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La asimilación de la literatura zombi en México. El caso de la antología de cuentos Festín de muertos

Raquel Castro y Rafael Villegas (coordinadores), Festín de muertos. Antología de relatos mexicanos de zombis, México: Océano, 2015, 180 pp.

No había esa compulsión desaforada de apareo constante,
tal vez porque la reproducción estaba en otra parte: en el contagio.
Cecilia Eudave

La crítica especializada ha prestado poca, o casi nula atención, a la literatura de zombis, debido en parte a que se le considera de baja calidad, incapaz de dar obras de calibre universal. Su abolengo genológico tampoco le ha ayudado. Muchos la consideran un subgénero de la ciencia ficción o el terror, ambos géneros igualmente discriminados años atrás por la crítica. De tal modo que si la ciencia ficción y el terror son los patitos feos de la literatura, la literatura de zombis sería el patito feo de los patitos feos. Si bien es cierto que los zombis, por su naturaleza de redivivos, son seres generalmente feos y malolientes, eso no tiene por qué convertir a las obras que tratan de ellos en las hijas apestadas del arte literario. Antes bien, debido a la proliferación de obras de temática zombi en las últimas décadas y a su reciente asimilación por parte de escritores mexicanos, es necesario comprender dicho fenómeno tanto en su vertiente universal como mexicana, tema que da para investigaciones en múltiples vertientes, porque es un terreno de investigación prácticamente virgen. En este caso particular, mi propósito es mucho menos ambicioso: me centraré en una de las antologías pioneras de relatos mexicanos de zombis llamada Festín de muertos (Océano, 2015), coordinada por Raquel Castro y Rafael Villegas, cuyos rasgos principales comentaré de manera muy breve, para lo cual creo necesario ubicarla dentro de la historia del tópico.

El tema del zombi en las artes literaria y visual ha pasado por etapas bien definidas que pueden catalogarse así: primero estuvo el zombi vudú, que era el cadáver reanimado mediante la magia vudú haitiana. Estos muertos carecían de voluntad propia y obedecían únicamente las órdenes de su amo, hasta que éste los enviaba de nuevo a la tumba. Dos representantes emblemáticos de esta etapa son el libro La isla mágica(1929), de William Seabrook, y la magistral película de Jacques Turneur I walked with a zombie (1943), ligados ambos al folclor haitiano y a la magia negra. La segunda etapa, mencionada por Randolph Carter1 es la del zombi pulp, que es el muerto viviente que se le rebela a su creador, como el que aparece en el cuento «Herbert West, reanimador» de Lovecraft. La tercera etapa, que definió la mayoría de las características actuales de los zombis, fue inaugurada por George A. Romero en 1968, con su película The night of the living dead, donde curiosamente no se menciona jamás la palabra zombi (debido a que Romero tenía en mente el libro I am Legend (1954) de Richard Matheson, en el cual aparecen unos seres más bien semejantes a los vampiros). A partir de entonces el zombi deja de ser un muerto que obedece los deseos de un mago y se convierte en un cuerpo que deambula mecánicamente con el único propósito de comer carne humana (se dice que los sesos son su platillo predilecto, pero eso no les impide degustar ningún otro órgano del cuerpo). En adelante, los zombis proliferan en múltiples producciones cinematográficas, la mayoría de las veces con un bajo presupuesto e ideas poco innovadoras. En cada década se adaptan a los conflictos históricos en los cuales están insertos. Durante la guerra fría, por ejemplo, uno de los motivos que se utilizó con frecuencia para justificar la zombificación del planeta fue una guerra bacteriológica comenzada por los soviéticos.

Los zombis han sido ocupados, desde el cine de Romero, como símbolo del ser humano posmoderno: su hambre insaciable se equipara a la del comprador compulsivo; su tara mental a la de la sociedad de consumo, constreñida a vivir el día a día guiado por los deseos que le impone la publicidad; su anonimato a la masificación de la población mundial, a la nulificación del ser y su transmutación en un número estadístico más.

