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Entre la soga de oro y esta intimísima tristeza

Lolita Bosch. Campos de amapola antes de esto. Una novela sobre el narcotráfico en México. México: Oceáno, 2012, pp.

Porque nunca más volví a dudarlo: México es el país que amo, al que le debo, el que más cosas me ha enseñado y el lugar del mundo en el que más me reconozco. […] México es el país que elegí y hoy, el lugar del mundo que más me duele.

Porque hoy México nos duele a todos, que cuesta salir de ese sentimiento único, ese pensamiento único: que se acabe. Basta ya.

Aunque sepamos que esto no va a suceder así nomás. Ya no.

Y sin embargo yo vivo convencida de que no hemos perdido, sino que estamos apenas empezando a defendernos.

Y que no estamos solos.

LOLITA BOSCH, “Prólogo” de Nuestra aparente rendición.

Publicada en octubre del 2012 en México en la colección «Hotel de Letras» de la editorial Océano, el libro CAMPOS DE AMAPOLA ANTES DE ESTO ha aparecido este año en edición europea a cargo de dos editoriales catalanas: en El Aleph Editores (marzo 2013), en castellano, y en Empúries, para su versión en catalán. La versión española difiere de la mexicana en un ligero cambio en el título y en que se anteponen unas páginas paratextuales ―en el siguiente orden: tres epígrafes, una nota y un prefacio― y se altera la fecha de conclusión de la obra ―«cerca de Barcelona, 26 de agosto de 2012» por «Bogotá, Colombia, 25 de octubre de 2012»―. Las modificaciones de las primeras páginas sirven de contextualización del libro para los europeos; se anteponen dos citas de canciones ―de Albur de amor y de El MZ― y una de Raymond Chandler (que se mueve de lugar con referencia a la edición mexicana) que dan cuenta de la atmósfera del libro y que hacen contrapunto con los tres epígrafes no ficcionales («serios») que abren la narración ―de Carlos Monsiváis, Luis Astorga y de Carmen Aristegui. La Nota es una instrucción de lectura, pues distingue los distintos usos de las notas; unas «completan el texto», otras, lo documentan al dar cuenta de la bibliografía de la que parte Campos de amapola…. Asimismo, en El Aleph se suprime el subtítulo Una novela sobre el narcotráfico en México, pero a esto volveremos más adelante. Lo que en este momento me parece pertinente destacar es la ambigüedad de la disposición paratextual del título, pues Océano presenta ―en portada y portadillas― Campos de amapola en una línea y dimensión tipográfica diferentes que Antes de esto, mientras que la edición de El Aleph los dispone del mismo tamaño. En ambos casos no hay punto que los separe y en la página legal de Océano el título que figura es:

CAMPOS DE AMAPOLA ANTES DE ESTO

Una novela sobre el narcotráfico en México

En todo caso, sin importar el ambiguo título Campos de amapola antes de esto o Campos de amapola Antes de esto cierra, de alguna manera, un camino que Lolita Bosch había empezado  con la publicación de Hecho en México (Mondadori, 2007), una especie «biblioteca personal» ―a decir de Bosch―, y el trabajo constante del blog y luego página de nuestraaparenterendición.com de la que nació la edición de Nuestra aparente rendición (Grijalbo, 2011). Aunque los textos son distintos, de alguna manera dan cuenta de la inmersión, apropiación y compromiso de Lolita Bosch con las coordenadas de la cultura y realidad mexicana. En Campos de amapola… se hace una transición entre la presentación de voces diversas y la asunción de una voz colectiva que las conjuga, un nosotros que se narra a sí mismo desde la encrucijada. «Novela sobre el narcotráfico en México» como aparece en la portada de la edición mexicana o «Novela reportaje» como se ha presentado en España, el título busca englobar la historia narrada y la visión que configura la narración; por un lado, la amapola como flor, metáfora de vida, de fragilidad; por otro, los campos de amapola como punto de origen, de imagen y símbolo de nuestro presente, de «esto». De ahí que el antes de esto dé cuenta del periplo que emprende el texto, casi imperceptiblemente, hacia el pasado, y revela la dimensión inefable del presente: esto.

