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Tugurización y estática milagrosa

Antonio José Ponte. Un arte de hacer ruinas y otros cuentos. Prólogo, bibliografía y notas de Esther Whitfield. México: fce, 2005

Antonio José Ponte (Matanzas, 1964) pertenece a una generación cuya juventud trascurrió entre las últimas promesas del comunismo triunfante y la caída del muro de Berlín. Marcado por esas dos instancias, Ponte (así como buena parte de sus personajes) dejan a un lado el fácil exotismo tropical y los escenarios pauperizados con los que suele identificarse el fin de siglo xx en Cuba, particularmente en la narrativa anclada al Periodo Especial en Tiempos de Paz, crisis económica al interior de la isla resultado del desplome del bloque soviético. Dicho contexto tan adverso ha sido representado con la efectividad y la crudeza de un realismo casi naturalista por buena parte de los escritores nacidos antes de la Revolución de 1959, como es el caso paradigmático de Pedro Juan Gutiérrez y su Trilogía sucia de La Habana. Pero el sentido de las ruinas urbanas, en Ponte, no tiene que ver solamente con el cascajo amontonado ni con los balcones desmoronándose, sino con la manera de concebir la construcción —arquitectónica, cartográfica, literaria— a partir de aquello a lo que se tiene acceso, lo previo, lo que queda.

Un arte de hacer ruinas y otros cuentos (fce 2005) está conformado por dos libros independientes, Corazón de skitalietz y Cuentos de todas partes del imperio, el primero publicado en 1998 y el segundo en 2000. El volumen abre con el prólogo de Esther Whitfield, ensayo que ubica la obra del escritor matancero en el contexto de su generación y que invita a recorrer la narrativa del Periodo Especial desde un punto de vista crítico, más allá de los lugares comunes sobre la miseria y la carestía de alimentos. Si bien el nivel cualitativo de la docena de textos reunidos es bastante sostenido, en necesario señalar que existen claras diferencias entre el primer libro y el segundo.

En Corazón de skitalietz prepondera un tono que hace suscitar reflexiones sobre los conflictos internos de los personajes, los cuales no buscan llamar la atención por una excentricidad impostada, sino que es por su misma personalidad promedio que logran condensar problemáticas universales, por pretensioso que ello parezca. Un ejemplo: a fin de jugar una partida de ajedrez, dos desconocidos se dan cita en una estación de tren equidistante entre las ciudades en que cada uno habita. El primer individuo es un anciano que, con un tablero bajo el brazo, espera pacientemente a su rival en la cafetería de la Estación H. Minutos después desaparece entre el leve ajetreo que provoca la llegada del tren que arriba en sentido opuesto. El segundo jugador es un caprichoso niño de seis años, ávido por jugar y ganar la partida, pero en la mesa donde habría de desarrollarse el juego sólo encuentra el tablero con las piezas de ajedrez. Tras aguardar en vano por el primer jugador, el niño se autoproclama ganador de la partida y del tablero. «Estación H», título del cuento, resume en buena parte la apuesta de Corazón de skitalietz: Ponte dibuja el ápice de un iceberg que, debajo del mar, esconde la encrucijada del tiempo y de la experiencia acumulada, ahí donde se cruzan la condescendencia de un anciano y las argucias de un infante.

Cuentos de todas partes del imperio, compuesto por cinco relatos, está pensado como un reflejo a escala de Las mil y una noches. No sólo por la mención literal a la cuentacuentos persa en el prólogo del libro, «Rogación de cabeza por Scherezada», sino por la concepción de las narraciones. Acá todo sucede en Cuba, tanto en la isla caribeña, la mayor de las Antillas, como en esa Cuba trasplantada a casi cualquier rincón del planeta donde exiliados y viajeros llevan a espaldas la carga histórica del sitio donde nacieron.

Separaciones, desarraigos, saudades, climas insoportables, idas, regresos, insólitas travesías y deambular perpetuo son todos clichés de la narrativa cubana reciente, reafirmada por los autores de la literatura más comercial libro tras libro, una entrevista tras otra. En los cinco cuentos de todas partes del imperio, no obstante, algunos de esos tópicos funcionan como recursos para arrojar luz sobre la coyuntura de los ciudadanos cubanos en la última década del siglo pasado. En «Un arte de hacer ruinas», tercer cuento del libro, se manejan el registro fantástico y el detectivesco, ambos alrededor de un texto enigmático titulado Tratado breve de estática milagrosa. La idea principal de dicho escrito es que, así como las ciudades pueden crecer extensivamente hacia arriba o hacia los lados, en La Habana la ciudad crece hacia dentro. Es decir, que cada construcción es susceptible de ser dividida en su interior y aprovechar al máximo el espacio mediante niveles superpuestos y paredes improvisadas: cada metro cuadrado, calculado de acuerdo con la superficie que ocupa, puede ser duplicado si se construye un piso a media altura y se transforma en dormitorio, por poner un ejemplo. El Tratado, obra de un profesor de arquitectura separado de su cargo en la facultad, resulta peligroso por las tesis que sostiene, pues no se trata de amontonar gente y pertenencias una encima de la otra, sino de acomodarlas en un mismo espacio, tugurizarlas, y con ello incrementar la capacidad de la ciudad sin extender el territorio ni edificar hacia lo alto. Así es como se ha venido concibiendo espacialmente la capital cubana de manera casi clandestina, según el tratado del «profesor D.». La descripción resulta tan comprometedora que dicho escrito permanece inédito hasta que el narrador rescata la idea mientras redacta su disertación universitaria sobre las barbacoas (tapancos, en México). Dicha noción, que en un pasado no muy lejano habría sido señalada como antirrevolucionaria, sostiene (literalmente) el problema de alojamiento en la principal ciudad de Cuba.

Cuentos de todas partes del imperio, como el nombre indica, implica a personajes que han salido de la isla y que no pueden desprenderse de ella, pues siguen estando bajo el dominio de ese imperio que les ha trazado las líneas de su mapa personal. Historias breves y vivencias trágicas en África, en los aeropuertos, en ciudades de nombres fugaces de la antigua urss, relatadas por esa Scherezada que ruega todas las noches por su cabeza, engarzando anécdotas cuyo principal objetivo se resume en la difícil hazaña de dejar su cabeza de reina persa en el lugar que le corresponde.

Acerca del autor

Héctor Fernando Vizcarra

Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Secretario de redacción de la revista Literatura Mexicana. Co-coordinador del volumen…

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