Los países en los cuales el tema del zombi ha tenido un fuerte auge han sido Estados Unidos, Francia y España, quienes se han convertido en importantes productores de literatura y cine de temática zombi. Noemí Novell destaca el hecho de que muchos de los países productores de literatura zombi sufren de fuertes problemas con inmigrantes hacia su país, lo cual provee al fenómeno de una interpretación sociológica insoslayable: los zombis son también los apestados de la sociedad, los rechazados e incomprendidos, los que no tienen ni voz ni voto en la sociedad que los recibe, muchas veces a regañadientes y sin ocultar su descontento.

Este género, ampliamente desarrollado en Europa y Estados Unidos, contiene altas dosis de violencia gore, (mientras más explícita mejor, de ahí que muchas veces se les llame zombis splatter), y hay una marcada tendencia a la búsqueda de los métodos de propagación de la plaga. Todo esto cambia cuando los zombis llegan a Latinoamérica, pues las condiciones socioculturales, económicas y tecnológicas son muy diferentes. Para ejemplificar cómo se dan estos cambios en México específicamente, me centraré en la antología antes mencionada: Festín de muertos.

Raquel Castro, una de los coordinadores de este libro, comenta: «Festín de muertos es un sueño que se nos ocurrió a Rafa Villegas y a mí cuando en 2011 nos invitaron a dar una charla en Guadalajara sobre zombis, y cuando nos preguntas sobre libros de zombis pero en México, nos quedamos mudos». 2 Al terminar decidieron convocar a varios escritores para que los ayudaran con la creación de un volumen de cuentos que inaugurara una tradición de literatura zombi en México. El resultado fue un libro digno de mención, con tratamientos inéditos del tema, que dan cuenta del sincretismo que se crea al importar un género nacido en el extranjero, pero al cual se le añaden notas propias del país anfitrión.

El libro se compone de los dieciocho relatos siguientes:

«La otra noche de Tlatelolco» de Bernardo Esquinca
«El sótano de una casa en una calle apenas transitada» de Édgar Adrián Mora
«El deber de los vivos» de Jorge Luis Amaral
«Show business» de Omar Delgado
«Día de muertos» de José Luis Zárate
«Los primeros atardeceres del incendio» de César Silva Márquez
«Sobrevivir» de Cecilia Eudave
«Los salvajes» de Alberto Chimal
«Los días con Mona» de Joserra Ortiz
«Los Zetas» de Bernardo Fernández, Bef
«El puente» de Gabriela Damián Miravete
«Como cada vez» de Karen Chacek
«Sala de recuperación» de Antonio Ramos Revillas
«Angelito» de Arturo Vallejo
«La primera en la frente»  de Ricardo Guzmán Wolffer
«Señor Z» de Carlos Bustos
«El hombre que fue Valdemar» de Norma Lazo
«El lugar del hombre» de Luis Jorge Boone

En Festín de muertos hay algunos escritores que decidieron tomar el camino fácil de la folclorización del tema, como es el caso de «Los primeros atardeceres del incendio» de César Silva Márquez, que le basta con mencionar los lugares conocidos de la Ciudad de México como el mercado Juárez, y una prosa inundada de «pinche» y «cabrón» para que el cuento «suene mexicano». Otro ejemplo es el cuento de Bernardo Esquinca, llamado «La otra noche de Tlatelolco», que se ubica durante la matanza estudiantil de 1968, pero en un universo alterno en el cual un estudiante se transforma en zombi y muerde a un soldado, y a partir de ahí la epidemia se esparce.

Así como hay quienes sólo aprovechan la oportunidad de formar parte de una antología mexicana de cuentos sobre zombis, hay también un esfuerzo por parte de otros escritores por encontrar una voz propia del tema zombi, sin caer en el folclorismo fácil. En «Los días con Mona» de Joserra Ortiz se presenta un enfoque mucho más intimista. El cuento se centra en la historia de un joven que ama a Mona, una mujer que conoció durante la época del contagio, pero que sólo lo quiere como amigo. El joven narra mucho tiempo después de acaecida su separación con Mona, desde la nostalgia y la impotencia de no haber podido concretar nada con ella a pesar de haber sido, durante mucho tiempo, el único hombre en su vida. Arturo Vallejo aporta una minificción con «Angelito», efectivo en su concisión y en el manejo del tema. La génesis del zombi en este caso es la palabra, la mera invocación inconsciente que produce estragos al final de la minificción.