El dilema

Me parece relevante destacar que campos de amapola antes que esto enfrenta audazmente al problema que implica la representación de la complejidad que es México desde hace varios años. La creación literaria reciente enfrenta simultáneamente las demandas literarias, éticas y comerciales, así como a un mismo tiempo la escasez y diversificación de lectores. Sergio González Rodríguez reclamaba a la novela mexicana contemporánea, en el número 78 de  La Tempestad, su estancamiento en el umbral de la depresión, la incredulidad y la negación y pugna por una literatura de registro periodístico o testimonial libre de «mercantilismo vestido de nota roja». El abordaje de la temática del narcotráfico conlleva el «riesgo» de caer en la poco prestigiosa etiqueta comercial de narcoliteratura, y la representación de la violencia (como la vivimos y nos la presentan los medios de comunicación) enfrenta la estigmatización por reproducir el estado de realidad.

Lolita Bosch emprende un proyecto narrativo cuyas directrices van en sentido contrario de las políticas implícitas puestas en marcha por el gobierno de Felipe Calderón: visibilización y particularización para romper el anonimato de las víctimas, la humanización en lugar de la criminalización y el ejercicio de la memoria contra el olvido. La novela está escrita en un tono empático a partir del continuo acento en el carácter humano del problema a través de la repetición de frases ―como ecos, mantras, recordatorios―, de la disposición del texto en la página ―enunciados breves, versos―, diálogos en estilo indirecto libre intercalados en la narración, empleo constante de frases en inglés ―«Just in case», «Read it again» «Do our justice», etc.―, y la inserción de imágenes. Campos de amapola… no supedita la complejidad del fenómeno a la narración, más bien emplea ésta para relatar desde diversos puntos de entrada las intrincadas relaciones que lo componen. El papel protagónico del libro en realidad no es ese «nosotros» de la voz narrativa, sino (como lo dice ese subtítulo elidido en la edición española) el narcotráfico en México, y cómo éste ha «florecido» y poblado la tierra por la connivencia social.

Esto, lo inefable, refuerza la densidad e imposibilidad de aprehender nuestra realidad, porque se devela sin contornos claros, trasversal, inaudita, elusiva… una encrucijada, una patología social. El libro, a diferencia de muchos otros, no narra episodios de lo que Slajov Žižek (Violence. Six Sideways Reflexions) llamaría violencia subjetiva, aquella realizada por agentes claramente identificables, sino que busca identificar la violencia normalizada, tanto simbólica como sistémica, que con el paso del tiempo ha hecho posible este brote violento de energía social, por ello no encontramos un relato saturado de torturas y cuerpos expuestos ―para no alimentar el morbo por la herida abierta de la que habla Mark Seltzer―, como tampoco se construyen personajes (ni caricaturizados, maniqueos, paródicos, estereotipados o «complejos», sólo como una pregunta) de los narcotraficantes ―a lo que contribuye el registro periodístico del libro―. Campos de amapola…rebate toda posibilidad de plantear la tesis que  Ariel Dorfman suscribiera en Imaginación y violencia en América, esto es, la raigambre histórica de la violencia en nuestro continente; más bien en sus páginas subyace el efecto espiral de una violencia racionalizada, normativa y organizacional, por ello el texto no sigue una linealidad temporal, más bien está plagado de analepsis dispersas, ni sus capítulos tienen una continuidad directa.

Pero por las características sui generis de campos de amapola antes de esto me ha asaltado constantemente la pregunta de la pertenencia genérica del texto. No sólo porque no construye de manera habitual una historia, no sólo porque lo que se narra pertenece al acontecer cotidiano e histórico o por el registro lingüístico y los géneros textuales con los que se vincula… La interrogación nace de la sospecha del uso estratégico que hace del carácter ficcional, de la pertenencia genérica, de la consecuencia jurídica, del público acotado. Cuando en El deslinde Alfonso Reyes considera necesario delimitar lo que es la ficción literaria, parte de la reacción ético-jurídica que le es propia para hacer la demarcación; de qué da cuenta, de qué es síntoma que esta «novela del narcotráfico en México» o de esta «Novela reportaje» cuando en su interior de visibilizan los crímenes contra periodistas en México. Un libro que se sitúa muy alejado de las prácticas consuetudinarias de un género por definición de gran plasticidad. Engendro de la non-fiction, de la crónica y el reportaje periodístico, de la metaficción, de la retórica de la historia, Campos de amapola… es, ante todo, un texto literario de prosa artística, dotado de una narrativa sencilla, clara y efectiva en un tono que tiende, stricto sensu, a lo patético, un texto que busca y propone. Con todo esto, Lolita Bosch ―¿Océano? ¿El Aleph Editores?― nos ofrece una novela del narcotráfico en México, una novela-reportaje.

