, como tensión entre las pugnas que desataron la Revolución mexicana (alguna vez esperanza de las izquierdas) y la influencia norteamericana (como dice el dicho, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”).

Daniel Espartaco.

Los padres de Espartaco encarnan los jóvenes comunistas, socialista, del México de la segunda mitad del siglo xx. El padre, un radical, perseguido, reprimido, encarcelado en lo que conocemos como la guerra sucia; la madre, arrastrada a la maternidad a través de discursos y promesas de un mundo ideal. Para la adolescencia del protagonista, ambos tan derrotados como el bloque socialista.

Hay ciertos elementos que nos permiten leer a esa ciudad que habita Espartaco también como dislocada, equívoca, fuera de sí, y enredada en múltiples tiempos: recuerdo, memoria de Temoachan, “la ciudad mítica donde nació la especie humana, según la mitología del México antiguo” (24)—, y que, se precisa, significa “Nosotros buscamos nuestra casa” (32). Esa ciudad que aparece referida a partir de la redacción de una entrada de enciclopedia, se traspapela en la novela con aquella que sigue apareciendo como “la capital de un imperio antiguo que se desmoronaba” (75), resultado de esa “guerra de la que hablaban las noticias” y que parecía tan lejana, “algo que estaba a muchos kilómetros de distancia” (74), de la que la capital se percibe distante. También, la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva de la ficcional República de Ruritania también se desdoblan en la relación que se establece entre el país de nacimiento del narrador —Ruritania, “ese que dejará de existir quince años más tarde” (34)— y ese nuevo país al que va a parar, México, y en el que “las crisis económicas se suceden unas a otras como gigantescas fichas de dominó al caer” (41).

La postulación de un hombre nuevo permite a Daniel Sánchez Espartaco problematizar esos lugares, y sus posibles futuros, ahora inexistentes, pero que persisten como fantasmas, enredados, intricados, en un país, en una ciudad, con un pasado de modelos mixtos; habitada de otra serie de proyectos fracasados que jamás serán llamados hombres nuevos, pero igual frustrados en tanto proyectos modernos.

Acerca del autor

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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