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La solemnidad interrumpida en Los pigmeos vuelven a casa de Agustín Monsreal

En el año 2016, el autor yucateco Agustín Monsreal publicó siete libros y un audio- libro, celebrando así sus 75 años de vida. Dentro de estos ejemplares se encuentra Los pigmeos vuelven a casa, segunda parte de Los hermanos menores de los pigmeos (Ficticia, 2004). En ambos libros desfila un gran número de relatos, la mayoría muy breves, cuyo objetivo es explorar los límites de la narrativa y de la misma ficción.

Aquí nos referiremos exclusivamente al libro más reciente de Los pigmeos para observar de cerca tres aspectos en concreto: la parodia a los títulos, el uso de apócrifos y el juego con la voz autoficcional; elementos constantes en esta obra que apuntan a un interés transgresor, pues disimulan un respeto por los rasgos formales para utilizarlos de manera distinta. Se trata de la seriedad o formalidad en constante ruptura.

La alteración de las convenciones formales se observa desde el comienzo de la obra con las 50 páginas introductorias que anuncian un comienzo, pero provocan su dilatación. Al final, después de un amplio conjunto de microrrelatos, aparece un “Epílogo” que consta de un “epitafio del autor” y un “Telón de incertidumbre” de dos páginas más. Así, los paratextos que enmarcan el libro tienen un peso importante para comprenderlo y apreciarlo. Es decir, las partes de la obra colocadas al margen, como los títulos, los prólogos o las notas introductorias son resaltados de una manera distinta a la convencional. Comúnmente son discursos objetivos que aportan información sobre la obra y el autor pero, en este ejemplar, el lector se da cuenta que no puede confiar en ellos del todo. Estamos tan acostumbrados a leer paratextos grises que no reparamos en ellos. Pues ahora, Monsreal los recuerda para revertirlos. En concreto se trata de una parodia architextual que incorpora frases hechas o tipos de discursos muy específicos que aluden a la formalidad de un título pero tienen la intención de presentar textos diferentes que se burlan de esas mismas formas.

Para tener una idea de estos paratextos, basta con leer el índice. Algunos títulos son:

  • “Introducción a la séptima biografía autorizada, arbitraria e inconclusa de Agustín Monsreal” (9).
  • “Acerca de los siete Agustines” (16).
  • “Fragmento de una entrevista de banqueta a nuestro autor” (18).
  • “Preocupación cotidiana del autor” (19).
  • “Nota de un crítico notable escrita por encargo (de A.M. y del editor) para la publicación de este cuentario” (21).
  • “Preámbulo de corto y mediano alcance” (23).
  • “Declaración a la lectora” (24).
  • “El gran secreto de Monsreal. Lo que nadie se ha atrevido a decir. Síntesis pura y fidedigna de una entrevista colectiva realizada al autor a mitad de una conferencia magistral” (25).

En muchos de estos casos se apela a la veracidad, a frases comunes en un título, como ‘lo que nadie se ha atrevido a decir’. Además, se menciona el nombre real del autor, al igual que momentos serios y académicos, como sería una conferencia o una entrevista. Sin embargo, la repetición e hiperbolización de todos estos elementos hace que la formalidad se destruya; sobre todo cuando los relatos que han sido enmarcados por estos encabezados asumen el mismo disimulo de formalidad, pero auto-anulan al autor o lo recientemente escrito, para contradecir la veracidad prometida en un inicio. En cada caso puede apreciarse una intención irónica, en el sentido de que conviven la ficción y la realidad, pero también la veracidad y su misma anulación.

El segundo aspecto que nos interesa rescatar es la mención de textos apócrifos, que continúa la misma línea lúdica e irónica ya mencionada. El autor José María Merino, en “Los límites de la ficción”, define: “El apócrifo se muestra en principio como si fuese verdadero, formando parte de la realidad. Muchos aceptamos ese juego con regocijo, pero hay quien no lo puede entender” (86). Por suerte, las muestras apócrifas que arroja Monsreal son fáciles de identificar. Por ejemplo, en “Biografía de dudosa comprobación (autorizada por el autor)” (50), hay una antífrasis directa que cuestiona la posibilidad de esa fuente y aumenta cuando descubrimos que el relato se encuentra totalmente entre paréntesis, restándole importancia a los hechos narrados.

La función del apócrifo precisamente pone en tensión los límites de la ficción, pues la formalidad no solamente consiste en imitar discursos paratextuales y después transgredirlos, sino también en simular una voz de autoridad para romper con ella. Esto se construye a partir de la figura del personaje-autor que da todos los indicios de ser el autor-real, para después desacreditarlos o desacreditarse a sí mismo.

Estas consideraciones nos llevan a hablar del último aspecto a resaltar: la autoficción. Para algunos teóricos como Manuel Alberca, la autoficción depende de una identificación nominal entre protagonista y autor: “en la autoficción, la relación entre personaje, narrador y autor se comprueba inequívocamente por la misma nominación […] Sin embargo, esta relación resulta contradictoria con el estatuto narrativo ficticio otorgado al relato” (Alberca 148). Esta contradicción se intensifica cuando el resto de la información se empeña en mostrar la falta de veracidad de los textos. Incluso podemos observar cómo los rasgos autobiográficos son parodiados.