CAMPOS DE AMAPOLA ANTES DE ESTO

El libro ―a partir de este momento citaré únicamente la edición de Océano― está dividido en cinco partes, una introducción y un epílogo, a los que se agrega el apartado de las múltiples «Notas» (la mayoría referencias bibliográficas) y un «Índice de corridos» que se citan en el texto. La Introducción, compuesta por la vida, una introducción y «Podría ser usted. Yo. Cualquiera de nosotros», ofrece las directrices de Campos de amapola… y funge como instrucciones de lectura. Establece la metáfora de la flor-vida-«Esto» a partir de la cual las partes del libro toman su nombre ―La luz, El tiempo, La tierra, El agua, y El aire―, como elementos vitales para la existencia de la flor. Provoca la empatía y la solidaridad como base de la asunción de una voz narrativa colectiva: «como le sucedería a usted, como me sucedería a mí.» (13), «Que Todos Nosotros Somos: Juntos, ahora.» (18). Voz que apela constantemente al lector para que suscriba también lo leído, se apropie del Nosotros de la narración. Por ello en «Podría der usted. Yo. Cualquiera» presenta el caso de la señora Sanjuana Sánchez y el tortuoso camino de su familia para buscar a Andrés Martínez Olivos, su nieto de trece años secuestrado, desaparecido; lo que sirve para dar cuenta de las postulaciones del libro, la necesidad de romper el anonimato de las víctimas y particularizarlas, de hacer memoria,

No es alguien que está en una lista: no lo malinterprete. No es un número.
Así que por favor recuerde este nombre: Andrés.
Recuerde esta edad: trece años. (14)
[…] Y no vuelva (no volvamos) a confundirlo con un número en una lista: no es uno más.
Aunque haya miles: nadie es uno más. (17)

Y la presentación de un contexto de ineficacia, complicidad, corrupción e impunidad: «Que así comenzó a nacer el Vacío» (14). Es también a partir de «Podría der usted. Yo. Cualquiera» que se inaugura la inserción de imágenes que atravesará todo el texto: fotos de las víctimas, de narcotraficantes, de periodistas, de mantas, de armas, portadas de revistas, mapas, etc.

LA LUZ, primera parte de Campos de amapola…, tiene un único capítulo, «El pasado», que narra la fuga de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, del centro penitenciario de Puente Grande el 11 de marzo de 2009. La Luz representa así, con brevedad y contundencia, la libertad; la libertad de acción de los narcotraficantes, la ilusión de control, de autoridad, que podemos tener sobre ellos. La segunda parte, El tiempo, es la más larga; en ella se narran la aprensión de Benjamín y la muerte Ramón Arellano Félix, en el 2002 («El dedo»); se hace un perfil de Ismael Zambada García, El Mayo Zambada, a partir de la entrevista de 2010 («El monte»); «El cielo» no podría sino destinarse a Amado Carrillo Fuentes a propósito de su muerte en 1997; «El mar» reconstruye parte de la historia del Cártel del Golfo y el nacimiento de Los Zetas, el florecimiento del negocio cuando se pasa del opio y la marihuana al tráfico de coca, y la diversificación de la delincuencia; el capítulo de «La sierra» toma como punto de inicio la detención de Héctor Luis Palma Salazar, El Güero Palma, en 1995, para postular el caso como punto de quiebre en las manifestaciones de la violencia; «La frontera» es una especie de homenaje al periodista Jesús Blancornelas en la que se refiere el atentado que éste sufre en 1997; el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas y su chofer en 1993 revelan las complejas relaciones estado-narco-iglesia en «El aeropuerto»; «La verdad», último capítulo de este segunda parte gira en torno a Heriberto Lazcano y los Zetas. Así, el tiempo devela las bifurcaciones, ramificaciones del fenómeno del narcotráfico entre la última década del siglo xx y la primera del xxi.