Es evidente que varios de los autores de estos textos tienen conocimiento del tema zombi en otros países, debido a la intertextualidad presente en sus obras. En «Los primeros atardeceres del incendio» se menciona que la infección vino de China, como ocurre en Guerra mundial Z, que los hace venir del mismo país en circunstancias similares a las descritas en el cuento. También pueden hallarse diversas alusiones a Romero y a los videojuegos de zombis. Sin embargo, la intertextualidad no solamente emparenta los cuentos con textos zombi de otros países, sino también con la tradición literaria latinoamericana. En «Los primeros atardeceres del incendio» se menciona que uno de los personajes se llama García Ponce. «De vez en cuando los zombis llegan hasta acá, pero García Ponce es muy eficiente con el rifle. Un día le pregunté si sabía quién era Juan García Ponce. Claro que sé quién es, me dijo, soy yo, completó sonriendo y sujetando el arma por el cañón».3 Alberto Chimal le hace un homenaje literario a Roberto Bolaño en su cuento «Los salvajes», que trata de cómo el nieto de un narcotraficante quiere revive al escritor chileno Roberto Bolaño para aprender a vivir como él. También lo ayudaría a hacer su tesis, la cual se llamaría: El secreto del texto: 2666 desde el punto de vista del autor. Con los honores que obtendría por ese estudio obtendría un puesto como secretario de educación, cuando menos. Chimal describe al zombi Bolaño así: «Amarrado a un diablito de los que usaban los maleteros del aeropuerto, no parecía muy distinto de los zombis de los videojuegos o de la televisión: aunque el extracto realmente hacía maravillas, le faltaba un ojo, por ejemplo, y la cuarta parte del cráneo, y varios trozos del torso, por los que se entreveían el corazón, el bazo y el páncreas, todos de un verde casi negro».4

Alberto Chimal.

Los cuentos que integran el volumen Festín de muertos implican, como sucede con cualquier antología, la poética de sus coordinadores, y a partir de una revisión somera de los cuentos se pueden colegir varios puntos interesantes acerca de la incipiente literatura zombi en México.

En los países industrializados es frecuente encontrar un parangón simbólico entre los zombis y los inmigrantes, la sociedad de consumo, la idiotización de la población mundial, etcétera. Los sobrevivientes buscan la fuente de propagación del virus que provoca la zombificación de la gente, como ocurre en Paciente cero de Jonathan Maberry (Editorial La factoría de ideas, 2010). Igualmente es clásica la búsqueda de una cura que revierta el proceso o una vacuna que nulifique los efectos de las mordidas de los contagiados. En la mayoría de sus obras se le da un mayor peso narrativo a la acción gore y a las cuestiones tecnológicas.

En Festín de muertos se dejan entrever presupuestos distintos, acordes con el ambiente literario y cultural de América Latina. El primer rasgo notable es que prácticamente nadie se pregunta de dónde viene la plaga, ni cómo puede curarse, debido a que las respuestas están tan lejos de Latinoamérica que no son un tema relevante dentro de los textos. Por lo tanto, mientras que en los países industrializados se escribe acerca de los procesos y los porqués de la zombificación, en este libro los cuentistas hablan de las consecuencias de esos procesos. A México llegan las secuelas de las decisiones que tuvieron las grandes potencias.