Por ejemplo, en “Introducción a la séptima biografía autorizada, arbitraria e inconclusa de Agustín Monsreal”, tenemos un título discordante: es una autobiografía autorizada, que menciona al autor real, al tiempo que se define como arbitraria. Además, dentro del texto se nos dice: “En el caso de A.M., que es el autor que nos ocupa, baste recordar que padece un magnífico buen humor que sólo se le echa a perder cuando le preguntan una vez y otra si está enojado porque ignora la fecha de su nacimiento o porque se la usurparon y no sabe cuándo cumplir años ni si él es él, o es alguien que nadie sabe quién es” (9).

Agustín Monsreal

Por lo tanto, un dato tan fidedigno como el nombre del autor real es contradicho por una confusión ontológica de esa figura autoral respecto a un dato tan concreto como su fecha de nacimiento. Entonces, la ficción es interrumpida con el dato del nombre, pero la realidad también es derrumbada con su propia auto-anulación.

Hay otros ejemplos interesantes en el libro donde el nombre real no es sinónimo de veracidad:

“Soy Agustín Séptimo. Existieron, antes de mí, seis Agustines que murieron antes de cumplir el primer año de vida” (16). “Monsreal comenta en su Diario Intimidante (Tomo VI, Pág. 39): ¿Qué éramos ella para mí y yo para ella? (43). O en “Sobre Monsreal (apunte anecdótico)”: “Según los datos que han llegado hasta nosotros, nació hacia el 25 de septiembre de 1941” (133).

Todos estos juegos autoficcionales arrojan una reflexión respecto a la identificación, pues el personaje-autor está unido al autor real por los homónimos y datos fehacientes. En consecuencia, el protagonista ficcional adquiere la vestimenta de autor de manera directa; no está desdibujado como otros actantes de microrrelatos que suelen ser tipificados para ahorrar espacio. En estos casos el formato puede ser breve, pero hay un anclaje entre el Monsreal verdadero y el ficcional; sin embargo, una vez que se produce esta unión, las acciones y situaciones se encargan de contradecir la veracidad impuesta con datos imposibles o paradójicos. En conjunto se trata de un vaivén entre lo posible e imposible.

Estos textos lúdicos y paródicos no dejan de ser también un homenaje a otras obras literarias. Pues la parodia siempre es peyorativa y reverencial, ataca mordazmente otros discursos al tiempo que los recuerda y les hace una reverencia. Un ejemplo claro está en el diálogo de estos textos introductorios con Museo de la novela de la eterna del argentino Macedonio Fernández de 1967.

Para mostrar esta relación, en la página 39 de Los pigmeos vuelven a casa, lugar extraño para una dedicatoria, nos encontramos con “Dedicatoria al margen”: “Admiro a M.F. desde la primera página escrita por él que dejé de leer. En virtud de ello he determinado, aprovechando su ausencia perfecta, ejemplo de sofisticación y modernidad, dedicarle los apuntes biográficos y anecdóticos que hay en este libro, pues lo inesperado irremediablemente atrae a lo inesperado” (Monsreal 39).

La obra de Macedonio Fernández contiene 134 páginas de textos introductorios, mientras que la de Monsreal posee 50. Además, en la página 265 de la obra argentina, todavía aparece el título: “Prólogo final”, que en sí mismo es una contradicción enorme por su posición en el libro.

Aunque existe una relación directa entre Los pigmeos y Museo de la novela, la obra de Monsreal todavía puede ser estudiada a partir de otros aspectos. Hasta aquí hemos hablado de tres de ellos relacionados con la parodia y la transgresión de textos introductorios para señalar una cualidad lúdica, pero faltaría revisar lo que ocurre a partir de la página 52 hasta la 306, pues la obra es rica en tópicos y recursos formales, así como en el manejo de personajes –aspecto poco común en el microrrelato, donde no hay tiempo de conocerlos–, ya que son recurrentes la Psicóloga de las Medias Negras o la Mujer de tu Prójimo: dos protagonistas complejas que circulan por ahí más reales que la autoficción y en cuyos nombres también se distingue la intención de Agustín Monsreal por transgredir las costumbres entumecidas del lector.

Bibliografía

Alberca, Manuel. “Las novelas del yo”. La autoficción. Reflexiones teóricas. Comp. Ana Casas. Madrid: Arco libros, 2012. 123-150.
Merino, José María. “Los límites de la ficción”. Revista Anthropos. 208 (2005): 82-91.
Monsreal, Agustín. Los pigmeos vuelven a casa. México: Ficticia, 2016

Acerca del autor

Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda

Realizó la licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, la maestría en Letras Mexicanas por la UNAM, desarrolló estancias de investigación en la…

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