LA TIERRA, parte tercera, en cambio, habla de nosotros como sociedad; la Tierra es lo cotidiano, lo mundano. Nosotros en ese todo que es Esto, nuestro presente inefable. «El honor» parte de una advertencia de J. Blancornelas para dar forma a varias ideas que ya se venían dibujando: la serie de mitos y estereotipos del narco, la complicidad social en todos los niveles y la elusión a la toma de conciencia de la complejidad de la situación; en este apartado incluso se cuestiona al lector, perturbando momentáneamente la identificación de éste con la voz narrativa colectiva. En «La ley» se habla de la popularización del narcocorrido; El jefe de jefes es el hilo conductor de una madeja que va de la pregunta social, sospecha e ingenuidad (¿encubrimiento, autoengaño?) de la identidad del protagonista de esta famosa canción de Los Tigres del Norte, el relato del encarcelamiento de Miguel Ángel Félix Gallardo en 1989 y la colusión del entonces comandante de la pjf, Guillermo González Calderoni, con el crimen organizado. En continuidad con el capítulo anterior «La cena» refiere la versión de la reunión convocada por Félix Gallardo y presidida por José Juan Esparragoza, El Azul, para la repartición de México en plazas. «El cártel» es una analepsis a la sociedad entre Félix Gallardo, Caro Quintero y Fonseca Carrillo para anticipar el tratamiento de la operación Cóndor y evidenciar el papel de la mediatización del narco. El drama telenovelesco de Sarita Cosío con Caro Quintero tiene su contrapunto en «El periodista», donde se relata el asesinato del periodista Manuel Buendía (a manos de agentes corruptos) y del agente de la dea Kiki Camarena (ordenada por Caro Quintero) como parte de una estratagema de encubrimiento ―eua, méxico, narcos―. En «El plan» se develan las fatales consecuencias de la implementación de la Operación Cóndor en 1975 con la que José López Portillo alardeó de una voluntad política por combatir el narcotráfico en Sinaloa.

SI EL TIEMPO transcurre entre la década de los noventa y la primera del 2000, la tierra se encarga de los setenta-ochenta primordialmente; asimismo hace un movimiento de reducción de las esferas del fenómeno, pues si en la luz y el tiempo la voz narrativa, nosotros, habla principalmente de Ellos, los criminales, en la tierra ese nosotros se hace más evidente que es indisoluble de ellos: porque también «Son hombres y mujeres (aunque hombres)», se repite constantemente. Lo narrado también se acerca, si en las dos primeras parte se refieren hechos, noticias, acontecimientos todavía en la memoria y la experiencia cercana, en la tercera parte se cuentan historias más cercanas a la leyenda, a mito originario, al terreno de lo incierto donde los huecos favorecen al invención.

En la cuarta parte, EL AGUA, otro desplazamiento se presenta, ahora hacia la abstracción. «El peso» gira en torno a la definición y usos de las drogas en los diferentes ámbitos de la vida humana ―la medicina, el arte, la evasión, etc.― y lanza, implícitamente, la pregunta de cómo vincularse socialmente con ella ―¿su legalización, tal vez?―. «El león» y «El tiempo» son las piezas finales del rompecabezas, los primeros campos de amapola. «El león» es la piedra fundacional del capo, Pedro Áviles ―casi patriarca, tío de, jefe de, amigo de…―, muerto en 1976; «El tiempo», los pasos perdidos: el negocio en manos de la matrona Ignacia Jasso en los cincuenta y los sesenta, antes de Lola La Chata, la mujer capo, en los treinta y cuarenta, cuando eua impulsó los sembradíos de amapola en la Sierra de Sinaloa para proveer de morfina a los hospitales de la segunda guerra mundial. el aire, finalmente, nos da «La flor», la primera expulsión xenófoba de los chinos de San Francisco, su llegada al norte de México, el punto de inicio de nuestros primeros prejuicios; el regreso a la pregunta del nosotros:

Todo esto, decimos, es culpa de los chinos. Es culpa de los chinos. Sin decir también que los fumadores de opio que se abrieron en el país era para consumidores como nosotros. […] Y que nosotros, cuando salimos, cuando nos vamos, también debemos escuchar una vez, otra, que el nuestro es un pueblo salvaje con un destino marcado.
Pero que no es verdad.
Nunca lo ha sido (251).

