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Para leer el tarot

JOSEFINA LUDMER. Aquí América latina. Una especulación. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2010, 216 págs.

El 13 de marzo de este año, en Buenos Aires, el sociólogo argentino Horacio González participó en el Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad. El encuentro se planteó como una alternativa al neoliberalismo desde América Latina. Tuvo presencias notables: Leonardo Boff, Gianni Vattimo, Jorge Alemán, Noam Chomsky… González repasó algunos temas de la tradición ilustrada argentina y sus tensiones; ciertas marcas martirológicas aventuradas en la obra de Rodolfo Walsh; el rol de Mariano Moreno en la divulgación del Contrato Social; la posibilidad de un acercamiento a la Carta de Jamaica en el contexto de la actual situación que vive la región. La lectura transversal, atípica, sintomática del sociólogo actualizó algunos aspectos de las literaturas que aún interpelan al continente y que en sus desencuentros y discontinuidades revisitan y tensan la pregunta europea hecha en Calibán a propósito de la existencia de una cultura latinoamericana.

En González todo pareciera rondar el mundo de la cita, la relectura, la evocación de lenguas plebeyas o el intercalado carnavalesco entre la «alta cultura» y las profundas tradiciones populares. La emancipación, dirá en una de las frases más lúcidas de su intervención, consiste en ajustar cuentas con los textos leídos. Es por eso, porque la emancipación deviene también una práctica hermenéutica, que las condiciones de irrupción de una lengua, sus formas políticas y narratológicas, se vuelven nodales a la hora de leer los nuevos códigos sentimentales y afectivos de una politicidad presente.

Son varios los autores que como Horacio González intervienen desde hace años en la discusión acerca de la retórica y sus implicancias en el espacio público. Ernesto Laclau, por ejemplo, buscó en «Articulation and the Limits of Metaphor» un acercamiento político–lingüístico a los límites de toda significación a partir del estudio de las relaciones entre analogía y contigüidad; por su parte, Josefina Ludmer, desde la crítica cultural, puso en crisis temas como lengua y subalternidad. Y es en su último libro, Aquí America latina. Una especulación (2010), donde son rescatados (todo subrayado pareciera ser pretérito; toda deuda, impagable) los ejemplos centrales que retoma el sociólogo en la disertación: la lengua como mercancía; los Call Center como la forma más acabada de explotación en el mundo neoliberal; las renovadas transacciones de la retórica. «La lengua –señala la autora– no es sólo un recurso natural sino el medio de producción de los medios de comunicación, y las cosas hechas de lengua […] forman parte de una industria global y un mercado, y son uno de los centros de producción inmaterial de hoy» (189).

No es nuevo afirmar que para leer las articulaciones discursivas que se anuncian hoy en el continente hace falta ver de cerca el acontecimiento: Ludmer escribió en Buenos Aires en el año 2000, en plena caída política y simbólica de Argentina. Si aquellos episodios parecen lejanos, la forma de narrarlos sigue siendo un terreno en disputa (se volvieron imprescindibles, por ejemplo, las crónicas de María Moreno en La comuna de Buenos Aires). Centrémonos en el texto de Ludmer que no escatima en belleza, rareza y una actualidad inusitada.

¿Cómo tomar nota de una fractura?; o mejor, ¿cómo tomar nota de una fractura desde la fractura misma? En el 2000 Ludmer vive su año sabático en la capital argentina. Esos mismos días comienza un Diario que se transformará en la primera parte del libro. El jueves 25 de mayo escribe: «A las aves migratorias se les desarrolla un agudo sentido del tiempo porque vuelan de un presente a otro y lo primero que perciben cuando llegan es el recuerdo del otro presente» (23). La escritora está marcada por las migraciones: de su Córdoba natal viajó a Rosario para estudiar literatura; se formó con las cabezas más críticas de la intelectualidad nacional; fue parte de la Universidad montonera; durante la dictadura resistió en la Universidad de las catacumbas (daban clases domiciliarias como forma de supervivencia); dejó Buenos Aires en los años noventa para enseñar en Yale. Catorce años tuvieron que pasar para su regreso.

El pájaro de Ludmer remite a otros: a los del exilio de Mahmud Darwish; a los que migran junto a los códigos y citas en S/Z. Su despliegue también es reescritura, traducción, hasta toparse de forma reiterada con la figura del migrante, figura fronteriza que escribe desde el límite, pero que cuando lo hace, construye frontera, delimita un terreno extraño para desplegar su crítica, terreno no nacional, no extranjero. Se trata de una disyunción (Appadurai) que lejos de deshacer las tensiones entre lo local y global, entre norte y sur, entre lo hegemónico y subalterno, entre las multitudes y Estados, confecciona nuevas cartografías de lo sensible, penetrando las narraciones políticas, las pasiones históricas del lenguaje, las marcas de la memoria, las formas de representación que según la apuesta del libro atraviesan sin distinción a la ficción y a la no ficción.

Las temporalidades y territorios son los ejes de una mirada que no se agota en propiedades intelectuales: «usar la literatura como lente, como máquina, pantalla, mazo de tarot, vehículo y estaciones para poder ver algo de la fábrica de realidad, implica leer sin autores ni obras: la especulación es expropiadora» (12). La conjetura inscribe en el presente huellas de significancia, territorios del habla y la escritura. Para Ludmer, en la Argentina del 2000, todo impasse es reflexivo y toda literatura, referencia; como si en el lugar de la crisis, en el año en que se caerían para siempre los sistemas computacionales, las orejas latinoamericanas disputasen las ondas para nombrar los cuerpos en el espacio público.

