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Los libros invisibles

EDUARDO LALO. Simone. Buenos Aires: Corregidor, 2013, 202 pp.

Implícitamente, los premios literarios tienen dos finalidades que determinan su importancia: la primera, catapultar la carrera de escritores noveles o poco conocidos para que ingresen “con el pie derecho” en el campo cultural; la segunda, premiar la carrera de un escritor que ha pasado por todos los filtros hasta hacerse de una reputación más o menos admitida. El premio no sólo se atiene a la calidad literaria de las obras, sino que también está sujeto a los intereses político-culturales que desee reconocer y, en última instancia, es un medio de legitimación. Este hecho tiene mayor importancia si pensamos que, en 2013, el ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos fue el puertorriqueño Eduardo Lalo, cuya obra, Simone, paradójicamente cuestiona las prácticas de reconocimiento literario y pone en tela de juicio el peso que tiene la industria editorial en la visibilidad de algunas tradiciones literarias.

El galardón no sólo puso en medio de los reflectores a un escritor que era poco conocido en el ámbito hispanohablante, sino que también evidenció la postura del premio con respecto a su razón de ser: con esta obra se reconocía a una tradición que había sido prácticamente desdeñada por los críticos en el continente. Al respecto, uno de los miembros del jurado, el escritor Juan Duchesne aseguró que: “Puerto Rico ha sido a veces como esa obrera invisible y al fin pues, contradiciendo un poco al autor, se hizo visible”1. En este caso, el galardón es una disculpa tardía, pero también una muestra de la autoridad de la crítica que había olvidado a estos “países invisibles”. Sin embargo, debemos recordar que los diálogos no se producen solamente del centro al margen, sino que también existe una respuesta clara, pero pocas veces escuchada, del margen al centro. En este sentido, Simone es una postura literaria que discute los procesos de consolidación literaria en Latinoamérica.

La obra rechaza la falsa concepción de un mundo hispanohablante inclusivo, en el cual la calidad artística es suficiente para que un texto pueda ser apreciado en el resto del continente y más allá de sus fronteras. En Simone se desmenuzan las convenciones culturales que condenan al silencio y al olvido a los escritores puertorriqueños, quienes escriben (al igual que otros periféricos) para nadie: su público natural consume las novelas canonizadas por los centros o naufragan entre los best-sellers que ocupan los grandes aparadores. Asimismo, la lejanía de estos escritores con los grandes medios de distribución vuelve impensable la posibilidad de ser leído en otras latitudes. Frente a esta situación, el escritor queda aprisionado en un oficio que a nadie le importa, imposibilitado para defenderse o para justificar su trabajo.

Ante esto, ¿cómo puede hacerse literatura en una sociedad globalizada que borra fronteras de fuera hacia adentro, pero que mantiene cercados a los compradores “locales”? Esta pregunta, que recorre el inicio de la obra, tiene como primera respuesta el silencio. Es decir, se narra la banalidad de cualquier empresa; la acción parece no tener sentido en una sociedad donde todo se desmorona y donde incluso la memoria ha perdido la concreción. No obstante, el verdadero impulso de Simone está en la superación de esta condición: si la globalización ha traído consigo un desarraigo y un sentimiento de no-pertenencia en todos los países, la única forma de hacerle frente es reestableciendo las relaciones uno a uno. Lejos de los centros comerciales, de los restaurantes sin identidad y de las relaciones fugaces, el encuentro entre dos individuos y la posibilidad de un diálogo se vuelve lo único tangible. Dos construyen un mundo dentro de los simulacros. Así, la creación literaria vuelve a sus orígenes: la comunicación, y a partir de este redescubrimiento, ajeno a los ritos culturales y de mercado, se puede escribir para el otro como para uno mismo.

Ahora bien, el lugar de la literatura puertorriqueña se plantea de una forma similar; si el mercado ha vuelto imposible la relación entre el autor y el lector, pues el libro es un producto tan desechable como cualquier otro, los medios de canonización que imponen un poder sobre la lectura, se revelan como disfraces tan mezquinos como el del mercado. Es decir, ni la academia y su discutible “objetividad”, puede consolidar un valor que supere al consumismo. En este sentido, Eduardo Lalo expone la necesaria revisión de los medios de validación que existen en la crítica (tanto en Puerto Rico como en el resto del mundo hispanohablante); pues sólo a partir de un diálogo carente de prejuicios se puede saber desde dónde se está hablando. En la novela leemos: “Somos una isla geográfica, política y literaria. Pero no existe una gran diferencia entre la situación de un escritor español o de donde sea y nosotros, aunque ellos no lo puedan ver nunca. Y te digo la verdad, prefiero la lucidez del margen, de esta miseria” (p. 174).

Debido a esto, el reconocimiento que se le otorgó a la novela en 2013 plantea ciertas contrariedades que no podemos pasar por alto; en principio, expresa la autoconciencia del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos como un elemento de canonización; en segundo lugar; es evidente que, aunado a la calidad estética de la obra, las razones del premio tienen mucho que ver con políticas culturales. Es decir, no sólo se premia a una obra por su innegable calidad artística, sino que al mismo tiempo se le catapulta a un ámbito hispanoamericano con una marca que condiciona su lugar en el mercado: “una obra puertorriqueña”. Este adjetivo recuerda muchas de las empresas editoriales que encumbraron la utilización del término boom para designar a un conjunto de obras latinoamericanas.

En este contexto, la importancia del escritor adquiere un mayor peso, pues Eduado Lalo sustentó la crítica que hizo a la industria editorial en su novela: ante el reconocimiento, no sólo rechazó editoriales transnacionales o las propuestas de diversos agentes literarios, sino que también ha seguido siendo congruente con su postura y se ha negado a ser una marca. Asimismo, la toma de una postura aumenta el diálogo y recrea una visión de mundo que enfrenta un cambio de paradigmas en cuanto a la distribución del libro, pues tal como uno de los personajes expone en Simone, hay una relación autor-libro que se niega a morir: “La (industria) del libro está en proceso de aniquilar la literatura. Somos náufragos, nos queda el futuro amargo de los que sobreviven a un mundo que no volverá a existir” (p. 195).

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez

Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras (Latinoamericanas) de la misma institución con una tesis sobre la apropiación del…

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Notas al pie:

  1. “El puertorriqueño Eduardo Lalo gana el Rómulo Gallegos de novela”, El País, 9 de junio de 2013, disponible en: https://goo.gl/7rr8s5 (Consultado el 05 de octubre de 2015).