Porque Bosch tiene cuidado de eludir este final del texto como una solución, como respuesta al origen. Lo que hace es, al convertir cada vez en más pequeños, más sintéticamente, los círculos temporales, insinuar la estéril e infinita posibilidad de buscar culpables en comparación con la importancia de hacer memoria, de escribir como acto de reflexión. Así, revierte la mirada acusadora hacia el otro y la subvierte al regresarla hacia nosotros mismos:

Y a veces cuando viajamos nos preguntan si este salvajismo no está en nosotros, en nuestra historia.
Y tenemos que escuchar en el extranjero que nuestros antepasados aztecas ya eran sanguinarios, que la historia de México está plagada de momentos macabros, que, una y otra vez, esta atrocidad está en nosotros, en la semilla vacía e incomprensible de una sola cultura. Como si fuéramos una sola cosa. […]
Porque no es cierto.
Somos muchos y somos distintos. Están sucediendo muchas cosas a la vez.
Y esta masacre no es nuestro destino. Ni siquiera la posibilidad de aprender a asumirla. (254)

El breve EPÍLOGO condensa la novela como un ejercicio de memoria y de invención para dar algún sentido (¿progresivo, histórico?) «De todo lo que nos hemos inventado sin saber la verdad […] esta es la narración del mundo que hemos escrito para habitarlo. El texto que somos» (257-258).

Consideraciones finales: pathos, logos, ethos

CAMPOS DE AMAPOLA ANTES DE ESTO de Lolita Bosch parece pensado mucho en función del lector, no sólo por el esfuerzo constante por provocar la empatía, por interpelarlo para que se inscriba en la voz narrativa y suscriba la narración, o por cuestionarlo, confrontarlo, también por la serie de cambios, ya referidos, entre la edición mexicana y la española (¿quién es nosotros? ¿TODOS somos nosotros?). Pero no sé si favorecer al pathos, sobre el ethos y el logos ―que sin duda son importantes de la novela―, permita evadir el peligro intrínseco de una mirada directa a la violencia, ese peligro que Žižek busca evadir proponiendo reflexiones de soslayo.

El conocimiento y el compromiso con el tema de la autora son profundos, no cabe duda. Campos de amapola… está cimentada sobre diversas fuentes que pueden rastrearse en los múltiples epígrafes y en las acuciosas notas que documentan el texto, por lo que la novela ofrece una panorámica de la encrucijada nacional; aunque también es cierto que hay algunas imprecisiones superficiales en el todo de la novela, aunque imperdonable que los editores hayan dejado pasar, por ejemplo, cuando se da a entender que Mexicali, capital del estado de Baja California, es una ciudad sonorense ―«7) Y Finalmente Mexicali se convirtió en propiedad de Rafael Chao, a quien de facto ya pertenecía. Famoso en aquella ciudad sonorense por haber […]» (194-195)―, o cuando se habla de la «Sierra la Rumorosa» (35), un error quizá frecuente producto de una metonimia por cercanía, pues La Rumorosa es el poblado más cercano a la carretera coloquialmente conocida con tal nombre, pero que atraviesa la Sierra de Juárez, uno de los varios sistemas montañosos de Baja California.  Errores que dan cuenta de nuestro desconocimiento ―natural, normalizado, cómplice― de esos otros, y sus latitudes, que forman parte de nosotros.

Campos de amapola antes de esto es una audaz búsqueda, una propuesta interesante de cómo abordar el problema del narcotráfico en México, no sólo porque mina la zona de confort del lector, la posición cómoda de ver objetivamente ―desde afuera, como objeto ajeno― el problema, y develar las diversas formas en que nos toca, nos implica, nos pertenece.

Acerca del autor

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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