Quizá el primer aspecto que llama la atención en La composición de la sal es la brevedad de los textos que integran el volumen: catorce relatos distribuidos en poco más de cien páginas. Historias cortas, apenas un atisbo, una sugerencia. Sin embargo, el laconismo no está de forma alguna reñido con la hondura, con la capacidad expresiva. Antes bien, cada cuento es una muestra cabal de contención, en los diversos sentidos que la palabra entraña: como lo que se reprime o se sujeta, como disputa, como intensión o esfuerzo. Velocidad e intensidad son, en suma, atributos de la escritura de Baudoin.
Otro elemento sobresaliente de La composición de la sal es el estilo —en apariencia directo— que recorre todo el libro, a la usanza del periodismo (oficio del que proviene la autora). Así lo advierte Alberto Manguel en el prólogo: “Es como si Baudoin nos contara sus relatos con la mayor aparente franqueza, pero nosotros, los lectores, intuimos detrás de las palabras una reticencia oscura, motivos nunca confesados, razones secretas, personajes y lugares de cuyo nombre Baudoin no quiere acordarse” (p. 9. Énfasis mío). La simulada franqueza, asociada a una forma de narrar que nada esconde, se revela como una trampa, como el artificio que encubre el intrincado andamiaje compositivo de cada cuento, donde lo que se dice y lo que se calla está cuidadosamente planeado.
Esta característica insinúa otra, cardinal a mi parecer, en la medida en que exhibe cómo Magela Baudoin concibe el cuento en tanto género: la estructuración de todos los relatos en torno a un olvido fundamental, a la elisión de información vital e inaccesible. Hay, en los cuentos de La composición de la sal, un secreto inaugural, algo no dicho que determina el curso de lo narrado y le brinda unidad al volumen. No por nada, en la cuarta de forros Giovanna Romero afirma que “Baudoin sabe cómo desarrollar un relato doble, e incluso triple” y José María Brindisi apunta que “es como si el lenguaje trabajara en el negativo de la anécdota: no vaciándola de sentido, sino desvistiéndola, mostrándola en su real complejidad”. En el mismo tenor, Manguel señala —en el prólogo ya citado, que significativamente se titula “La confesión postergada”— que los relatos de la boliviana “comparten un acto secreto y aluden a algo siempre mayor que el argumento que proponen” (p. 10). Sí, el cuento como el (tantas veces citado) iceberg de Hemingway, pero también como una desgarradura o, de acuerdo con la propia autora,
como un mar de aguas profundas que cambia de color mientras más abajo te sumerges. O como una crisálida que tiene en su esencia el poder de volverse otra cosa, más terrible o bella, no importa, pero que se transforma. En mis cuentos pueden haber una, dos, tres historias o ninguna. Algún lector podría decir que en muchos sólo hay una anécdota, y también será verdad. Lo que importa es que todo lo plantado allí lo encuentre quien lo necesite (“Tierra de promesas”, 2016).
Los catorce relatos que conforman La composición de la sal ofrecen al lector un conjunto de indicios que se bifurcan, a su vez, en una serie de posibles interpretaciones (complementarias, algunas veces; excluyentes, otras, pero siempre inquietantes) al momento del desenlace: un mar de fondo cuyo estremecimiento apenas se insinúa en la superficie. En “Amor a primera vista”, la casualidad lleva a un hombre a mudarse con una mujer que parece estar más enamorada del departamento en que residen que de él mismo; en “La noche del estreno”, el dueño de una tintorería —cuyo pasatiempo favorito consiste en jugar con un teatro en miniatura—, recibe en su negocio un atuendo que, descubre, puede ayudarle a saldar cuentas con su pasado; un anciano se exaspera por su incapacidad de contener el llanto y arrobarse ante cualquier situación, en el texto que da título al libro; una serie de eventos inexplicables atribulan a una mujer agnóstica y triste cuando emprende un viaje a la provincia boliviana como asistente de producción de un documental, en “Dragones dormidos”; en “Borrasca”, una charla sobre las hermanas Brontë funge como trasunto de las desavenencias entre una joven y su abuela.