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Escribir desde el dolor: Cuerpos sin duelo de Ileana Diéguez

Ileana Diéguez, Cuerpos sin duelo, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016, 448 pp.

En septiembre de 2017, los cadáveres de un hombre y sus tres hijos fueron encontrados en Coyuca de Benítez, en el estado de Guerrero. Días antes, habían sido reportados como desaparecidos por sus familiares, quienes habrían de conocer su paradero gracias a los periódicos que reprodujeron los rastros —la intervención— que la violencia había dejado en ellos. Cuatro hombres ejecutados. Cuatro cuerpos que, a diferencia de los miles de asesinados o desaparecidos en los últimos dos sexenios, pudieron ser identificados por las autoridades. Su caso habría de contar con otra diferencia importante: frente al terror cotidiano y a la “muerte natural”, una de las fotografías se viralizó, con rabia e indignación, en las redes sociales. En ella, la palabra “México”, expuesta en el dorso de uno de los jóvenes asesinados, exponía un mensaje eficaz y claro para los cientos de lectores que habían aprendido a descifrar los signos de la violencia.

En México este tipo de masacres, por demás cotidianas, han estado ligados al caos y a una forma de invisibilidad que han impedido comprender el impacto que estos crímenes han tenido en la sociedad. Se vive en medio de la muerte, se borra el nombre de las víctimas y de los asesinos, y con ello se elimina cualquier forma de esclarecer el terror que tiene amordazado a todo un país. Bajo este contexto, en medio de masacres y crímenes de estado, de una escritura condicionada y atravesada por la violencia, el libro de Ileana Diéguez es uno de los actos —no empresa, no proyecto— más importantes que se han hecho para entender las desapariciones en México y en Latinoamérica. Ante todo, el libro parte de una escritura desde el dolor, que genere espacios de diálogo y de comunidad, en una realidad en donde los asesinatos son borrados y donde permea una total indiferencia ante “la situación de exterminio” que se vive. Así, la escritura en tiempos de masacres se presenta como un reclamo y un desafío para los distintos poderes que generan la muerte; asimismo, Cuerpos sin Duelo muestra a la escritura como un acto que dialoga con otros impulsos que, desde diferentes soportes, luchan para visibilizar la desaparición forzada en México. En el prólogo, Ileana Diéguez expresa: “Necesitamos pensar, hablar, exponer y reflexionar lo que nos sucede. Porque eso que nos sucede es la pérdida. En México lamentablemente, vivimos en un sigiloso duelo” (13).

Fotografía: Bernardino Hernández, CUARTOSCURO.COM

Ahora bien, el libro —que en su materialidad es ya un espacio de encuentro, sin una jerarquía entre el autor, las fuentes y el lector— se divide en dos apartados: “Escenarios del cuerpo roto” y “Escenarios del cuerpo sin duelo”. En lo sucesivo, realizaré un breve acercamiento a conceptos e ideas que conforman el estudio.

En la primera parte del libro, Diéguez esboza dos premisas fundamentales para hablar de la influencia que ha tenido la violencia en la sociedad: 1) existen poderes de la muerte que producen instalaciones donde el cuerpo transmite un mensaje punitivo y adoctrinador (una pedagogía del terror); 2) existen, por otro lado, instalaciones, la mayoría anónimas, que realiza la sociedad civil, las cuales, mediante la expresión del dolor, se contraponen con las narrativas generadas por los poderes que instauran la violencia (81). De esta manera, los dispositivos de teatralidad y la performatividad se convierten en elementos fundamentales que, sobre todo en el primero de los casos, cambian los hábitos cotidianos y la manera en la cual representamos el espacio: con lugares delimitados y con signos identificables. Así, el cuerpo humano expuesto, lacerado, envilecido es la parte central de una instalación que tiene como finalidad controlar la voluntad y el desplazamiento de los individuos.

Ileana Diéguez (derecha) e Ivonne Sánchez (izquierda): Fotografía: SENALC

Frente al problema de representar la violencia (considerada irrepresentable o indecible), por medio de la fotografía u otro dispositivo, Diéguez expone que este acto tiene un papel fundamental para desmontar la narrativa de miedo y de control que imponen quienes se benefician de esa violencia. Es decir, la labor del fotógrafo, del escritor o del artista no es sólo revelar la violencia abiertamente para combatirla, sino crear comunidad para visibilizar lo que el poder ha suprimido. En este caso, el libro, la instalación o la fotografía se convierten en un acto que pugna contra los emblemas y los territorios del miedo; asimismo, es un desafío a los necropoderes que se han adueñado del espacio público y que han hecho de la mutilación un recurso político (227). Al respecto, la autora expresa:

Todas las intervenciones sobre el cuerpo, matándolo por segunda o tercera vez, mutilándolo o desfigurándolo, pervirtiendo o desapareciendo la identidad de las víctimas, buscan exponer su degradación a la vista de otros y darle a ello un sentido, utilizando la disposición de esos fragmentos para haceros hablar y producir un mensaje corporal que expanda el terror (201).

El imaginario colectivo está colmado de estos mensajes. Una clara muestra es el rostro de Julio Cesar Mondragón, uno de los 43 estudiantes desparecidos de la normal de Ayotzinapa: un cuerpo que ha sido intervenido por un necropoder, en un escenario de violencia, para configurar un “territorio del miedo”. En un primer momento, el cuerpo del normalista, convertido en un texto político, aparece en el espacio público para transmitir un mensaje determinado; sin embargo, el rostro que falta adquiere con los esfuerzos colectivos un nuevo significado para hablar de los desaparecidos. En este caso, los actos y las instalaciones de la sociedad civil son duelos colectivos que se subsanan la imposibilidad de rendirle un rito funerario al cuerpo desaparecido.

Aunado a lo anterior, el estudio de Ileana Diéguez enriquece la comprensión de nuestra cotidianidad al explorar las prácticas performativas y los registros iconográficos que se han hecho del “cuerpo roto”, a partir de la violencia en México y América Latina: desde el renombramiento de tumbas sin nombre como una forma de reinsertar al desaparecido en el núcleo social, hasta el cambio en los ritos funerarios y en su significación. Por tal razón, la imagen tiene un lugar fundamental en el libro, pues no se limita a ejemplificar lo dicho con palabras, sino que la mayoría de las veces corta párrafos y oraciones para proponer una forma distinta de leer los dos textos. Así, las fuentes, los ejemplos y la argumentación configuran un espacio donde el lector, el autor y la sociedad pueden formar una comunidad y hacer público un dolor que ha estado confinado a la sombra y a la invisibilidad. En este caso, el libro se concibe como una forma del duelo y la escritura desde el dolor como un sacrificio que genera una manera distinta de relacionarse con los desaparecidos sin olvidarlos.

La lectura de Cuerpos sin Duelo podría generar (y generará) páginas y discusiones por el diálogo académico que permite, sin embargo, su mayor virtud estriba en el impacto que causa en el lector, quien queda habitado por el duelo, por la pérdida y la sensación de acompañamiento que la escritura logra transmitir. Ileana Diéguez crea así un acto de duelo público que puede representar a los miles de desaparecidos en el país que han quedado enterrados en fosas clandestinas o en la indiferencia social; pues desde la primera hasta la última página, se entiende que la escritura no es un acto solitario, sino una forma de habitar los espacios y de contraponerse a los poderes que generan y dan significado a la muerte. Una manera de encontrar el dolor propio en el dolor ajeno.

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez


Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras (Latinoamericanas) de la misma institución con una tesis sobre la apropiación del…

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