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Instrumentaciones geopolíticas de la violencia y sus estrategias de representación

Oswaldo Zavala. Los carteles no existen. Narcotráfico y cultura en México. Barcelona: Malpaso, 2018, pp. 252.

Para quien haya leído previamente ensayos de Oswaldo Zavala publicados en años recientes, la edición de Los carteles no existen no es para nada esa “revelación” que augura Federico Mastrogiovanni en la cita con la que Malpaso decide abrir el libro, sino una síntesis de sus reflexiones en torno a la circulación de discursos sobre el crimen organizado en México. Reflexiones que explícitamente nacen de un diálogo con determinados periodistas, escritores, académicos de diversas áreas…1 pero también, puede rastrearse o establecerse, cierta continuidad con apuntes que otros textos que analizan el complejo fenómeno del narcotráfico ya han hecho.2

El libro está organizado en cuatro partes bastante balanceadas —“La despolitización de la narcocultura”, “Los carteles no existen (pero la violencia de Estado sí)”, “Cuatro escritores contra el «narco»”, y “Traficantes, soldados y policías en la frontera”—, precedidas por una introducción (“La invención de un enemigo formidable”) y sucedidas por un epílogo, “La «nueva guerra de carteles». Ni es nueva, ni es guerra, ni es entre carteles”. Como se consigna en la Nota Editorial, varios de los ensayos que integran las cuatro partes de libro pueden leerse, en versiones previas, publicadas en libros académicos, revistas culturales, suplementos o revistas periodísticas.

El libro, se plantea como:

[…] una reflexión crítica en torno al lenguaje oficial que insiste en hablar míticamente del crimen organizado […] Existe el mercado de las drogas ilegales y quienes están dispuestos a trabajar para él. Pero no la división que según las autoridades mexicanas y estadounidenses separa a esos grupos de la sociedad civil y de las estructuras de gobierno. Existe también la violencia atribuida a los supuestos «carteles» pero […] esa violencia obedece más a las estrategias disciplinarias de las propias estructuras de gobierno. (p.14)

De alguna manera, parte de la premisa de Mitología del “narcotraficante” en México (Plaza y Valdés/UNAM, 1995) del sociólogo Luis A. Astorga. Zavala plantea una oposición, en la que es fundamental la clara distinción y confrontación de contrapartes: si el ejército es identificable por el uniforme, el crimen organizado, el narcotráfico, por una uniformidad de representaciones. Un vocabulario oficial –narco, cartel, plaza, guerra, sicario– que delimita un “enemigo formidable”, “monolítico”,  perenne, que “permite justificar acciones [por parte del Estado] que de otro modo resultarían ilegales e incluso inmorales” (p.16). Para Zavala, hablar de un Estado fallido es seguir la lógica impuesta por el discurso oficial, que busca enmascarar la reiteración de su uso “legítimo” de la violencia; que oculta las “verdaderas redes de poder oficial que determi[nan] los flujos del tráfico de drogas” (p.14), para permitir la libre apropiación y explotación de recursos naturales.

El relato de una crisis de Estado fundamenta el de la “crisis de seguridad nacional”. Para Zavala, con la enunciación de dicha crisis (y del giro securitario correspondiente) el Estado ha pasado de enfrentar los problemas domésticos como amenazas permanentes en lugar de como problemáticas de oposición (p.49). Me parece importante señalar que el autor inscribe las estrategias disciplinarias y discursivas del Estado mexicano en el contexto global, particularmente, en relación con las políticas estadounidenses y el fin de la guerra fría. El terrorismo y el crimen organizado sustituyen (bastante orwelianamente) al comunismo como enemigo público.

A lo largo del libro Zavala, de alguna u otra forma, ofrece un listado de autores y obras, que desdibujan los elementos más complejos “y de mayor interés literario” (p. 30) del narcotráfico y aquellos que logran pensarlo políticamente. Entre los primeros, Zavala menciona: Trabajos del reino de Yuri Herrera, Al otro lado de Heriberto Yepez, Perra brava de Orfa Alarcón, Hielo negro de BEF, las novelas del ciclo de “Zurdo” Mendieta de Élmer Mendoza… Y entre los segundos: la novela Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda, “La parte de los crímenes” de 2666 de Roberto Bolaño, un par de novelas de César López Cuadras, otro s más de Daniel Sada y de Juan Villoro. En la mayoría de los casos, el autor reconoce en el primer grupo ciertos momentos involuntariamente críticos; mientras que afirma sobre los segundos que “ha[n] permitido reformular la manera de imaginar el narco desde lo literario” (p.40), por lo que les dedica la tercera parte del libro.