En México no existe la tecnología de punta que haría creíble un combate frontal contra los zombis, por lo tanto, los cuentos de esta antología disminuyen la dosis habitual de violencia en aumento de la reflexión y de la acción psicológica. Cuentos como «El puente» de Gabriel Damián Maravete se centran en las relaciones interpersonales, no en el conflicto zombi que está afuera amenazando la estabilidad del mundo. A veces, la plaga zombi únicamente sirve a los escritores de esta antología como un pretexto para explorar otros temas. Existe un esfuerzo por nacionalizar el tema zombi a partir de la inclusión de topografías eminentemente mexicanas (sobre todo de la ciudad de México, con todo y su léxico y giros lingüísticos propios) o de la mención de referentes populares en la cultura mexicana, como la sonora dinamita, Chespirito y Roberto Gómez Bolaños. En varios casos dicha inclusión resulta artificiosa y poco afortunada, pero en otros logra su cometido y nos dan cuentos que trascienden la mera localidad mexicana. Consecuencia de las condiciones en las cuales fue creado este libro, uno de sus defectos es que algunos de sus cuentos se sienten creados por encargo.

Una última reflexión en torno al tema. Actualmente el género zombi es ya muy conocido por el público en general y ya ha sido tratado desde incontables aristas: zombis que vienen del espacio exterior, de experimentos nucleares, genéticos, farmacéuticos, radiactivos, militares, en el pasado, en el futuro, en otros planetas o sistemas galácticos. A sesenta años del nacimiento de los zombis de Romero, el género ha entrado en una etapa autoparódica que implica un reconocimiento generalizado del tema y, a la vez, su incursión dentro de otros géneros como la comedia. Películas como Black sheep (Jonathan King, 2006), la cual se desarrolla en Nueva Zelanda y trata de ovejas zombis que convierten a aquellos que muerden en humanos-ovejas-zombis, Zombie town (Damon Lamay, 2007), narrada desde el punto de vista de unos jóvenes que no se dan cuenta de que se han transformado en zombis tras haber probado helados radiactivos, y Zombieland (Rubén Fleischer, 2009), película que parodia muchas de las convenciones del género, o novelas como Orgullo, prejuicio y zombis de Seth Grahame-Smith (Umbriel editores, 2009) que contiene la misma trama que el clásico de Jane Austen pero con zombis, son ejemplos paradigmáticos del estadio en el cual se encuentra el tema zombi: la autoconciencia de sí como género (condición necesaria para que exista la parodia). La incursión de escritores mexicanos dentro de la temática zombi se da justo en ese momento clave de autoconciencia. En Latinoamérica existen otros escritores que comienzan a abordar el mismo tema desde trincheras muy semejantes: en Argentina, Berazachussetts (Editorial Entropia, 2007) de Leandro Ávalos Blacha y en Chile el cómic Zombis en La Moneda (Mythica ediciones, 2007) son algunos ejemplos de latinoamericanos pioneros en el tema zombi. Lejos de sentir que México llega tarde a la literatura zombi, el timing no podía ser más afortunado; el desarrollo del tema en otras latitudes está en un punto en donde se emparenta con un modo de escribir que se adecua a las condiciones escriturales latinoamericanas, esto permite una incursión exitosa en géneros como la ciencia ficción y el tema zombi: la parodia, la burla y el humor negro, pero también la reflexión y el enfoque intimista, actitudes literarias que les son afines a muchos escritores mexicanos, como Cecilia Eudave, Bernardo Esquinca, Gabriela Damián Miravete o Alberto Chimal. Festín de muertos demuestra que los escritores antologados han sido capaces de traspasar las barreras del género y darle un enfoque y voz propia que vale la pena revisar más a fondo en los próximos años.

Andrés Gutiérrez Villavicencio

 

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Notas al pie:

  1.  Véase Randolph Carter, «El mito del zombi. Su evolución desde la literatura», en Blog Almas oscuras,http://www.almasoscuras.com/el-mito-del-zombi-su-evolucion-desde-la-literatura (consultada el 26 de enero de 2016).
  2.  Itzel Acero, «Festín de muertos. Un libro para ser devorado», en La jornada Aguascalientes, 13 de abril de 2015, disponible en el sitio web:www.lja.mx/2015/04/festin-de-muertos-un-libro-para-ser-devorado/ (consultada el 29 de enero de 2016).
  3.  César Silva Márquez, «Los primeros atardeceres del incendio», en Festín de muertos, p. 62.
  4.  Alberto Chimal, «Los salvajes», en Festín de muertos, p. 7.