Ese relato, ese murmullo de lo real, se enuncia en entrevistas, mails y recortes de periódicos: la autora cita a Daniel Link en Página 12 opinando de Szuchmacher a partir de su representación de un texto borgiano (un Borges «puigizado», vuelto diferencia, vuelto política de lo íntimo); se encuentra con Chitarroni; conversa acerca del auge de la literatura histórica y la visibilización de ciertos textos con Martín Kohan; homenajea al hiperbóreo Libertella (¡esa hipérbole!). ¿Qué busca Ludmer? Insistencias que escenifiquen una posible lectura del presente: ve en Cachetazo de campo, en películas estrenadas en aquel año, o en el retrato del San Martín bastardo de García Hamilton, los quiebres representativos de clase, el declive de algún imaginario ético, la duda en el origen. Pero también la autora puebla el texto de un espacio común, de una «soledad común», que no deja de ser un sitio de emergencia, del que emerge necesariamente en la lengua del otro.

Otro que en 2001 comienza a mostrarse incansablemente en la figura del homicidio. El 10 de noviembre, el trabajador Aníbal Verón es asesinado de un balazo en el pómulo izquierdo. 37 años; ocho meses sin poder cobrar su sueldo. La violencia y el éxodo del Estado son registrados en el Diario junto a ideas de Paolo Virno. El lunes 21 de agosto escribe: «Todo listo para la desobediencia civil y que se vayan todos» (33). Por esos días la autora evoca los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA: el ataque está en el corazón de la reflexión política y narrativa de Argentina; el crimen subsiste como marca, como fisura temporal. Lunes 16 de octubre: «Cosas que están en todas partes en el 2000 en Buenos Aires: la familia, la memoria, lo judío, la fundación; la familia judía, la memoria judía, la fundación judía» (65).

Si a algo nos remite una y otra vez Aquí América latina es a la idea de que una máquina de lectura, de relectura, es siempre una máquina en re–vuelta (Kristeva), una máquina política. Es por eso que resultan interesantes los acercamientos que hace a El mandato de Feinmann, a la novela El pasado de Alan Pauls o al documental de Blaustein acerca de la fundación de la institución Abuelas de Plaza de Mayo. En todos los casos subraya una fisura temporal «entre el corte de tiempo del pasado y el presente». «El presente se vuelve al pasado y el pasado vuelve al presente; la memoria es como una ida y vuelta en presente» (64). La fuerza del acercamiento reside no sólo en poder leer los ejes narrativos persistentes que se histerizan en el acontecimiento, sino también en visibilizar aquellos pliegues temporales y espaciales –esas nuevas formas estéticas de aparición– mostrados en un presente continuo que el quiebre institucional inaugura.

El texto remarca la inutilidad de concebir a los Estados latinoamericanos actuales como totalidades: Latinoamérica se conforma de narraciones legales y contra–hegemónicas inmersas en la fábrica de lo real, y en constante contrabando y disputa por definir las nuevas coordenadas espacio–temporales. Leemos: «salgo de Buenos Aires, del Diario, del Tiempo y del yo, y me preparo para otro viaje y otra forma de crítica» (121). La especulación cruza fronteras: «La isla urbana, la nación, la lengua, el imperio. Cada territorio (cada posición territorial) es una noción, una imagen y un régimen de sentido para pensar el nuevo mundo» (122). Ludmer acompaña el rastro deleuziano del territorio como espacio lingüístico, al tiempo que subraya (como lo hará González) las profundas tensiones entre la lengua‑mercancía y las literaturas políticas enunciadas en el nuevo milenio. «El migrante –dice en un apartado que le dedica al imperio– pierde el suelo de la lengua, cae al subsuelo y el subsuelo no tiene límites» (182). En este terreno/subsuelo neoliberal, incierto, la indagación intercala textos de Pedro Juan Gutiérrez, Atilio Caballero, Diamela Eltit, Héctor Abad Faciolince, Santiago Gamboa; introduce la noción de isla urbana como régimen de significación; piensa a partir de los tonos antinacionales de América Latina (literaturas apátridas de los años noventa); nos recuerda que para otro mundo es necesario otro régimen estético, otra literatura; y hace su apuesta en «Literaturas postautónomas», uno de los textos más disruptivos de la crítica literaria latinoamericana de los últimos años (trabajo en constante discusión; trabajo bisagra), donde se ponen en juego las enunciaciones que «no admiten lecturas literarias» (149), que «no importa si son o no son literaturas» (149), que inauguran «el fin de una era en que la literatura tuvo una lógica interna y un poder crucial» (153).

La aventura intelectual de Ludmer no intenta ser algo que se salga, porque ya no hay adentros ni afueras; no es un compendio porque lo total como cierre, como obra o como autor, se desvanece; practica un corte; apunta a los restos traumáticos de la lengua, de las formas de narrar, de la mercancía, de los modos de leerse e imaginarse; recurre a los artefactos como sitios de significancia que confluyen en terrenos simbólicos (espacios que hoy más que nunca se tensan en todo el continente). La postura es fragmentada, incompleta, como si fuera narrada desde un grado cero, desde un tiempo cero, que es a la vez el final que se anuncia: 2001. Acercarnos a esta apuesta es leer las implicancias de un quiebre y sus formas de representación. Pero también será subrayar la idea de que ver un mapa actual, al igual que sucede con el lenguaje, es siempre verlo desde sus restos. Aquí América latina. Una especulación es un Diario del presente, un agujero en el presente.

Acerca del autor

Iván Peñoñori

Licenciado en Creación Literaria por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y diplomado en psicoanálisis por la misma institución. Actualmente realiza la Maestría en…

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