Destacan las recriminaciones —unas más encubiertas que otras— a la novela Trabajos del reino de Yuri Herrera, a su escritura  y a su crítica. Por un lado, clasifica claramente la primera novela del hidalguense como narcoliteratura (por ejemplo, p. 73); por otro, cuestiona sus estrategias narrativas, alundiendo a la forma de trabajo bastante difundida, de dicho autor: “algunos novelistas que escriben sobre el narco suponen [dice Zavala] que es posible articular una narrativa crítica renunciando al léxico dominante (“sicario”, “plaza”, “cartel”, el “narco” mismo)” (p. 160). Interesantes ambos señalamientos porque, en el primero, se libra de todas la mojigaterías de cierta crítica que empata la narcoliteratura con la ausencia de  artificio (quehacer) literario; el segundo, porque de alguna manera la estrategia desde la que está concebido Los carteles no existen es totalmente contraria a lo que hace Yuri en Trabajos del reino, confrontar y desmontar las cargas semánticas, simbólicas, del vocabulario oficial/mediático del narco —lo cual puede constatarse directamente desde el título del libro. Sin embargo, me parece que en términos generales, a lo largo del libro, Zavala es bastante parcial para identificar ya sea, momentos involuntariamente críticos o reformulaciones de imaginar el narco. (Uno de esos momentos que causa incomodidad es cuando denuncia la circularidad viciosa de las fuentes en la crónica periodística, y no ve la circularidad que hay entre sus lectores/consejeros y aquellos a quienes considera rompen con la hegemonía de representanciones).

Narrador, periodista y académico, el posicionamiento se Zavala por momentos parece problemático y por otros muy claro: reportero —periodista— antes que académico y ensayista (p.14), considera que si bien, “La mayoría de nuestros novelistas no está a la altura de ese reto [pensar políticamente nuestra conyuntura]. Nuestro periodismo no puede permitirse el mismo fracaso” (p. 75). Zavala repite el mecanismo de clasificación: Diego Enrique Osorno, Anabel Hernández, Sergio González Rodríguez, Alejandro Almazán despolitizan la crónica periodística:

Mediada por el pernicioso discurso hegemónico que relocaliza el tráfico de drogas en el centro de una crisis de seguridad nacional, sin embargo, la crónica sobre el narco de las últimas dos décadas se aleja de la tradición crítica que confrontó históricamente al periodismo con el poder oficial en México. En cambio, la crónica del narco se inscribe alrededor de un objeto configurado políticamente por discursos oficiales y no como resultado de una reflexión periodística independiente. (p.57) (La distinción de las cursivas —que no se explica en el libro— es mía).

Mientras que Federico Mastrogiovanni, Julio Cardona, Ignacio Alvarado, Charles Bowden, entre otros con menos protagonismo en el volumen, están del otro lado.

Zavala, me parece, comente los mismos tropiezos [me niego a llamarle errores], ¿la tentación?, que otros críticos (entre ellos el mismo Sergio González Rodríguez) al dividir tajantemente a los escritores y las búsquedas estéticas en buenos y malos (para la salud, de la literatura, del periodismo, etc.). Sigo leyendo esa demanda a la escritura de un “deber ser” que me parece siempre una trampa. La lucidez de muchas de sus reflexiones me parece opacada, unas veces, por ese reclamo; otras por su negación a confrontar directamente a algunos actores o representaciones, por señalar sólo un caso, la literatura (no policial o lo que no es “la corriente más comercial de la novela negra”) que representa a las víctimas o al dolor social. Peca por su ausencia la mención misma de las necroescrituras, por ejemplo.

Oswaldo Zavala.

No obstante, Los carteles no existen. Narcotráfico y cultura en México es un ejercicio de reflexión que indiscutiblemente será punto de referencia, que provocará un diálogo crítico (espero), en tanto sintetiza, da voz concreta a una serie ejercicios de análisis sobre el fenómeno de la violencia del crimen organizado como una estrategia disciplinaria del Estado mexicano.

Acerca del autor

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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Notas al pie:

  1. Dawn Paley, Federico Mastrogivianni, Luis Astorga, Ignacio Alvarado, Julián Cardona, Charles Bowden, Juan Villoro, Ignacio Sánchez Prado, Mabel Moraña, David Miklos…
  2. Sólo por mencionar un par, resuenan Morir en México de John Gibler (Sur+, 2012[2011]) y Estado de guerra. De la guerra sucia a la narcoguerra de Carlos Illiades y Teresa Santiago (Era, 2015).