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El espectáculo de la intimidad

BRENDA RÍOS. Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo cotidiano, lo superfluo y lo ridículo. México: Instituto Veracruzano de la Cultura, 2013, 139 p.

Hace algunos años, Fabio Morábito se quejaba de la falta de escritores mexicanos que practicaran algún tipo de confesión privada en sus textos públicos: “En México –decía Morábito– los escritores suelen cuidar su yo público con extremo recelo, por eso entre nosotros escasea el género diarístico o el autobiográfico, que suponen alguna dosis mayor o menor de impudicia”. En los últimos años esto ha dejado de ser cierto: la narrativa actual cada vez se vuelca más a ejercicios autorreferenciales, como si estuviéramos viviendo un desplazamiento de lo político hacia lo afectivo, de la colectividad pública a la individualidad desencantada. Afectividad y fin de la comunidad parecen ser los horizontes de la escritura vigente en México. El libro de Brenda Ríos, Las canciones pop hacen pop en mí…, es una disfrutable muestra de ello.

Más que estar frente a un volumen de ensayos como el subtítulo promete, el libro emana un constante carácter confesional, de tintes autobiográficos y con fuertes marcas de eso que los franceses llaman “escrituras del yo” –esas textualidades en donde la intimidad, el autorretrato y el juego con la memoria constituyen los fundamentos de la creación. Leído así, el texto pareciera un ejercicio diarístico: un lugar en donde quienes protagoniza las páginas no son las ideas, sino los sucesos de la interioridad compartidos con el lector en una suerte de strip tease emocional, el cual produce a veces pudor e incomodidad y otras veces declarada hilaridad:

Estadísticamente hablando me enamoro de seis de cada diez hombres que conozco. Pero voy mejorando en el asunto de la superación emocional […] Una vez rechazaron mis textos en una revista: por solipsista, me dijeron. Busqué en el diccionario y vi que tenían razón: autorreferencial absoluta, toda la razón. Eso soy.

Alberto Giordano escribió que el gran problema técnico que debe resolver la escritura autobiográfica no es cómo contar la propia vida sino cómo intensificarla. En este caso, Ríos utiliza el autoescarnio como mecanismo para construir complicidades con el lector. También se preocupa por incorporar diversas estrategias retóricas para evitar eso que Arreola definía como “hipertrofia del yo”. Ante el riesgo de sólo escuchar cómo el ego se deleita en la evasión autocomplaciente del mundo, la autora responde fragmentando la escritura, agobiando de dudas a su personaje y construyendo una interpelación constante con un otro imaginario; el resultado es un gozoso diálogo repleto de procacidad: “No te dije que no veo a mi familia. No me gusta constar de dónde saco tantas pequeñas maneras de destrozarme”.

Si una preocupación permea el texto tiene que ver con los límites del lenguaje para dar cuenta de las experiencias. Una y otra vez, el personaje es el centro de una realidad ilegible que le provoca impotencia verbal e incomprensión. (“Buceo en la verdad penosa de saberme lejos de mí y de todo lo comprensible”, “Sospecho lo que dicen los demás. Pero no lo sé de cierto. No sé qué están diciendo detrás –dentro– de esas palabras familiares”). Ante esta conciencia sobre su ineficacia para lidiar con el rededor, no extraña que el texto se vuelva proteico, híbrido, difícil de clasificar (“el aire no tiene forma. Lo que digo tampoco. No escribo, relato cartas amorosas”). Y es que Ríos inserta a todo lo largo del libro anotaciones coyunturales, sueños o delirios, escenas cotidianas y reflexiones críticas sobre el mundo y sobre sí misma. Al observar toda esta heterogeneidad, resulta claro que estamos ante un texto que no sólo se resiste a apropiarse de un territorio genérico definido, sino que está plagado de libertades y contradicciones: a las preguntas existenciales las acompañan confesiones de frivolidad y los delirios sentimentales le dan la mano a reflexiones contra el melodrama. Según el escritor argentino Alan Pauls, quienes practican la escritura íntima registran el flujo de la vida, “sus preciosas insignificancias y sus dramas triviales”, apostando a que lo provisional adquiera, en el futuro, relevancia. Quizá en el fondo esa es la apuesta de este libro: si la intimidad es el espacio de pasiones triviales, registrar sus batallas cotidianas puede volverse, con fortuna, experiencia perdurable.

Más allá de la condición genérica del texto, importa el modo en que construye un fructífero espectáculo de la intimidad. Según Juan Villoro, en ciertas ocasiones “se requiere de una atmósfera ficticia para que las confesiones resulten más sinceras”. Tiene razón: todo texto autobiográfico es de algún modo un rostro enmascarado, un universo de imposturas. Por ello, si estamos ante un texto ficticio o no es lo de menos. Más que procurar una lectura que se derive del morbo, lo interesante es pensar cómo el personaje que habla en estas páginas juega con su propia identidad para elaborar una narrativa de los deseos frustrados y, al mismo tiempo, una crítica de nuestro mundo cultural:

No te dije que detesto las solapas de cualquier niñato menor de veinte que comparan con Mozart, de pronto nos rodeamos de Mozartitos o Rimbaudcitos que hacen poesía en su bachillerato oscuro. Resulta que todos viven una temporadita de vacaciones en el infierno. Y publican. Y venden libros desde sus pechos de paloma, inocentones de todo. No te dije que no comprendo el arte contemporáneo. No voy a leer todos los libros que poseo.

Me parece que el lugar desde el que se sitúa le permite a la narradora asumir una visión desenfadada y sin pretensiones, lo que posibilita no sólo un pacto de verosimilitud y confianza con el lector, sino sobre todo una mirada crítica ante ciertos convencionalismos que, por lo demás, no tiene pudor en aceptar que comparte. Si hay algo que abunda en el libro son esas formas de la compensación que practicamos a diario para lidiar con todas las promesas incumplidas, con todos esos relatos que nos vendieron ilusiones inalcanzables o ya rotas:

Juego mi corazón en cada ocasión que me compro zapatos […] Otra cosa que estuve a punto de comprar hoy: un cachorro de labrador […] Pero no lo hice. Ni zapatos ni cachorro. Libre de femineidad y de maternidad. Es una pena. En verdad. Yo quería ser una mujer alzada en los tacones y pasear al perro dos veces al día. Me verían de otra forma. Una mujer. Una mujer-madre-de perro. ¿Qué más se puede pedir? ¿Para qué madres en tiempos nerviosos? Una mujer temblorosa sujetando la correa de un cachorro entusiasta. Una mujer-bestia. Ser feliz en el absurdo goce de los parques perrunos. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Sí, atajos para la felicidad […] Pasaré la tarde en el centro comercial, comiendo helados y mirando vitrinas. Comparando los centímetros que me separan de los maniquíes sin cabeza.

La escritura de Brenda Ríos es una escritura analítica. Y lo primero que disecciona es su propia educación sentimental. De manera irónica, el libro evidencia la condición inaccesible de los estereotipos y al hacer esto, los desmantela. ¿Cómo lo logra? Hablando desde la perplejidad y la confusión y encontrando una suerte de retiro escritural, un aislamiento distinto al que propicia nuestra cultura ególatra. Con un ritmo envidiable, el texto nos lleva de la mano por diversas escenas y objetos cotidianos que detonan la introspección de una conciencia demasiado lúcida para ser ingenua y demasiado apasionada para no renunciar a sus deseos. En esas contradicciones insalvables está el mayor logro de este libro entrañable, que muchas veces concluye sus reflexiones fragmentarias con imágenes prácticamente epifánicas, como si la contemplación de los deseos malogrados (y su registro lírico) fuesen las pocas armas que tenemos para vislumbrarle un sentido a las afrentas de la cotidianidad. En el fondo, el libro pareciera decirnos que toda exégesis de una desgracia personal es también el testimonio de una catástrofe colectiva. Y a veces esa es la única verdad a la que es posible aferrarnos.

Acerca del autor

Jezreel Salazar

Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor de literatura en la Universidad…

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